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Escalofríos


por Mila Oya



•Ebook en pdf de 96 minutos aprox.
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•Sinopsis
Una joven, que accede a su primer empleo, es trasladada por su empresa a un recóndito y estremecedor enclave de montaña donde los habitantes del pueblo viven sometidos a los oscuros e inconfesables intereses de una compañía minera que mantiene aterrorizada a toda la población. La joven tendrá que enfrentarse a un terrible misterio que pondrá a prueba sus nervios y los de los espectadores.

•Personajes:
Raquel Iniesta-- Joven protagonista.
Marta- Amiga de la protagonista.
Víctor Alcorta- Joven del pueblo.
Don Emiliano- Taxista.
Señora Mariposa- Mujer del taxista.
Doña Dorinda- Dueña de la pensión.
Don Antonio- Marido de Dorinda.
Charly- Hijo de Dorinda.
Rodesindo- Padre de Dorinda.
Alejandro- El inquilino de la pensión.
Muchacha- Camarera de la tasca.
Señor Marín y Villegas-Alcalde del pueblo.
Aniceto de Castro y Aguete- Conde amigo del alcalde.
Señor Campuzano- Jefe en Vozarrón.
Grupo de elegantes personajes.

Escalofríos
por Mila Oya


Acto primero
Escena I


El escenario está absolutamente oscuro. Se escucha la lluvia que cae con fuerza. Entra una joven bajo un paraguas iluminada con luz tenue. Arrastra una maleta con ruedas hasta situarse en el primer plano del escenario. Es Raquel. Observa la noche inquieta bajo la lluvia intensa. Estallan varios relámpagos que la hacen estremecer mientras permanece acurrucada bajo el paraguas. De repente, suena estridente un teléfono. Tras sobresaltarse, Raquel toma su móvil y responde. Justo en la parte opuesta del escenario aparece una joven con ropa de estar en casa y zapatillas, sentada cómodamente en una silla con un montón de papeles en el regazo. Es Marta, la amiga de Raquel, que está al habla por teléfono.

Raquel- (Musita) ¿Eres tú, Marta?
Marta- ¡Sí! ¡Raquel! ¿Me escuchas? ¿Qué escándalo es ese? ¿Me oyes?
Raquel- ¡Menos mal que aquí hay cobertura! He intentado llamarte varias veces sin resultado.
Marta- Oigo unos ruidos terribles. ¿Estás ya en ese pueblo perdido?
Raquel-Sí, ya he llegado. El tren se ha ido hace un rato y la estación ya está cerrada.
Marta- ¡Comienza entonces tu aventura!
Raquel-Pues sí, aquí estoy yo, bajo una tormenta que alucinarías, esperando que alguien se digne a venir a recogerme. ¡Preparada para la aventura! Bueno…, casi preparada.
Marta- Pues ya puedes prepararte por completo. Ahora ya estás sobre el terreno y pronto sabrás exactamente a qué tendrás que enfrentarte. Ya me contarás qué pinta tiene el pueblo. No suena muy acogedor. Al menos alguien irá a recogerte ahí a la estación, ¿no?
Raquel- Sí, sí, eso me dijeron. Qué pasarían a buscarme, pero aquí no hay ni un alma. Te lo aseguro.
Marta- Entonces, si estás sola ¿a qué vienen esos susurros? ¿Acaso hay alguien escuchando?
Raquel-No, no hay nadie y no sé por qué susurro. Es que el panorama es bastante siniestro. ¡Mira! Enciendo la cámara y te lo enseño. (Mueve el teléfono enseñándole la oscura noche y la tormenta).
Marta- Todo está negro. No distingo nada.
Raquel-Yo tampoco veo nada más que una oscuridad que me pone la carne de gallina y lluvia, mucha lluvia. Pero cuando estallan los relámpagos, la cosa todavía es peor. La noche se ilumina, la lluvia brilla con intensidad y me parece descubrir terribles sombras amenazantes en los alrededores.
Marta- (Se burla) ¡Ay! “¡Terribles sombras amenazantes!” ¡Mira que eres peliculera! ¡No exageres, anda!
Raquel-Si estuvieses en mi lugar no me llamarías exagerada. Este pueblo perdido no podía ser más escalofriante. Tengo la carne de gallina.
Marta- Bueno, no te lo tomes a la tremenda que la cosa no va a ser para tanto. ¡Seguro! Intenta relajarte y enfrentar la situación con un poco más de calma.
Raquel-Lo intento, respiro hondo y expiro (Respirando y expirando) Una y otra vez y los nervios no mejoran. Al revés, cada vez estoy más nerviosa.
Marta- La verdad es que no has tenido mucha suerte últimamente. La jugada que te han hecho es peor que una puñalada trapera. Desde luego, no es para estar tranquila.
Raquel-Ahora que me lo has recordado ya estoy enfadada otra vez. ¡Es que ha sido muy fuerte lo que me han hecho! ¡Qué el proyecto de investigación sobre la red de comunicación entre hospitales y diagnóstico remoto era mío! ¡Qué fue mi tesis de fin de carrera! ¡Y mírame ahora! Mientras mis compañeros varones disfrutan de un laboratorio a la última, a mí me han empaquetado, subido a un tren y enviado a este pueblo perdido entre las montañas, con un encargo más propio de una comercial que de una ingeniera. Y solo puede haber un motivo para semejante injusticia: ¡Estos de Vozarrón son unos machistas asquerosos! Nada más. (Vuelve a estallar un rayo y Raquel se estremece) ¡Me voy a morir del susto en una de estas!
Marta- ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha pasado? ¿Ha llegado alguien a recogerte?
Raquel-No, no ha venido nadie, ha sido un rayo.
Marta- ¡Caray! Es verdad que la noche es terrible y no invita a quedarse. Pero seguro que cuando te pongas manos a la obra todo irá mejor. ¡Ya verás!
Raquel-En teoría empezaría mañana mismo. Tendré que tantear a los vecinos en busca de posibles clientes para el wireless y determinar los dispositivos necesarios para instalar el emisor de internet sin cables.
Marta- ¿Internet sin cables? ¿En serio? ¿En ese pueblo de mala muerte?
Raquel-Pues sí, aquí, en este pueblo de mala muerte. Yo tampoco entiendo qué negocio puede haber en establecerse en un lugar tan remoto. Ya ves que ni cuentan con una estación de tren como es debido. (Se oye a lo lejos un extraño ruido)
Marta- Aunque no será tan de mala muerte si tiene un helipuerto.
Raquel- ¿Helipuerto? ¿Estás colgada? ¡Cómo va a haber un helipuerto en un lugar como este! Marta- Bueno, no tendrán helipuerto pero llegan helicópteros al pueblo. Yo acabo de escuchar el sonido de uno.
Raquel-(El ruido ya no se escucha cuando Raquel decide prestar atención) Pues yo no oigo nada de eso. ¡Qué loca, helicópteros en un lugar como este! ¡Solo la tormenta! A lo mejor han sido mis gruñidos de rabia.
Marta- Así que sigues todavía disgustada.
Raquel-Sí, claro, que sigo disgustada. Me contrataron por mi tesis y después, ¡me robaron el proyecto, los muy miserables! Es que, claro, a una mujer joven no la toma nadie en serio y por eso me ponen a hacer entrevistas y a pasear por el monte. ¡Es una injusticia!
Marta- La verdad es que te han jugado una mala pasada. Aunque al menos ahora tienes un trabajo.
Raquel-Pues exactamente por eso he aceptado. ¿Quién se puede permitir el lujo de rechazar un empleo tal y como andan las cosas? Nadie. Así que no me ha quedado otra que aceptar que me roben, discriminen y me paguen una birria que no corresponde ni a mi calificación profesional ni a mi valía. Y tú lo sabes. ¿Pero qué otra cosa podría hacer? Solo aceptar con resignación la marginación a la que me someten esos bestias de Vozarrón que van de modernos por la vida y son más casposos que una empresa de polvos pero de talco. ¡Canallas!
Marta- Si te ves muy desesperada siempre puedes renunciar y yo te buscaría algo por aquí. Seguro que te encontraba algún puesto de apoyo que te ayudaría a pasar el bache.
Raquel- Es que sabes que no me gusta la enseñanza. Cada uno es como es. Ya sé que tú has nacido para ser maestra, para enseñar a otros, pero eso no va conmigo. Yo quería continuar con mi proyecto. Crear redes de diagnóstico remoto para hospitales de zonas deprimidas. ¿Te imaginas qué fantástico? Los médicos podrían atender a sus pacientes desde muy lejos. Sin necesidad de desplazamientos que cuestan tiempo y dinero. Estoy aquí porque no quiero perder la esperanza de que en algún momento cambien de parecer y me proporcionen una plaza en el laboratorio. ¡No pido más! Aunque a veces pienso que aceptando este exilio sin protestar, en vez de ayudarme a regresar al laboratorio, me estoy condenando a realizar un trabajo que no me corresponde para siempre. A lo mejor debería haberme negado en rotundo y demostrarles así que soy un elemento valioso. (Duda) O no… La verdad es que no sé muy bien qué es lo mejor para mí.
Marta- (Mirando con preocupación los papeles que descansan en su regazo resopla) Yo sí que sé lo que tengo que hacer durante toda la noche.
Raquel- ¿Aún tienes muchos exámenes que corregir?
Marta- Pues una barbaridad. Estoy sustituyendo a Abel, el profesor de ciencias del grupo C que como me tiene a mí, pues se apunta a cuanto seminario se organiza y escribe para cuanta publicación lo reclame. (Sarcástica) ¿Qué importan sus alumnos y sus exámenes? Para eso ya está la tonta del grupo A. Así que va de aquí para allá durante todo el curso y yo no doy abasto. Raquel- Entonces hoy estarás en pie hasta tarde.
Marta- ¡Qué remedio! ¡No me queda otra si quiero terminar a tiempo!
Raquel-Intentaré llamarte antes de acostarme, si hay cobertura y si alguien aparece para llevarme a la habitación que me han asignado. Cosa que espero que pase pronto.
Marta- (Preocupada) Con lo que está lloviendo, tú ahí sola y esa espantosa tormenta. No vayas a internarte en la noche y a perderte.
Raquel-No te preocupes. Esperaré. E intentaré no morirme de miedo antes de que pasen a recogerme.
Marta- ¿Estás segura de que aparecerán?
Raquel-Claro que vendrán. ¿Cómo iban a dejarme tirada con esta terrible tormenta en medio de ninguna parte?
Marta- (Preocupada) Mira que si tienes que estar en pie y esperando toda la noche…
Raquel-Tranquila, que eso no pasará y pronto estaré en una cama calentita descansando. ¡Seguro! Y recuerda que tienes que regarme las plantas.
Marta- ¡Ah! Se me olvidaba decirte que ha llamado tu madre. Está preocupada por tu nuevo empleo. Le he dicho que estabas muy contenta y que tenías muchas posibilidades de incorporarte muy pronto al proyecto de investigación.
Raquel- O sea, que le has mentido como una cosaca.
Marta- Me daba tanta pena. Sé lo preocupados que están tus padres por el recorte de las pensiones. Los míos están igual y ya tienen suficientes problemas con sus asuntos para también tener que seguir preocupándose de nosotras que ya estamos en edad de buscarnos la vida por nuestra cuenta. Tengo que decirte, además, que tu madre de paso que criticaba a tu tía Maroja, la oveja negra de la familia, dejaba claro que al menos había hecho algo bueno en su vida dejándote un dinerito que evitaba que tuvieses que aceptar un trabajo que no te gustase. Yo les dije que no era el caso, que estabas encantada con este.
Raquel- Has hecho bien. Yo también les he mentido. Debías de haber visto la cara de alegría que puse cuando les conté que tendría que trasladarme una temporadita a este pueblo. No me dieron el Oscar porque no filmé la escena, que si no me llevaba todos los premios de la academia de interpretación. Por supuesto, lo que me dejó mi pobre tía Maroja queda guardadito para lo que pueda pasar en el futuro.
Marta- ¡Ah! Por cierto, también tengo noticias de… Bueno tú ya sabes. Si quieres…
Raquel-No, mejor no me lo cuentes. Tomás es un capítulo cerrado. Ya no quiero saber nada más de él.
Marta- Me ha dicho cosas muy positivas de ti. ¿Seguro que no quieres que te las cuente?
Raquel- ¡Segurísimo! Así que mejor me ahorras sus buenos deseos que solo siente si estoy lejos. Cuándo está cerca solo trae mal rollo.
Marta- ¡Me alegro! Parece que al fin me has seguido mi consejo y has pasado página.
Raquel-Pues sí, en esta ocasión y sin que sirva de precedente, te he hecho caso y me he olvidado de ese pesado. Pasando de hombres que temen comprometerse. ¡Este ha sido el último! Si dudan, que se larguen. Se acabó el hoy sí, y mañana no. ¡Ya no estoy para aguantar indecisiones de otros! Ahora mi único problema es mi propia indecisión sobre este maldito pueblo y este maldito trabajo. Y no es poca cosa. ¡Te lo aseguro!
Marta- Y esa maldita tormenta que va a peor. ¡Cada vez suena más aterradora! ¡Seguro que estás empapada, muerta de frío y de miedo! ¡Mañana estarás acatarrada como poco!
Raquel-No, estaré bien. No te preocupes por nada. Estoy bastante animada, a pesar de las circunstancias. (No muy convencida) Intentaré llamarte, pero no te prometo nada. Tú sigue con tus exámenes. ¡Hasta luego!
Marta- Eso haré. Tú pasa buena noche, llámame cuando puedas y ten mucho cuidado, por favor.
Raquel-Lo tendré. ¡Chao!

