Obra que se desarrolla en una noche de niebla londinense de 1958. Relata un encuentro imaginario entre la famosa y premiada escritora francesa, Simone de Beauvoir y la joven científica Rosalind Franklin, que a pesar de que sus investigaciones fueron decisivas a la hora de desentrañar la estructura del ADN, no obtuvo el reconocimiento que disfrutaron sus colaboradores masculinos que despreciaron su definitiva aportación solo por el hecho de ser mujer.
Obra que reflexiona sobre los derechos de la mujer y la discriminación femenina.
•Personajes
Simone de Beauvoir : Escritora y filósofa francesa.
Joven amiga: Compañera de Simone de Beauvoir.
Rosalind Franklin: Científica que obtuvo los datos que permitieron definir la estructura de doble hélice del ADN y que jamás recibió el Nobel por semejante logro.
Hombre: Espía americano
DOS DAMAS EN LA NOCHE
POR MILA OYA
Acto primero
El escenario está completamente a oscuras y cubierto de niebla. Estamos en Londres. Es febrero de 1958. Por un lado del escenario aparecen dos mujeres caminando. Una luz las ilumina únicamente a ellas. Una es Simone de Beauvoir, con un abrigo oscuro y con un pañuelo rojo en la cabeza. En estas fechas tiene 50 años. Su compañera es más joven y también va muy abrigada para protegerse del intenso frío y de la niebla nocturna de Londres.
Ambas caminan lentamente, cogidas del brazo entre las tinieblas. Simone de Beauvoir avanza con un brazo extendido palpando las paredes de los edificios de la calle londinense por la que transitan en la oscuridad.
Simone de Beauvoir- No sé cómo me he dejado convencer para esta excursión clandestina en Londres. Parece que a medida que cumplo años voy perdiendo el sentido común.
Joven amiga- (Vuelve la cabeza para mirar hacia atrás) Tampoco es que te resistieses mucho, afortunadamente, claro.
Simone de Beauvoir- Esta ciudad es una de las capitales más desapacibles de Europa. ¡Qué bien que estaríamos ahora en París! ¡Menos mal que ya nos queda poco!
Joven amiga- ¿Estás segura? (Sigue mirando hacia atrás de vez en cuando) Yo hace rato que me he extraviado. Si no fuera por ti no lo hubiese conseguido. Te doy de nuevo las gracias. Has sido una ayuda imprescindible. Yo apenas conozco Londres y mi inglés es totalmente deplorable. No como el tuyo, pareces una nativa.
Simone de Beauvoir- No es necesario que sigas halagándome. Ya ves que he cumplido mi palabra y aquí estoy, pasando un frío mortal, cubierta por un manto blanco e inglés que hiela hasta la sangre. Pronto llegaremos a la estación, tomaremos el ferrocarril subterráneo con destino al hotel y esta aventura habrá terminado con final feliz.
Joven amiga- (Mirando hacia atrás) ¡Eso espero! Y no olvides tu otra promesa, por favor.
Simone de Beauvoir- (Sonríe) ¡Te he dado mi palabra! ¿Cómo es posible que en estas cuestiones ni siquiera mis amigos más íntimos se fíen de mí? Lo he prometido. No escribiré absolutamente nada sobre esta noche. ¡Nada! ¿Te quedas más tranquila?
Joven amiga- No es que dude de tu palabra, pero eres Simone de Beauvoir. Todo el mundo sabe que no hay un solo sentimiento ni vivido ni presenciado que no haya pasado a formar parte de tus escritos. Tus amantes lo saben muy bien y no a todos les ha hecho mucha gracia.
Simone de Beauvoir- Lo sé. No sigas por ahí. No tendrás que enemistarte conmigo, como les ha pasado a otros. Esta noche no ha existido y he jurado solemnemente que nadie sabrá por mí, nada de lo que suceda entre estas sombras.
Joven amiga- Me costaría mi futuro y sobre todo el de mi novio. No es legal lo que estamos haciendo.
Simone de Beauvoir- Lo sé. Tal vez fuera eso lo que me empujó a ayudarte.
Joven amiga- Y nuestra historia pasada ¿no?
Simone de Beauvoir- Siempre guardaré de ella un buen recuerdo. Hemos seguido siendo amigas y eso no es habitual.
Joven amiga- El feminismo nos ha unido en más de una ocasión.
Simone de Beauvoir- Sabes que jamás me he declarado feminista.
Joven amiga- Todavía no, pero esta aventura te convertirá en el buque insignia de la lucha por los derechos de las mujeres francesas.
Simone de Beauvoir- ¿Tú crees? Nada menos que: “Buque insignia”. Suena a mujer vieja y gorda.
Joven amiga- O a mujer valiente y