La luz sobre Marta se apaga y esta desaparece de escena.
Raquel permanece en silencio bajo la intensa lluvia sumergida en la noche con su maleta, aguardando. Pasa el tiempo y nadie aparece a buscarla. De repente, estalla un trueno, después un rayo que ilumina el escenario vacío y Raquel se estremece. Y sigue lloviendo. Y cada vez la joven está más nerviosa. Estalla otro rayo. La luz ilumina el escenario un instante, justo para que veamos a un hombre vestido totalmente de negro que se halla muy cerca de la espalda de Raquel sin que ella se percate de su presencia. El rayo se apaga y al hombre ya casi no se le ve. Solo cuando al fin Raquel se da la vuelta se encuentra de bruces que el individuo que aguarda en silencio. El susto de la joven es importante.

Raquel- (Tras gritar sobresaltada, se separa del hombre asustada) ¿Qué hace? ¿Quién es usted?
Emiliano- ¡Lo siento, señorita, no era mi intención asustarla! Soy Emiliano, el taxista que la compañía Vozarrón ha contratado para acompañarla a la pensión de doña Dorinda y para todo lo que usted necesite.
Raquel- (Suspira ya más relajada) ¡Me ha dado usted un susto de muerte! (Le tiende la mano) Yo soy Raquel, la nueva ingeni… (Se interrumpe) Bueno, la nueva contratada por Vozarrón para instalar Internet sin cables en la zona.
Emiliano- Sí, eso de la tecnología. Sí, más o menos sé de qué va. A lo mejor a alguno de los vecinos está interesado en esas novedades de la vida moderna. ¡Todo puede ser!
Raquel- (Sorprendida) No parece haber mucho entusiasmo con la idea.
Emiliano- Somos un pueblo pequeño. Y ya sabe lo que pasa. Pocos jóvenes y mucha gente entrada en años.
Raquel-(Musita para sí sarcástica) ¡Lo que yo decía! Un negocio redondo.
Emiliano- Le pido disculpas por haber llegado tarde.
Raquel-(Sarcástica) Nada, usted no se preocupe. La noche está preciosa para esperar bajo la lluvia.
Emiliano- Sí, muy buena no está. Pero es que mi señora no está muy bien, ¿sabe usted?
Raquel- (Avergonzada por su sarcasmo) ¡Lo lamento! ¿Está enferma su mujer?
Emiliano- Sí, bueno, no… Es decir. Está… Está… así como… no sé… Está nerviosa.
Raquel- Ya veo. Está nerviosa.
Emiliano- Sí, eso. La noche. La tormenta, los rayos.
Raquel- Sí, creo que ya sé de qué me habla. (Mirando la tormenta a su alrededor)
Emiliano- Pues será mejor que nos pongamos en marcha. Aún nos queda camino hasta llegar a la pensión de doña Dorinda. Le gustará, ya lo verá. Es una buena mujer y cocina de maravilla. Mañana a primera hora tengo órdenes de conducirla a la mina.
Raquel- ¿La mina? ¿Y qué pinto yo en una mina?
Emiliano- Allí está el único edificio con oficinas disponibles. Ya le he dicho que somos un pueblo pequeño. La mina es lo único que hay a muchos quilómetros a la redonda.
Raquel- (Musita pensativa) La mina. Vaya. No sabía nada de ella.

La lluvia arrecia y un nuevo trueno retumba en la noche estremeciendo a Raquel.

Emiliano- ¡Sígame! El taxi no está muy lejos.

El hombre comienza a caminar lentamente por el escenario con la cabeza hundida dentro del abrigo bajo la lluvia. Raquel, armada con su paraguas, lo contempla un instante antes de decidirse a arrastrar su maleta tras él. Bajo la lluvia atraviesan ambos el escenario muy cerca del público hasta abandonar la escena que queda completamente a oscuras.

Escena II


Se enciende entonces una tenue luz al fondo de escenario. Allí vemos una mesa iluminada con velas en la que cinco personajes están cenando.
La señora Dorinda sirve el menú, en total silencio, a su marido Antonio, a su hijo adolescente Charly, a su padre Rodesindo y al inquilino Alejandro. Afuera continúa la tormenta con una lluvia incesante.
Entra Raquel en el escenario, con su gabardina empapada, con el paraguas chorreando y arrastrando la maleta. Se detiene y contempla la oscura y silenciosa reunión durante unos instantes sin decir palabra. Al fin la señora Dorinda que sirve la mesa, la descubre y se dirige a ella.

Dorinda- ¡Ah! ¡Usted debe de ser la señorita Raquel, la de Vozarrón! Yo soy Dorinda.
Raquel- ¡Buenas noches y que aproveche a todo el mundo! (Solo Dorinda se da por aludida)
Dorinda- ¡Gracias! No hay muy buena noche, pero es que es la temporada de lluvias y ya se sabe. Pensé que ya no vendría. Es tan tarde.
Raquel- Lo siento, pero el transporte se ha retrasado.
Dorinda- Ya, el Emiliano.

El abuelo Rodesindo gruñe algo incomprensible.

Dorinda- ¿Qué dice, padre?
Rodesindo- El miedo de su mujer (Musita)
Dorinda- Calle, padre, calle. (Y se vuelve hacia Raquel que sigue inmóvil aguardando) Acérquese, por favor. Como pensamos que ya no venía, hemos cerrado el comedor. Pero puede compartir la mesa con nosotros, por supuesto. Necesita cenar algo. Después le mostraré su cuarto. Le gustará.
Raquel- No querría molestar.
Dorinda- ¡Por supuesto que no molesta! Esta es una pensión modesta. Los clientes ya son casi como de la familia.

Raquel se saca la gabardina, deja el paraguas y la maleta y avanza hasta la silla que doña Dorinda le señala.

Dorinda- Este es mi hijo El Charly (Señala al joven que escucha música a través de los auriculares y ni siquiera la mira) Mi padre, Rodesindo (El viejo gruñe y asiente suavemente con la cabeza), mi marido Antonio…
Antonio- ¿Cómo está usted? (Y le tiende la mano que Raquel aprieta)
Dorinda- Y nuestro inquilino, capataz general de la mina, Don Alejandro. Lleva tanto hospedado aquí que ya casi es de la familia.
Raquel- (Le tiende la mano ya sentada muy cerca de él) Mucho gusto.
Alejandro- El placer es mío.
Dorinda- ¿Le gusta la crema de guisantes?
Raquel- Sí, claro, muchas gracias. (Dice mientras le sirve la sopa)

Todos están sentados ya, incluida doña Dorinda, tomando la sopa. Solo El Charly sigue inmóvil sin coger la cuchara. Su madre se levanta un instante y le arranca los auriculares.

Dorinda- ¡Qué te tomes la sopa! ¡Qué se te va enfriar! (Se escucha entonces un estruendo que sale de los auriculares y que sobresalta a la mujer) ¡Qué locura! ¿Qué griterío es ese?
Charly- ¡Eh! ¡Cuidado con los auriculares, que te los vas a cargar! Es Astonishing Panorama of the Endtimes. The Last Tour on Earth.
Dorinda- ¿Pero qué le pasa a este chiquillo en la boca?
Charly- Significa el fin de los tiempos y el último viaje en la Tierra de Marilyn Manson.
Dorinda- (Sorprendida) ¿Marilyn? (Dice en bajo) ¡Pobre Marilyn! Las drogas destrozaron a esa pobre chica. (Dice ya en alto a su hijo) ¡Qué te tomes la sopa y te dejes de historias de Marilines! (A Raquel) Perdónele usted. Adolescentes, ya se sabe. (Raquel sonríe en silencio)

La tormenta continúa. Es el único sonido que se escucha en el salón durante un rato hasta que estalla otro trueno y un nuevo rayo que estremece a la joven.

Raquel- Tienen un tiempo terrible.
Dorinda- Es la temporada de lluvias.
Raquel- Claro. La temporada de lluvias.

Y de nuevo el pesado silencio si instala en la mal iluminada sala. Hasta que repentinamente el inquilino se dirige a ella.

Alejandro- Así que es usted de Vozarrón. ¿Entonces es verdad que van a instalar Internet sin cables por la zona?
Charly- (Interrumpe a Raquel que iba a contestar) Eso no hay quien se lo crea. (Ríe) ¿Aquí, en este pueblo viejuno conectarse a la red? ¡Ja! ¡Es un cachondeo! ¡El mejor chiste que he oído en años! ¡Ja!
Dorinda- ¡Tómate la sopa y calla! No sé para que te restrinjo la música. Molestas menos si estás con los auriculares en las orejas. ¡Mucho menos!
Raquel- (Se dirige a Alejandro y a Charly) Mi trabajo será valorar la demanda y la dificultad de la instalación de los dispositivos necesarios.
Charly- (Divertido) ¡La demanda! ¡Ja ja! Estoy seguro de que doña Mariposa necesita urgentemente conectarse a la red ¡Ja ja ja ja! Pero a la redecilla esa que se pone por las noches en la cabeza y que todos los días se olvida quitarse. ¡Ja ja ja!
Dorinda- No le haga caso al chico. La pobre mujer está pachucha.
Raquel- ¿Doña Mariposa?
Dorinda- Bueno, así llamamos a la mujer de Emiliano.
Raquel- ¡Ah, sí! Emiliano el taxista. La mujer no está muy bien, según parece.
Charly- Tampoco está tan mal. Los hay mucho peores. ¡Ja ja ja! ¡Muchísimo más! ¡Jua jua!
Dorinda- ¡Antonio, dile algo al Charly!
Antonio- ¡Cierra el pico! (Cortante a Charly que calla pero sigue sonriendo divertido)
Alejandro- No se apure. Seguro que encuentra clientes en potencia.
Charly-(Murmura sarcástico llevándose el dedo a la sien con el signo de la locura) Sí, con potencia mental. Jua jua jua. (El padre le dedica una mirada aviesa que corta sus risitas)
Raquel- (A Alejandro) Usted trabaja en la mina, ¿verdad? Seguramente allí les vendrá bien una buena conexión sin cables.
Alejandro- Pues no sabría decirle. No sé si me queda mucho tiempo más en la zona.
Raquel- ¿Se marcha usted?
Antonio- (Musita) No caerá esa breva.
Dorinda- (Le da un codazo y musita) ¡Calla, por favor!
Alejandro- Tal vez me destinen.
Raquel- ¡Qué suerte la suya! Espero que sea para un lugar mejor.
Rodesindo- (Musita) Con que sea lejos…
Dorinda-¡Padre! (Cortándolo y cambiando de tema) ¿Le sirvo la carne? (El anciano asiente y Dorinda toma su plato para servirle.)
Alejandro- El tiempo de la mina parece que llega a su fin. Se imaginará: las presiones de los vecinos, los grupos ecologistas y toda esa parafernalia. Bueno, en resumen gente anticuada y que está contra el progreso. (Mira de reojo a los dos hombres de la mesa que permanecen con la mirada clavada en el plato) Usted sabrá de lo que estoy hablando. De atraso y de ignorancia, al fin y al cabo. Los problemas de este país. Y la gente que es muy desagradecida y que no valoran los esfuerzos de las empresas y los empleos que producen.
Dorinda- Nosotros le agradecemos mucho su presencia en nuestra humilde pensión, Don Alejandro. Usted lo sabe. Y también todos los esfuerzos que hace su gran empresa. ¡Por supuesto!
Alejandro- No lo decía por usted, señora Dorinda. Su hospitalidad es legendaria y su carne asada de película.
Dorinda- Qué amable es usted.

El marido de Dorinda gruñe molesto y otro pesado silencio se instala dejando que el sonido de la lluvia retumbe en la sala, hasta que el abuelo Rodesindo, rompe el silencio repentinamente.

Rodesindo-(Con tono desabrido) Las vacas no necesitan “el ritener ese”. Las vacas solo necesitan un buen pasto. Tierno, limpio y verde. Es lo único que necesitamos en este pueblo.
Raquel- ¿Tienen ustedes vacas? (Intentando ser amable y entablar conversación)
Rodesindo- ¡No! No tenemos vacas, tenemos una mina. (Antonio gruñe enfadado)
Alejandro- ¡Ya ve usted! ¡Vacas! ¡Menudo adelanto! Es lo que se puede esperar de un lugar perdido como este: vacas. Y uno se esfuerza por traerles un poco de modernidad y nada, se da uno de bruces una y otra vez con las vacas.
Rodesindo- (Conteniendo la rabia) No creo que haya visto usted muchas vacas desde que llegó.
Dorinda- ¡Déjelo ya, padre!
Charly- Vacas fosforescentes vamos a tener. ¡Va a ser la leche! ¡Jua jua! Y nunca mejor dicho. ¡Leche que brilla en la oscuridad! Muy útil en este pueblo ¡Jua jua jua!
Dorinda- (A su hijo) Te agradecería, por favor, que te clavases los auriculares un ratito y te entretuvieras con la finada de Marilyn y sus alaridos. Sería un gran alivio para todos.
Charly- ¡A tus órdenes, sargento! Pasadlo bien con la mina y las vacas fluorescentes. (Se pone los auriculares)
Dorinda- Así estamos más tranquilos (Sonríe disculpándose a los comensales)

La mujer sirve la carne en un silencio salpicado por la lluvia torrencial del exterior. Los comensales con la mirada clavada en los platos engullen sin decir palabra.
Repentinamente, unas extrañas luces parecen parpadear a lo lejos como si se colasen por las ventanas. Raquel las contempla atónita, mientras observa como los comensales las ignoran como si ni siquiera existiesen. Si esto no fuese suficientemente escalofriante, un suave gemido comienza a tomar la sala. Raquel se estremece y mira a un lado y al otro, pero nadie se inmuta, como si tampoco escuchasen nada en absoluto. Cuando el gemido se convierte en un estridente chillido, un escalofrío recorre la espalda de Raquel hasta obligarle a levantarse de un salto.

Raquel- ¡Cielos! ¡Es espantoso! ¡Alguien necesita ayuda! ¿Qué son esos horribles gritos?
Dorinda- ¿Gritos, dice?
Raquel- ¡Por favor, sí! ¡Este gemido estremecedor es espantoso! ¿Es que acaso no lo escuchan? (Ninguno de los comensales levanta la mirada del plato)
Dorinda- ¿Se refiere usted al ulular del viento?
Raquel- (Perpleja) ¿Estos gemidos los produce el viento?
Dorinda- Claro, querida. ¿Qué otra cosa podría ser? La tormenta y el viento. Nada más. Debe tranquilizarse. Aquí está a salvo.
Raquel- ¿Qué quiere decir con que estoy a salvo? ¿A salvo de qué?
Antonio- (Musita entre dientes) De la mina.
Dorinda- (En voz alta) De la tormenta, de la lluvia, de los rayos. Aquí está resguardada de la intemperie, querida. Así que cene tranquila. La carne está buena. ¡Pruébela! Si quiere puedo servirle más.
Alejandro- ¡Deliciosa, como siempre! La felicito, doña Dorinda. Un verdadero bocato di cardinale. ¡Ja! (A Raquel) ¡Pruébela y ya me dirá!

Afortunadamente los gemidos pierden intensidad, las luces se extinguen y la lluvia vuelve a golpear con fuerza el tejado de la casa. Raquel intenta tranquilizarse y tras esbozar una mueca de circunstancias, ocupa de nuevo su asiento e intenta terminarse la carne asada con evidentes signos de angustia.

Raquel- (Dando un bocado murmura) Sí, está muy buena. (Todavía con signos de nerviosismo)
Alejandro- Echaré de menos sus comidas cuando abandone la mina. Se lo aseguro, doña Dorinda.
Raquel- (A Alejandro) Dígame, ¿está la mina cerca?
Alejandro- (La observa sorprendido) ¿Le interesa a usted acaso la minería?
Raquel- En absoluto. Pero don Emiliano me ha comentado que las oficinas alquiladas por Vozarrón están en las instalaciones de la mina.
Alejandro- ¿Está usted segura de eso? Pensé que se habrían instalado en el antiguo almacén de la cooperativa ganadera.
Antonio-(Murmura disgustado) Hace tanto tiempo que no hay vacas por aquí que está totalmente derruida por falta de uso.
Alejandro- (Musita) Eso no está nada bien. Nada.
Raquel- ¿Es que hay algún problema? (Pregunta preocupada)
Alejandro- No sé. Quizás. No debería estar usted en la mina.
Raquel- ¿Acaso es peligrosa? ¿Qué extraen ustedes allí?
Alejandro- (Se demora un momento al contestar) Ahora apenas nada. Ya le he comentado que pronto la mina desaparecerá y con las nuevas técnicas de conservación ambiental se recuperará el entorno dejándolo tal cual estaba. O incluso mejor.
Rodesindo- ¡Caraduras! (Murmura)
Dorinda- ¡Calle, padre, de una vez! Ya ha terminado la cena. Creo que será mejor que vaya usted a su cuarto que se ve que está usted muy cansado.
Rodensido- ¡No sabes cuánto, hija! (Dice dedicándole una mirada aviesa a don Alejandro)

El anciano se levanta de la silla. Raquel aprovecha la oportunidad para retirarse también.

Raquel- Yo también me retiraría si les parece bien. Estoy muy cansada y mañana me espera un día muy largo.
Dorinda- ¡Claro, desde luego! (Señalando un rincón del escenario) Por ahí se sube a su cuarto. Es la primera puerta. No tiene pérdida. Le gustará la habitación. Es la más acogedora de la casa.
Raquel-¡Muchas gracias! (Permanece en pie junto a la mesa expectante)… Necesitaría una luz, una linterna, una vela o algo…. Como no tienen electricidad...
Dorinda- No, qué va. No se preocupe por eso. Los interruptores funcionan perfectamente.
Raquel- (Perpleja) No comprendo…
Dorinda- Lo dice usted por la velas ¿no? (Raquel asiente) Hay luz en toda la casa. Solo la economizamos, por la mina ¿Sabe usted?
Raquel- La mina (Musita confundida)
Dorinda- Pero usted no está obligada a ello. ¡Faltaría más! Usted es una huésped. Así que no se preocupe por nada, suba a su cuarto y encienda la luz todo lo que necesite. ¡Qué tenga felices sueños!
Alejandro- ¡Qué descanse usted bien!
Antonio- ¡Buenas noches!
Rodesindo-(Todavía de pie junto a la mesa) Duerma, muchacha. Necesitará estar descansada.
Raquel- ¡Gracias por la cena! Ha sido deliciosa. Les veré mañana.
Dorinda- A las ocho en punto tendrá una mesita lista con el desayuno. A la luz del día las cosas se ven mucho mejor. Se lo aseguro.
Raquel- ¡Gracias y buenas noches!

Recoge la gabardina, el paraguas y la maleta y sale del escenario por donde le indicó doña Dorinda. Todos siguen en silencio con la mirada clavada en el plato menos el anciano que está en pie.

Rodesindo- (Mirando a Alejandro con el ceño fruncido) Yo también me voy antes de que se me acabe la paciencia.
Dorinda- Vaya, padre, vaya. (Antonio gruñe mirando al plato)

El anciano sale y todos quedan en silencio. Se escucha la lluvia y el murmullo del canturreo del adolescente. Al fin la luz se apaga.

Escena III


La oscuridad es total. La lluvia continúa cayendo incesante con sus rayos y sus truenos. Una luz se enciende en el escenario y vemos a Raquel acurrucada bajo el paraguas buscando la protección de una farola mientras manipula nerviosa su teléfono móvil. Al fin consigue comunicar con su amiga Marta que aparece sentada en una silla bajo una luz al otro extremo del escenario con un potingue untado en el rostro y el pelo recogido de un extraño modo.

Raquel- ¡Hola! ¡Ya era hora! ¡Maldita sea! ¡Por fin lo he conseguido!
Marta- ¿Raquel? ¿Eres tú? ¡Se oye fatal!
Raquel- Sí, soy yo. Y al menos se oye. He tenido que salir del cuarto para llamarte. En el interior de la pensión no hay cobertura. ¡Imagínatelo! La noche es más oscura que la boca de un lobo y la tormenta no cesa. ¿Puedes oírla?
Marta- ¿Hay helicópteros?
Raquel- (Atónita) ¿Helicópteros? ¡Y dale! ¡Pero qué perra te ha entrado con los helicópteros! Nada más impropio para este pueblo de mala muerte. ¡Es que no lo puedo soportar! Desde que he llegado tengo un nudo en el estómago que en lugar de disolverse cada vez se tensa más, tanto que cada minuto temo desmayarme de miedo. ¡Si estuvieses aquí lo entenderías!
Marta- ¿Has hablado ya con los de Vozarrón? ¿Han sido desagradables contigo?
Raquel- Esos no han dado señales de vida, a ver si mañana. Solo he visto al taxista casado con una Mariposa y los de la pensión Dorinda. Doña Dorinda, su familia y el inquilino. No sé quienes dan más miedo.
Marta- ¡Tranquilízate, mujer, no será para tanto!
Raquel- ¡Para más! Si hubieses cenado con ellos como yo, lo entenderías. Imagínate que cenamos a la luz de las velas, alumbrados por los relámpagos y al final me enteré que casi estábamos a oscuras solo por deporte. ¡Increíble!
Marta- No comprendo.
Raquel- ¡Ni, yo! Pero así es. En la pensión se anda a oscuras por la mina. ¡La maldita mina!
Marta- ¿Así que hay una mina en el pueblo?
Raquel- Eso parece. El único inquilino de la pensión es un jefito en la mina. Pero no me preguntes qué extraen ahí, no han querido informarme. Todo ese secretismo me pone mala.
Marta- Creo que lo estás exagerando todo. Pareces muy nerviosa.
Raquel- ¡Estoy fuera de mí! Y tú también lo estarías su hubieses escuchado los gritos. Más bien aullidos. ¡Ha sido espantoso! Todavía tengo la carne de gallina.
Marta- Eso sí que no suena bien. ¿Y quién gritaba, y por qué?
Raquel- Pues depende de quién responda. Según el marido es la mina. Según doña Dorinda: el ulular del viento. ¡Por favor! Cómo si no pudiese distinguir los aullidos del viento de los de una persona. ¡Estoy segura de que era una mujer que sufría intensamente! Era un aullido que te helaba la sangre. Apuesto lo que quieras a que era la señora Mariposa.
Marta- ¿La mujer del taxista?
Raquel- Sí, me han dicho que no está muy bien. ¡Nerviosa, dicen! Aunque el hijo adolescente de doña Dorinda, que casi da más miedo que el resto de la familia, dejó caer que en el pueblo sobran los que están peor que ella. Y por si esto no fuera suficiente, se ha reído de mi trabajo. Mantiene que es ridículo intentar instalar Internet en un pueblo lleno de ancianos a los que ya les patina la neurona. ¡De verdad que estoy totalmente desesperada!
Marta- Tienes que hacer un esfuerzo por tranquilizarte. Si los de Vozarrón te han enviado a ese pueblo, es porque existen perspectivas de negocio. Seguro que en la mina estarán encantados con una nueva conexión a Internet sin cables.
Raquel- ¡La mina! ¡Esa es otra! No sé ni que extraen, pero el inquilino, un tal Alejandro, ha dejado caer que pronto será clausurada y que se recuperará por completo el entorno natural. Desde luego, la familia no se lo ha creído. Estaban muy preocupados por las vacas.
Marta- ¡Y ahora vacas! ¡Tienes de todo!
Raquel- Te aseguro que no estoy de broma. (Algo molesta por la guasa)
Marta- ¡No te enfades, mujer! Solo quería rebajar un poco de tensión del asunto. Comprendo que el aterrizaje en el pueblo no ha sido agradable.
Raquel- Te quedas corta. (Suena un trueno y estalla un rayo. Raquel se sobresalta) ¿Has oído eso? ¡Es terrible!
Marta- Bueno, es la tormenta ¿no?
Raquel- Una tormenta que no cesa desde que he llegado. Rayos y truenos todo el tiempo. Es lo que hay en este pueblo, con una mina que ya no funciona, un montón de viejos desquiciados y una señora que aúlla a la oscuridad, eso sin contar las vacas verdes y los adolescentes impertinentes.
Marta- Ahora me he perdido.
Raquel- Pues ya estás como yo. Así me siento. Totalmente perdida. No sé qué demonios hago en este tétrico lugar.
Marta- Pues luchar por tu primer empleo. Eso exactamente es lo que estás haciendo ahí.
Raquel- (Se detiene un instante) Estoy pensando en renunciar. No sé si tiene sentido seguir con todo esto.
Marta- ¿Estás segura de lo que estás diciendo? Recuerdo que no hace mucho estabas decidida a seguir adelante. Tu misma decías que si no te incorporabas pronto al mercado de trabajo, cada vez te iba a resultar más difícil.
Raquel- ¡Lo sé! ¿Crees que no le he estado dando vueltas a eso? Pero también he pensado que estos de Vozarrón me han robado mi investigación así sin más, por ser una mujer joven sin experiencia. Yo quería demostrarles que puedo con todo, que nada me arredra, con la esperanza de que de una vez se percataran de mi valía me permitieran ocupar el lugar que me corresponde en la investigación como a mis compañeros varones. Pero ahora pienso que cuando los de Vozarrón se den cuenta de que puedo con todo, pues en lugar de entregarme un laboratorio, se animen a cargarme más chorradas. Ya sabes, ya que puede y no protesta, pues que se aguante y trague. ¿Entiendes?
Marta- Visto así, no sé qué decirte. Solo tú puedes valorar lo que está sucediendo y tomar una decisión.
Raquel- Te juro que estoy haciendo esfuerzos para no romper a llorar. Por momentos tengo ganas de hacer la maleta y largarme a la estación para esperar a un tren que me lleve lo más lejos posible de aquí. Pero por otra parte…
Marta- Entiendo. Tal vez si esperas a mañana…. La luz del sol puede hacer que lo veas todo de distinta manera.
Raquel- (Dubitativa) Es posible. Mañana Emiliano, el taxista, tendría que llevarme a la mina.
Marta- ¿Y qué pintas tú en la mina?
Raquel- Al parecer están allí las oficinas que ha alquilado Vozarrón. Eso que al inquilino le ha parecido extraño. Me ha dado miedo como me ha advertido contra la mina…. No sé qué pensar…. Echo de menos nuestra casa, te echo de menos a ti, incluso echo de menos al imbécil de….
Marta- Ni lo menciones. Ya lo has pasado bastante mal por su culpa. Al menos utiliza este viaje para olvidar. Con todo lo que estás pasando no sé ni cómo todavía te ronda la cabeza.
Raquel- ¡Tienes razón! Siempre tienes razón. A veces puede resultar muy molesto, amiga, pero estás en lo cierto y “El innombrable” queda censurado para siempre. (Resopla y musita) Todo esto no hay quien lo aguante.
Marta- ¡Caray, cómo estás! Deberías descansar. Regresa al cuarto y duerme. Mañana seguro que lo verás todo de otro modo. Recordarás lo importante que es para ti tu trabajo y sabrás salir adelante.
Raquel- ¿Tú crees?
Marta- ¡Estoy segura! No eres una mujer asustadiza. ¡Si eres mucho más valiente que yo! Solo tienes que recuperar la seguridad en ti misma y todo irá mejor.
Raquel- (Pensativa) Sí, suena todo muy sensato.
Marta- Es que tienes que darte cuenta que ha sido un día muy duro. El viaje fue largo y el recibimiento difícil. Seguro que todo esto es porque estás agotada. Ve a dormir. Ya verás cómo mañana sin truenos ni rayos ni aullidos del viento o de los vecinos, ya verás cómo entonces te sientes más optimista.
Raquel- Lo que es cierto es que dormir me sentará bien.
Marta- ¿Ves? ¿A qué ya empiezas a sentir como te recuperas?
Raquel- (Dubitativa) Puede que tal vez. Siempre me hace bien hablar contigo. Se me aclaran las ideas. Si estuvieses aquí no estaría tan asustada.
Marta- (Tocándose la mascarilla del rostro) No creas, ahora doy bastante miedo.
Raquel- No me digas más: tu famosa mascarilla facial. (Sonríe) Parecerás un fantasma. Encajarías perfectamente con este escenario terrorífico.
Marta- Me lo imagino, pero aquí ya tengo mi propio escenario de miedo. Y no lo digo solo por la plomiza conferencia sobre cremas caras que tuve que aguantar para que Elena me prestase esta nueva y maravillosa crema pija que dejará mi cutis suave como el culillo de un bebe.
Raquel- ¿Lo dices por los exámenes de tus alumnos?
Marta- No. Lo digo por los exámenes de Abel, el profe de ciencias del grupo C, de “gira” por seminarios y presentaciones de revistas varias. No contratan un sustituto ni de bromas y tengo que llevar las dos clases sin apoyo ninguno. ¡Trabajando más por menos dinero! ¡Así están las cosas! Apenas tengo tiempo ni para dormir y aún así, sin tu aportación jamás podría hacer frente a los gastos de la casa. ¡Ya ves que no eres tú sola la que aguanta injusticias y malos rollos!
Raquel- ¡Cómo se lo montan esos de la escuela! Tendrías que decirles cuatro frescas. Ya es la cuarta vez que recurren a ti con esas triquiñuelas. Ya es casualidad que siempre te escojan a ti para cubrir las faltas del tal Abel. ¡Cómo si no existiese nadie más en el colegio!
Marta- Hay mucha cara por ahí. (Musita para ella) Y espero que ninguna tan tersa como la mía, por obra y gracia de la pesada de Elena.
Raquel- Y nosotras parecemos las tontas útiles para todos. ¡Esto no puede seguir así! Parece que los de Vozarrón imponen su estilo al mundo entero. Siempre aprovechándose y siempre abusando de los más débiles. ¡Maldita sea!
Marta- Ahora te estás enfadando. Mejor así. Más vale enfadada que aterrorizada ¿no? (Irónica)
Raquel- ¿Más vale? Pues no lo sé. No lo tengo claro. Pero lo que ahora es evidente es mi cansancio. ¡Estoy agotada! Voy a seguir tu consejo e irme a la cama cuanto antes. ¡Estoy muerta!
Marta- Me parece muy sensato por tu parte. Yo seguiré un rato más corrigiendo exámenes. Mañana no dejes de llamarme ¿Eh?
Raquel- Sí, mañana con la luz del sol tomaré una decisión sobre Vozarrón y este trabajo.
Marta- Me parece genial. Ya te noto mucho más relajada. Se ha disipado el miedo, así dormirás mucho mejor.
Raquel- Pues que pases buena noche. ¡Y no trabajes mucho! ¡Hasta mañana!
Marta- Tú descansa. Yo me acostaré pronto. ¡Hasta mañana!
Raquel- Gracias por escucharme. Tengo que reconocer que ya no me siento tan asustada.
Marta- ¡Genial! Qué duermas bien.

Ambas cuelgan. La luz de Marta desaparece y ella sale del escenario. Raquel se queda sola bajo el paraguas observando la noche y soportando la tormenta. A punto estaba de darse media vuelta para abandonar el escenario cuando tras un trueno y un rayo observa unas luces que se agitan a lo lejos y de nuevo suenan los gemidos femeninos. Comienzan lentamente y van aumentando de intensidad hasta que convierte en un verdadero alarido. Raquel se estremece, se aferra a la farola y al paraguas. Mira a un lado y al otro horrorizada.

Raquel-¡Cielos! ¡Es una mujer! ¡Es el gemido de una mujer! ¡Tiene que serlo! ¡Es espantoso! ¡No puedo soportarlo!

Raquel se tapa los oídos aterrada y corre hasta salir del escenario que se va quedando lentamente a oscuras, hasta que el gemido se apaga definitivamente.

Acto segundo
Escena I


En el comedor de la pensión, en un primer plano, doña Dorinda dispone en una de las mesas un suculento desayuno. En el exterior todavía llueve y no se ve ni rastro ni del resto de la familia ni del inquilino. La mujer se afana en prepararlo todo para la llegada de Raquel. Cuando todo está dispuesto se retira para traer el café y las tostadas. En ese momento entra Raquel en escena y avanza hasta la mesa que está preparada. Busca con la mirada a alguien y al verse sola se sienta.

Raquel- ¿Pero es posible que en este pueblo no deje de llover nunca? ¡Qué espanto! Al menos hay algo de luz. ¡Menos mal!

Sentada aguarda inquieta sin saber qué hacer. Doña Dorinda regresa sigilosa y cargada con una bandeja. Se aproxima por la espalda de Raquel sin que se percate. Al llegar a su altura le saluda provocándole un nuevo sobresalto.

Dorinda- ¡Buenos días tenga usted, señorita Raquel!
Raquel-(Sobresaltada) ¡Ah! ¡Buenos días! ¡Qué susto me ha dado usted! Parece una costumbre del lugar. (Dice algo molesta)
Dorinda- ¡Perdóneme, no era mi intención! Es que en el pueblo somos todos muy sigilosos.
Raquel-(Murmura fastidiada) Eso parece.
Dorinda- (Vaciando la bandeja) Aquí le traigo un desayuno de campeonato. Le encantará. Pan con tomate, aceite y jamón, zumo de naranja natural y café o cacao, como usted desee.
Raquel-Muchas gracias. Todo tiene un aspecto delicioso. Tomaré un café y bien cargado. Creo que lo voy a necesitar.
Dorinda- Lo imagino, si usted tiene que ir a la mina…
Raquel- ¿Por qué dice eso? ¿Es que está muy lejos?
Dorinda- ¡No, qué va! Está muy cerca. Un paseíto agradable.
Raquel-(Murmura para sí.) Agradable bajo un torrente de lluvia.
Dorinda- No tiene pérdida. Tiene que seguir la calle principal del pueblo y le llevará justo hasta la mina.
Raquel- ¿Y las oficinas están muy alejadas?
Dorinda- Están allí “aladito”. Al llegar verá usted la antigua mina abierta al pie de la montaña. A la derecha están los nuevos ascensores.
Raquel- ¿Es el edificio tan grande que necesita ascensores?
Dorinda- No. Son los ascensores por donde los trabajadores bajaban a la nueva mina, la entrada a la antigua ya no se utiliza. Y justo en frente de los ascensores están las oficinas. Las verá nada más llegar.
Raquel- (Suspira) Bueno, si no las encuentro alguien me indicará dónde están.
Dorinda- Va a ser difícil. No creo que haya nadie. El señor Alejandro es el único empleado que aún permanece en el pueblo y hoy todavía no se ha levantado. Eso significa que no tiene pensado acudir a las oficinas.
Raquel- (Entre dientes) Muy sensato, dado el tiempo que sufrimos.
Dorinda- Vaya tomándose el desayuno, mientras le preparo unos huevos fritos. Es una inyección de energía que creo que le sentará bien. Después le prepararé el almuerzo en una fiambrera para que tenga algo rico que comer durante su jornada laboral. Le voy a preparar unas de mis legendarias croquetas de espinacas que son para chuparse los dedos. ¡Ya verá como le encantan! La cena es a las nueve y una joven de su edad no puede andar por ahí sin comer nada hasta esa hora. (Saca un periódico de un bolsillo del mandilón) Tome, puede entretenerse leyendo la prensa.
Raquel- (Recibe el periódico animada) ¡Qué amable es usted! ¡Está en todo! ¡Qué bien, el periódico del día! Un lujo con el desayuno.
Dorinda- (Antes de retirarse a la cocina) Exactamente no es del día y además tampoco es de la zona. Lo olvidó un viajero hace ya varias semanas. Pero tal vez le interese a usted. Es que hasta el pueblo no suelen llegar los periódicos de la capital.
Raquel- (Sorprendida observa el periódico) Bueno, no se preocupe, le echaré igualmente un vistazo.
Dorinda- (Satisfecha) ¡Perfecto! Solo deseo que lo encuentre todo a su gusto.
Raquel- ¡Por supuesto! ¡Muchas gracias! (Cuando la mujer sale de escena, extiende el periódico sobre la mesa) ¿Qué clase de pueblo es este que no tienen ni periódicos? (Musita) No sé muy bien que hago aquí. Debería de largarme. La lluvia no cesa y toda esta gente es más rara que un perro verde.

Comienza a desayunar mientras ojea el periódico abierto sobre la mesa. El escenario está en silencio, solo la lluvia se escucha a lo lejos. Raquel está concentrada en la lectura cuando un joven aparece en escena cargado con una gran caja de cartón. Es Víctor. Se sorprende de ver a la joven en el comedor y se le acerca por la espalda sigilosamente. Solo habla cuando se halla a un palmo de su cuello.

Víctor- Han venido ustedes en el helicóptero, ¿verdad?
Raquel- (Grita sobresaltada y se vuelve para descubrir al joven Víctor) ¡Por favor! ¡Me ha dado usted un susto de muerte! (Protesta todavía nerviosa).
Víctor- Lo lamento. No quería asustarla.
Raquel- ¿Qué esperaba gritándome al oído de esa manera? ¿Pero qué es lo que les pasa a todos en este pueblo que no dejan de sobresaltarme?
Víctor- ¡Perdóneme, por favor! ¡Lo siento un montón! Es que somos todos muy sigilosos.
Raquel- ¡Ya! Ya me han informado de ello. (Molesta)
Víctor- Creo que no he sido muy cortés. Pero puedo empezar de nuevo. Me llamo Víctor. (Le tiende la mano sonriente)
Raquel- (Le da un apretón aceptando las disculpas) Yo soy Raquel.
Víctor- De Vozarrón, ¿no?
Raquel- Pues sí. Veo que el pueblo entero está informado de nuestra llegada.
Víctor- ¿En helicóptero?
Raquel- ¿En helicóptero? ¡Pero qué perra le ha entrado a todo el mundo con lo del helicóptero! ¡Claro que no! He llegado ayer noche en un horroroso tren que tardó un siglo en llegar y que me abandonó en una estación de mala muerte bajo una terrible tormenta. Ya ve, nada de helicópteros.
Víctor- (Musita) ¡Qué extraño! Están pasando cosas muy extrañas en este pueblo.
Raquel- (Sarcástica) ¡Bueno, no me diga! ¡No me lo puedo creer!
Víctor- Pues aunque el pueblo le parezca un lugar muy tranquilo, debo advertirle que no pasa por sus mejores momentos. Están sucediendo una serie de extraños acontecimientos que no tienen muy buena pinta.
Raquel- (Sarcástica) ¿Además de los gemidos nocturnos, la pertinaz tormenta, las cenas a la luz de una vela o la insistencia en un misterioso sigilo?
Víctor-Se olvida usted de los helicópteros.
Raquel- (Murmura) Y dale con los helicópteros. (En voz alta) Yo de eso no sé nada, pero le aseguro que encuentro mucho más enigmático unos gemidos femeninos en la noche que cualquier sonido de motor, tanto si es de avión o de helicóptero o incluso de nave espacial.
Víctor- ¡Ya! Lo dice usted por doña Alondra ¿no?
Raquel- ¿Alondra? ¿No la llamaban doña Mariposa?
Víctor- ¿Mariposa, la mujer del Emiliano, el taxista?
Raquel- Eso me han dicho, por lo menos.
Víctor- Imagino que los gemidos que la han asustado anoche habrán sido de doña Alondra. Así la llaman en el pueblo. Ella y su marido Pepe regentaban hace años el Ultramarinos. Antes de jubilarse.
Raquel- ¿Y ahora se dedica a gemir por el pueblo adelante cuando llega la noche?
Víctor- Es que no se encuentra muy bien la pobre.
Raquel- (Se queda pensativa) Tampoco doña Mariposa se encontraba muy bien anoche. Se ve que eso de gemir bajo la tormenta es muy contagioso. ¡Es extraño!
Víctor- No tanto. Tanto doña Mariposa como doña Alondra son muy mayores. Cosas de la edad.
Raquel- (Dubitativa) ¡Si usted lo dice!
Víctor- Aunque la mitad del pueblo está desquiciado. O mejor todo el pueblo. Yo mismo no estoy en mi mejor momento y todo por culpa de esa maldita mina.
Raquel- Sí, también me han hablado de la mina. ¿Trabaja usted en ella?
Víctor- ¡Por supuesto que no! ¡Esos miserables jamás me verán por ahí, ni aunque no estuviesen a punto de cerrar! ¡Jamás! Raquel- Entonces ¿A qué se dedica?
Víctor- Yo soy ingeniero.
Raquel- (Gratamente sorprendida) ¡Cómo yo! ¿Y para quién trabaja?
Víctor- (Duda unos instantes y musita al final) Estoy parado.
Raquel- ¡Cuánto lo siento! Es que esto del trabajo está fatal. No sé adónde vamos a llegar. Ahora las empresas son lugares donde ganar dinero a espuertas y no un espacio para que las personas trabajen. Así que es casi imposible encontrar un empleo y mucho menos uno decente. Sino míreme a mí.
Víctor- No se quejará trabajando para Vozarrón. Parecen unos cabrones muy potentes.
Raquel- Si usted es ingeniero comprenderá que no me agrade el trabajo de recorrer las casas en busca de clientes, en lugar de estar en un laboratorio inmersa en mi proyecto de investigación. Ese es mi campo y es lo que yo quiero hacer. Pero ya me ve aquí, en este pueblo, que perdone que le diga, está donde dios no puso ni la zapatilla, con el fin de entrevistar a doñas Mariposas y a doñas Alondras. No es muy estimulante. (Se detiene un instante antes de terminar) Pero es lo que hay.
Víctor- Pues sí que me sorprende lo que dices. Puedo tutearte, ¿verdad? Ya que casi somos de la misma edad.
Raquel- (Sonríe asintiendo.) Y también compartimos disciplina.
Víctor- No exactamente. Yo soy un granjero. O al menos lo era antes de la mina.
Raquel- Entiendo. Un ingeniero agrónomo.
Víctor- Exactamente. Un ganadero, eso es a lo que siempre he querido dedicarme. Pero los de de Minas SA tenían otro plan para este pueblo y los habitantes no contamos para nada. Así que ahora no me queda otra que repartir azúcar y café (Dice agitando la caja que lleva en la mano) para ayudar a mi cuñado. Ya sabes, chapuzas para salir adelante. Pero esto no puede durar mucho. No puede o tendré que abandonar el pueblo, incluso el país si la economía no mejora.
Raquel- (Suspira) Pues la economía no mejorará, al menos para nosotros. Hay a quien siempre le va bien. Por ejemplo a las grandes compañías como Vozarrón que no dejan de encontrar lugares donde comenzar nuevos negocios, al tiempo que rebajan los sueldos a sus empleados. Así siempre aciertan. ¡Ganancia segura!
Víctor- Entiendo lo que quieres decir, pero en este caso me parece a mí que Vozarrón ha metido bien la pata con este pueblo. Poco negocio se puede emprender aquí y menos ahora que la mina, según dicen, está a punto de echar el cierre. No creo que ninguno de nuestros vecinos se muera por una conexión inalámbrica para Internet. Ni siquiera esta pensión, ahora que don Alejandro también está a punto de abandonarla.
Raquel- (Cabizbaja) No creas que no me he dado cuenta. No sé qué demonios hago en este pueblo. He llegado a pensar que solo es una prueba para mí. Y no sé si es mejor demostrarles que puedo con todo o dejarles claro que no pasaré por todo. ¡Es difícil!
Víctor- Ya veo. No es una decisión fácil. Además encuentro raro que Vozarrón no esté enterada del cierre de la mina. Raquel- ¿Y estás seguro de que es inminente?
Víctor- Con la mina nunca se puede estar seguro de nada. Solo nos cuentan mentiras. Nos dicen que cerrarán, que recuperarán el entorno natural, que todo quedará igual que antes. Yo sigo aguardando, pero el momento nunca llega. Tengo un pequeño terreno que me dejó mi padre al morir que aguarda al cierre definitivo y al resultado de los análisis de los pastos. Minas SA asegura que serán positivos, pero yo lo dudo. Creo que esos miserables nos han arruinado a todos con su maldita mina y sus mentiras sin fin.
Raquel- Al menos durante el tiempo que ha estado abierta habrá proporcionado trabajo en la zona. Tengo entendido que Antonio, el marido de doña Dorinda trabajaba en ella.
Víctor- (Resopla enfadado) ¡Pff! ¡Qué remedio le quedó al pobre! El sí que tenía una explotación ganadera como es debido. Una verdadera delicia, pero demasiado cerca de la mina. No le quedó otra que cerrarla deshacerse de las vacas y aceptar una birria de trabajo de limpieza en las oficinas por un sueldo más que ridículo indignante. Si no fuera por la pensión de doña Dorinda esa familia estaría en la calle. Este tipo de minería no requiere de mucho personal y la mayoría de él es traído de fuera. De eso vivieron doña Dorinda y su familia, de algún empleado que se alojó en la pensión. Pero ahora que ya solo queda don Alejandro las cosas se pondrán duras también para ellos.
Raquel- Es terrible, la verdad. Aunque al menos podrán regresar al negocio de la ganadería.
Víctor- Todo eso está por ver. No hay informes fiables y nadie sabe realmente que está pasando ahora mismo en la mina. Me temo lo peor, que nos digan que van a cerrar y que solo se preparen para ampliar la licencia. ¡Estos son capaces de cualquier ruindad!
Raquel-Supongo que será fácil de averiguar ¿no? Con un vistazo a las instalaciones quedaría claro si están recogiendo a ampliando el negocio.
Víctor- (Se ríe amargamente) Claro. Si nos permitiesen acercarnos. Pero desde que anunciaron el cierre nadie puede acudir a la mina. ¡Está terminantemente prohibido!
Raquel- Pues yo puedo hacerlo.
Víctor- (Atónito) ¿Irás a la mina? ¿Y eso por qué?
Raquel- Según parece Vozarrón ha alquilado una oficina en las instalaciones. Esta mañana mismo tengo que dirigirme hasta allí. Imagino que algún jefecillo de zona de Vozarrón me estará esperando. Al menos eso es lo que me advirtieron en la central.
Víctor- (Emocionado) ¡Eso es fantástico! No sabes lo bien que nos vendría a todos, yo incluido, que nos comentases qué actividad se mantiene en la mina. Saber si de verdad están recogiendo o tienen otros planes. Si pudieras hacernos ese favor.
Raquel- ¡Claro, por supuesto! No lo dudes. Recorreré las instalaciones y te informaré de todo lo que vea.
Víctor- Ahora tengo que entregar este paquete e ir al pueblo vecino para terminar con el reparto, pero después podríamos quedar, sí te parece bien, claro.
Raquel- Me parece perfecto. ¿Dónde podríamos vernos? ¿Aquí mismo?
Víctor- (Pensativo) Será mejor que no. Dos casas más abajo hay una pequeña tienda bar que se llama, La Tasca de Marina. Está abierta hasta muy tarde. Podíamos quedar en ella. Está muy cerca y es imposible perderse.
Raquel- Pues quedamos así. A la salida del trabajo me pasaré por la Tasta de Marina. (Sonriente)
Víctor- ¡Perfecto! (También le sonríe) Ahora será mejor que llame a doña Dorinda para entregarle el pedido.
Raquel- Ha ido a prepararme unos huevos fritos, pero parece que se ha extraviado en la cocina.
Víctor- Si son huevos de sus gallinas, tal vez les hayan salido patas y hayan huido de la sartén.

Raquel se queda perpleja por el comentario, pero no dice nada ya que Víctor ha abierto la boca para llamar a doña Dorinda.
Esta aparece en escena antes de que el joven la mencione.
Entra con una bandeja en la mano.

Dorinda- (A Víctor) ¡Hombre, el azúcar! Creí que ya no lo traerías hoy. Es tarde.
Víctor- He llegado hace un rato. Me he entretenido con su nueva huésped.
Dorinda- ¡Jóvenes! ¡Siempre pensando en lo mismo! (Ríe con picardía sonrojando a ambos muchachos) Deja la caja por donde te venga bien. Ya arreglaré cuentas con tu cuñado.
Víctor- ¡Como diga!
Dorinda- Y recuérdale que también necesito té. Aún no sé cuando nos dejará el señor Alejandro y le gusta desayunar un té muy fuerte que ya no me queda.
Víctor- (Ya ha depositado la caja y se dispone a salir) ¡Muy bien, se lo diré! Pues nada. Ya está. He terminado.

Raquel lo mira sonriente. Él le sonríe a su vez y permanece inmóvil mirando a la joven.

Dorinda- Pues eso. Qué ya puedes irte si no tienes nada más que hacer.
Víctor- (Demorando la salida) Ya está todo. (Murmura)
Dorinda- Pues andando, que imagino que todavía te quedará mucho trabajo por delante.
Víctor- (Suspira hondo) ¡Es cierto! Debo seguir con el reparto en el pueblo vecino y no queda cerca. (Le dice a Raquel mientras comprueba que el pedido esté en perfecto estado. Raquel asiente asiente)
Dorinda- Asegúrate de que no falta nada como la última vez. Que tu cuñado parece que últimamente tiene la cabeza en otra parte.
Víctor- No se preocupe, señora Dorinda. En esta ocasión todo estará perfecto. (Comprobando el pedido con la lista que lleva en la mano.)

Doña Dorinda deposita los huevos frente a Raquel que los mira nerviosa.

Dorinda- ¿Acaso no le gustan los huevos?
Raquel- Sí, mucho. (Pero los sigue mirando con aprensión y murmura para sí antes de cortarlos con el cuchillo) Espero que ni se muevan ni giman como Mariposas o Alondras.
Dorinda- No estarán fríos, ¿verdad?
Raquel- Hmm (Niega con la cabeza con la boca llena)
Dorinda- Es que el Charly me ha estado dando la lata con el desayuno. ¡Adolescentes! Ni se imagina lo agotadores que son. Hasta hoy, como todavía no le empiezan las clases, no había quien lo sacase de la cama antes de las 12 y ahora que tengo huésped, ya ve usted, se ha levantado como las gallinas y con mucho misterio diciendo que va a trabajar. ¡Ja! ¡Me ha cogido tal emoción que hasta me han dado ganas de llorar! (Musita para sí) Aunque ¿para qué demonios valdrá este muchacho? ¿Quién sabe? (En alto) Lo que yo le diga, señorita, los adolescentes han nacido para reventarles los nervios a sus padres. ¡Es para el único trabajo que valen!

No bien había terminado la frase, cuando en el salón se escucha un estridente y aterrador sonido que atraganta a Raquel obligándola a ponerse en pie de un salto con la mirada desencajada por el terror.

Raquel- ¡Por favor, qué demonios está pasando!

Ni Dorinda ni Víctor parecen alterados. Ambos contemplan el terror de Raquel por el gemido estremecedor y se aproximan a ella tratando de calmarla.

Dorinda- ¡Tranquilícese, por favor, no es nada!
Raquel- (Fuera de sí) ¿Cómo que no es nada? ¿Pero acaso no escuchan lo mismo que yo? ¡Qué es esto!
Víctor- (Qué también está ya a su lado) ¡Calma, Raquel! No pasa nada. Solo la sirena de la maldita mina.
Dorinda- Víctor dice la verdad. No debe alterarse por esto. ¡Es todo culpa mía! Debía advertirla sobre la sirena de la mina. Todos los días a esta hora tenemos simulacro, ¿sabe usted? No es nada más que eso. ¡Un simple simulacro!
Víctor- (Intentando convencer a la joven todavía asustada) ¡Es cierto! Unas absurdas medidas de seguridad de la mina. Estamos tan acostumbrados a ellas que ni se me ocurrió alertarte.

Al fin el terrible sonido de la sirena se apaga. Raquel se va recuperando del susto hasta que por fin se sienta de nuevo ante el desayuno.

Víctor- ¿Estás mejor? ¿Ha pasado el sobresalto?
Raquel- (Resoplando) Sí, ya estoy algo mejor. Ha sido un susto de campeonato.
Dorinda- ¡Claro, si no se está acostumbrado asusta un poco!
Raquel- Un “poco” no se ajusta exactamente a la realidad. (Con cierto retintín) No comprendo cómo pueden soportar algo así. La vedad no lo entiendo. ¿No habían dicho que la mina está pronta a cerrar? ¿Con qué fin suenan entonces las alarmas, si además ni siquiera han ensayado un simulacro?
Víctor- Tampoco yo lo comprendo, desde luego. Pero la mina se impone a nosotros. Domina nuestras vidas. Esa es la realidad. A nosotros solo nos queda aceptar, bajar la cabeza y obedecer. ¡Esa es la única verdad!
Dorinda- No le haga caso a Víctor. Se pone muy transcendente. Al fin y al cabo es normal que existan normas de seguridad. La seguridad ante todo. ¿No?
Víctor- Lo siento, doña Dorinda, pero usted sabe de sobra que no comparto su opinión. (Se vuelve a Raquel que ya parece recuperada) Ahora que ya estás mejor, debo irme y seguir con mi jornada. (Raquel asiente con la cabeza) No te olvides de la Tasca de Marina.
Raquel- Desde luego que no. Allí estaré.

Víctor se dirige hacia la salida del escenario en el instante en que hace su entrada un nuevo personaje: el alcalde, el señor Marín y Villegas.

Alcalde- ¡Hombre, nuestro amigo Víctor! ¿Qué se te ha perdido por aquí? ¿A lo mejor una vaca? (Ríe de su chiste que solo le hace gracia a él)
Víctor- (Evidentemente molesto musita) Sí, una vaca fosforescente gracias a vosotros. (En voz alta declara molesto y con prisas) Ya sabe que no me queda otra que dedicarme al reparto y aún me queda jornada por delante. Debo irme, señor alcalde.
Alcalde- Me alegro de que todo te vaya bien y que mantengas un espíritu optimista. (Vuelve a reírse aunque nadie sepa por qué) Espero que no tengas nada que ver con los rumores que corren por el pueblo. (Se ríe de nuevo)
Víctor- (Sin ganas de bromas) No sé a qué rumores se refiere, pero, por supuesto, que no tengo nada que ver. No tengo tiempo para habladurías.
Alcalde- (Suelta una sonora carcajada) Pues a los rumores sobre el fantasma. ¡Qué si no! Ahora los cuentos de viejos van de eso: espectros que recorren el pueblo, ánimas del purgatorio que deambulan por las calles y espíritus de los ya fallecidos que no tienen ganas de abandonarnos. (Se ríe a carcajadas) Asusta viejas.
Víctor- Yo no me trago esas chorradas de fantasmas. A mí solo me preocupan los vivos. Son esos a los que hay que temer. (Se vuelve hacia Raquel que está más pálida que nunca y le hace un gesto con la cabeza) Le dejo con sus historias de miedo y me vuelvo a las mías. ¡Qué tengan y buen día! (Sale visiblemente disgustado)

El alcalde se aproxima a la mesa de Raquel exhibiendo la mejor de sus sonrisas y con la mano extendida con el fin de darle un apretón a la joven.

Alcalde- Raquel Iniesta ¿Me equivoco? Yo soy Don Marín y Villegas, el alcalde de este encantador enclave de montaña. ¡No se levante, por favor! (Le dice cuando esta intenta incorporarse para apretarle la mano) Siga con su desayuno. No la molestaré más de un minuto.
Raquel- Encantada (Apretándole la mano sin levantarse)
Alcalde- (A doña Dorinda que permanece atenta a la conversación le espeta autoritario) Seguro que tú algo tendrás que hacer en la cocina, ¿verdad? (La mujer asiente y sale de escena a toda prisa) Es un placer conocerla (Ya sonriente a Raquel) Iba camino de la residencia de mi buen amigo don Aniceto de Castro y Aguete, muy cerca de aquí, y me he tomado la libertad de traerle este ordenador que creo que le pertenece (Le entrega un PC portátil que lleva una pegatina de Vozarrón)
Raquel- (Lo mira con sorpresa) Sí, es de Vozarrón, desde luego.
Alcalde- ¡Por supuesto! Hemos hablado con su jefe y le hemos indicado que se traslade usted aquí con su trabajo, en lugar de acudir a la mina. Aquí estará más cómoda ya que la mina no es un lugar agradable para trabajar, sobre todo ahora que ya no queda nadie.
Raquel- ¿Ha hablado entonces con el jefe de zona de Vozarrón?
Alcalde- ¡Claro! No tardará en pasar por aquí para estar con usted. Solo he querido ser amable y evitarle el viaje a la mina en busca del ordenador. Y ya no la molesto más y sigo mi camino. ¡Ja, ja , ja! (Se ríe sin que sepamos de qué) Mi gran amigo y el más destacado y culto aristócrata, amante de las artes y protector de este encantador enclave de montaña, el conde Aniceto de Castro y Aguete, estará esperándome con importantes asuntos ¡Ja, ja, ja! ¡Asuntos de vivos y no de fantasmas! ¡Ja, ja, ja! Aunque… ¿Quién sabe? ¡Ja, ja, ja! (Y estalla un rayo y un trueno que sobresalta a Raquel)
Raquel-Muchas gracias por el PC. (Musita todavía inquieta por el estallido de la tormenta)
Alcalde- ¡Pues que tenga un buen día! ¡Ja, ja, ja! (Dice dirigiéndose hacia la salida sin inmutarse por el temporal que arrecia.)

Justo en ese instante entra otro hombre empapado por la lluvia y protestando entre dientes por el lluvioso clima. El alcalde se detiene camino de la salida para saludarle.

Alcalde- ¡Casualidades de la vida, señor Campuzano! Precisamente estábamos hablando de usted.
Campuzano- ¡Buenos días, señor alcalde! (Dice luchando por cerrar el paraguas empapado)
Alcalde- Justo acabo de contarle a su joven empleada que este mismo salón le servirá de oficina improvisada durante su estancia en nuestro acogedor pueblo. Y de paso que me dirigía a la casa de mi buen amigo el conde Aniceto de Castro y Aguete, la crema y nata de la sociedad local, un hombre culto y amante del séptimo arte, he tenido la amabilidad de acercarle el portátil que usted había dejado en las instalaciones de la mina.
Campuzano- ¡Muy amable de su parte, señor alcalde! (Con tono servil) Sabe que en Vozarrón solo queremos agradarle a usted y a ese gran hombre y conde de Casto y Aguete.
Alcalde- ¡Ja, ja, ja! ¡Dejémonos de títulos y de delicadezas, amigo mío! Agradezco su colaboración y les animo a seguir adelante. Ante este pueblo se abre un futuro esperanzador y todos debemos aportar nuestro granito de arena para llevarlo adelante. ¡Todos! ¡jajaja! ¡Vivos o muertos! ¡Ja, ja, ja! (Ríe mientras tanto Raquel como su jefe contemplan atónitos) ¡Qué tengan ustedes un buen día! ¡Hasta pronto, amigos míos! ¡Ja, ja, ja! (Sale de escena)

El señor Campuzano se dirige hacia Raquel que se levanta esperando la llegada de su jefe. En ese instante entra Dorinda, tal vez alertada por las carcajadas exageradas del Alcalde.

Dorinda- ¿Me llamaba, usted? (A Raquel. Es entonces cuando descubre al señor Campuzano) ¡Ah! ¡Buenos días! ¿Desea el señor desayunar? ¿Compartirá mesa con la señorita o le preparo otra?
Campuzano- (Sigue peleándose con el paraguas) No, muchas gracias. No voy a desayunar. Solo me quedaré un momento, pero si tiene la amabilidad de tomar el paraguas. Le estoy empapando el salón.
Dorinda- (Cogiéndolo de inmediato) No se preocupe, yo me encargo de él. Se lo dejaré en un paragüero que hay en la entrada.
Campuzano- ¡Muchas gracias! (Dorinda sale con el paraguas y Campuzano se dirige a Raquel con la mano extendida) Raquel Iniesta, ¿verdad? Campuzano.
Raquel- (Dándole un apretón de pie) Encantada.
Campuzano- Siéntese usted, por favor. (Mientras él se sienta con ella secándose el agua de la lluvia) ¡Menudo tiempecito tiene en este pueblo perdido! (Musita) Veo que es verdad que el señor alcalde amablemente le ha acercado el portátil de la empresa. ¡Mejor! Así podrá empezar cuanto antes a recorrer este “bucólico paraje”. (Dice con retintín) Y así podré pirarme de esta pesadilla lo antes posible (Murmura)
Raquel- Parece que en este pueblo no hay mucha expectativa de negocio. Según me han dicho, la mina está pronta a cerrar y los habitantes son en su mayoría ancianos que no están muy interesados en las nuevas tecnologías.
Campuzano- ¿Ah sí? Pues no tenía ni idea. A mi es que no me informan de nada. (Enfadado) ¡Soy el último mono en esta empresa!
Raquel- Supongo que en el PC encontraré todo lo necesario para comenzar el trabajo.
Campuzano- (De mal humor) Pues eso espero. Porque me han obligado a dejar mi zona apresuradamente y venir a este inhóspito lugar en plena noche para traerle todo el material como si estuviésemos ante el negocio del siglo. ¡Y menuda tormenta la de ayer noche! (Mira al exterior) ¡Y la de hoy mismo, y la de todo el tiempo!
Raquel- Es verdad que el tiempo es malo.
Campuzano- (Cada vez más indignado) La lluvia, los rayos, los truenos, los gemidos, las luces… ¡Maldito pueblo! Y por si no fuese suficiente, esta mañana me saca del cutre camastro que me ofreció el alcalde para dormir, el mismísimo jefazo de Vozarrón. ¡Menuda locura!
Raquel- (Perpleja) ¿El Gran Jefazo? ¿El canadiense?
Campuzano- ¡No, mujer, no! ¡El Gran Jefazo de nuestro país! Me arrancó de la cama para asegurarse de que todo el material le era entregado en esta pensión. Si querían eso, haberlo dicho antes y me evitaba el desagradable viaje a la mina. ¡No he pegado ojo en toda la noche! ¡Maldita sea! (Murmura entre dientes)
Raquel- ¿Entonces ha estado en la mina? ¿Cómo es?
Campuzano- ¡Pues oscura y siniestra! ¿Cómo va a ser una mina sino? (De mal humor)
Raquel- Es extraño que el Gran Jefazo esté en este pueblo.
Campuzano- (Todavía enfadado) Claro que no está. Se ha largado, por supuesto, en helicóptero, faltaría más. Sin tener que recorrer en plena noche todos esos caminos enlodados, sin asfaltar, sin señalizar, bajo una espantosa tormenta. Eso está bien para mí. ¡Es que soy el último mono en esta empresa!
Raquel- ¿Se refiere a esos caminos que tendré que recorrer yo bajo la constante tormenta?
Campuzano- (La mira atentamente y al fin sonríe) Es verdad. Usted está mucho peor. ¡Ja, ja! ¡Menos mal! Es un alivio.
Raquel- (Molesta dice irónicamente) Muy amable de su parte.
Campuzano- (Todavía sonriente) Pues ahí afuera tiene “su encantador” lugar de trabajo y como ya dispone del material, mi trabajo ha terminado. ¡Me largo! Regreso a mi zona, se ve el sol y hasta tenemos carreteras asfaltadas, todo un lujo. Si necesita algo, llame a la central.
Raquel- (Perpleja) Entonces ¿me quedo sola? Pero si todavía no tengo muy claro lo que hay que hacer.
Campuzano- En la tableta tiene usted todas las indicaciones precisas e incluso dispone de un sencillo manual que le aclarará todos los términos técnicos que no conozca. ¡Todo está ya más que pensado!
Raquel- No necesito ese manual. Soy ingeniera, con un brillante expediente. No me imagino que exista una especificación técnica en ese manual que no comprenda. (Fastidiada)
Campuzano- (La mira atónito) ¿Ingeniera? ¿Y qué demonios haces entonces aquí?
Raquel- (Torciendo el gesto y sarcástica) No sé. Tal vez machismo. ¿Le suena?
Campuzano- (Estalla en carcajadas) ¡Te han jodido a base de bien, chica! ¡ja, ja! ¡Al menos no soy el único puteado en esta empresa! ¡Es un verdadero alivio! (Burlándose) ¡Han empaquetado a una ingeniera a hacer el trabajo de los comerciales! Se llama sobrecualificación ¿sabes? Y es una putada. ¡Ja, ja, ja!
Raquel- (Conteniendo la furia) ¡Qué amable es usted! ¡Qué considerado!
Campuzano- No estamos aquí para hacer el paripé, chica. Lo que te queda es repasar los informes del PC, después tomar la tableta y marcharte a recorrer el pueblo. Así que manos a la obra. Apretando los dientes, bajando la cabeza y al tajo. Esa es la vida de un asalariado. ¡Ja!
Raquel- (Se queda un instante pensativa) Nadie me ha entregado la tableta de la que habla.
Campuzano- (Mira el PC y busca la tableta) ¡Lo que faltaba! El alcalde se ha olvidado de la tableta. Pues la necesitas para rellenar las fichas de cada posible cliente. (Estalla en carcajadas) ¡Ja,ja, ja! Al menos hay alguien más puteado que yo. Te ha tocado el “delicioso” paseíto a la mina. En las oficinas que me indicaron en un primer momento, dejé el PC y la tableta. Tendrás que ir a por ella. ¡Qué lo disfrutes! ¡Ja, ja, ja!
Raquel- (Conteniendo la rabia) ¿Es todo lo que tiene que decirme? Todavía no tengo muy claro por qué me han traído aquí.
Campuzano- ¿Y qué se yo? Algún interés tendrá el jefe para trasladarse hasta esta mierda de pueblo en helicóptero. ¡Cómo si aquí hubiese algo más que barro y lluvia! Seguro que tú solo estás aquí para justificar sus planes, sean lo absurdos que estos sean. ¡A mí me importa un pimiento! ¡Por la cuenta que me tiene paso de los chanchullos de los jefes! ¡Aquí ya no pinto nada! (Retumba un trueno que los hace estremecer) ¡Disfruta del tiempo, de la mina y de todos estos frikis! ¡Ja! ¡Yo regreso al mundo civilizado!
Raquel-(Molesta y sarcástica) ¡Yo también le deseo que tenga un buen día! (Una vez que se queda sola musita) ¡Menudo papelón el mío! No me quedará otra que comenzar mi primera jornada de trabajo. ¡Veremos qué me reserva este “delicioso día”! (Otro trueno retumba)

Raquel toma la taza de café y se precipita a apurarla. Justo en ese instante entra sigilosamente Emiliano el taxista que se acerca a la joven por la espalda. Al llegar a su altura le habla provocándole un nuevo sobresalto.

Emiliano-¡Buenos días, señorita! ¿Está ya lista para visitar la mina?
Raquel-(Sobresaltada y tras volverse y descubrir al taxista, suspira aliviada) ¡Cielos! ¡Me ha dado un susto de muerte! ¡No me diga nada! En este pueblo son todos muy sigilosos.
Emiliano- Muy sigilosos. (Murmura el taxista)

Se apaga la luz.

Escena II


Emiliano y Raquel están en mitad del escenario cada uno bajo su paraguas. En primer plano, a la derecha hay un contenedor de basura y a la izquierda un montón de cajas. En el fondo del escenario en el centro está la antigua mina.

Emiliano- Ya ve como está la carretera. Hecha un verdadero lodazal. Por eso no hemos podido llegar con el taxi hasta aquí.
Raquel- Con lo que está lloviendo, me hago cargo. No se preocupe.
Emiliano- (Señalando a la derecha de donde se encuentran) Estos son los ascensores por los que los trabajadores bajaban a la mina. Como puede ver están parados.
Raquel- Ya veo que aquí no hay ni un alma. Tal vez sea cierto que la mina está a punto de cerrarse.
Emiliano- (Se encoje de hombros) Eso dicen. Pero nunca se sabe.
Raquel-(Señalando al edificio de la izquierda) Y esas serán entonces las oficinas.
Emiliano- Sí. (Señala entonces al centro) Y esa especie de cueva al pie de la montaña es la antigua mina. Ya estaba cerrada cuando yo era un niño. Hace unos años abrieron la nueva. Parecía que todos íbamos a trabajar en ella. Hasta yo hice unos trabajos muy hermosos en pizarra. Era bueno con la pizarra, sí señor. Pero prefiero el taxi. Es más adecuado para mi edad.
Raquel- ¡Claro, lo entiendo! O sea que si quiero averiguar si la explotación está realmente a punto de ser cerrada, debería de acceder a los ascensores y no a la antigua mina.
Emiliano- (Escandalizado) ¿No pensará usted bajar? ¡Es una locura! ¡Y es muy peligroso! Podría pasarle una desgracia.
Raquel- No se preocupe. (Tratando de ocultar sus verdaderas intenciones) No pensaba bajar. ¡Claro que no! Solo era curiosidad.
Emiliano- (La mira dubitativo) Será mejor que suba a las oficina a recoger eso que ha dicho, yo la acompaño, no se preocupe.
Raquel- (Tratando de zafarse de la vigilancia del taxista) ¡Por favor, no se moleste! ¡Con la que está cayendo no es necesario que se moje más! Regrese al taxi y espéreme allí. Subiré y bajaré en un instante. Le prometo que solo será un momento. Ya volveré al taxi cuando haya terminado.
Emiliano- (Dubitativo) ¿Está segura? Mire que si le pasa algo me meterá en un buen lío. Me han encargado que la traiga y que la lleve de vuelta sin novedad. Me caería el pelo. Mucho peor mi mujer pagaría los platos rotos.
Raquel- ¿Su mujer? No lo entiendo. ¿Qué tiene que ver conmigo y con la mina?
Emiliano- (Preocupado por haber hablado tal vez de más) Nada, nada, desde luego. No tiene nada que ver con la mina. Pero ya sabe que está delicada y necesita de cuidados médicos.
Raquel- (Lo mira todavía confusa) Lo siento, pero sigo sin entenderle.
Emiliano- Los cuidados médicos dependen de las autoridades, sabe usted. Y son ellas las que me han encargado la tarea de cuidarla. No se tomarían bien que no llevase a cabo mi cometido como Dios manda.
Raquel- Le repito que no me pasará nada. Le prometo que solo visitaré el edificio de oficinas. Seguro que en un par de minutos encuentro la tableta y regreso al taxi. Le ruego que no se moje más por mi culpa. El día está tan desapacible que sería terrible que cogiese usted un resfriado. Creo que en su casa ya tienen ustedes problemas médicos de sobra. ¡Venga, hágame caso! ¡Vuelva al taxi! Todo irá bien.
Emiliano- ¡De acuerdo! (Concede al fin) Pero regrese pronto. La espero.
Raquel-¡Se lo prometo! Deme solo unos minutos.

Al fin el taxista, bajo su paraguas, camina lentamente hasta salir de escena volviéndose de vez en cuando para mirar a la joven, mientras Raquel lo observa. Cuando se queda sola aprovecha para aproximarse a los ascensores y echar un vistazo.

Raquel- Don Emiliano tiene razón. Bajar es una locura. Aunque no veo otro modo de informar a Víctor de si la mina está en realidad en vías de cierre o no. Desde luego, en plena efervescencia laboral no está. ¡Eso está más que claro! Aquí no se ve un alma. Estoy completamente sola. (Mira a un lado y al otro. Tras dudar un rato al fin toma una decisión) Será mejor que haga caso al taxista y me limite a recoger la tableta. Con semejante día y sin nadie alrededor no parece sensato bajar a la mina. (Resopla) Lo único que le podré contar es que en principio las instalaciones parecen desiertas.

Raquel camina entonces hacia la izquierda del escenario donde está el edificio de oficinas. Pero cuando está a mitad de camino, escucha un extraño ruido y además estalla un rayo y retumba un trueno que la sobresalta y llama su atención. Vuelve la cabeza hacia la antigua mina, al fondo del escenario. Raquel se detiene en seco.

Raquel- ¿Qué ha sido eso? (Se para a escuchar, aferrada a su paraguas, no oye nada y se dispone a retomar el camino al edificio de oficinas) No ha sido nada, solo mi imaginación y esta maldita tormenta que no cesa. (Es entonces cuando algo llama su atención de nuevo.) ¡Anda! ¿Qué será eso? ¡Parece que allí al fondo hay un objeto en el suelo que brilla! (Mira a un lado, mira al otro, duda y al fin avanza hacia el brillo del suelo, lo alcanza y se agacha a recogerlo siempre mirando a un lado y al otro) ¡Vaya, solo es un pañuelo con un broche! ¡Nada más! ¡Qué bobada!

Cuando Raquel se incorpora con el pañuelo en la mano mira casualmente hacia el interior de la mina. Un nuevo rayo, un nuevo trueno y entonces se ve en escena la sombra de la proyección de un rectángulo de cartulina opaco de pie sobre uno de sus lados más cortos.

Raquel- ¿Pero qué es eso que hay dentro de la mina? Parece un monolito de piedra.

Raquel duda si avanzar hasta el interior de la mina. Se pone de puntillas para ver mejor sin necesidad de entrar. Pero parece que no consigue observar el monolito con claridad.

Raquel- ¿Es posible que se trate de un monolito de piedra? ¿Qué significará? ¿Qué pintará ahí dentro? ¿No decían que la mina antigua llevaba años y años clausurada? Debería de asegurarme. Tendría que entrar a echar un vistazo.

Cuando al fin se decide a entrar y da un paso al frente un terrible aullido comienza a brotar de la propia mina. Un aullido que va in crescendo, que aterrorizan a la joven y le hace desistir de la idea de penetrar en la mina.

Raquel-¡No! ¡Cielos! ¿Esos gemidos otra vez? ¡Es espantoso! (Se tapa los oídos horrorizada con el paraguas en la mano y el pañuelo también)

Se gira asustada hacia un lado, después hacia el otro. Los gemidos no cesan y justo cuando Raquel está ya totalmente aterrada escrutando la mina en una dirección, una figura totalmente cubierta de gris oscuro con gasas vaporosas y rasgadas y con el rostro teñido de gris, aparece en el escenario corriendo a toda velocidad pero con pasos muy cortos. Alcanza la espalda de Raquel, que justo está mirando para el otro lado y cuando se vuelve hacia el lado donde está la aparición, esta corre en dirección contraria, sin que Raquel consiga observarla directamente. La joven grita horrorizada.


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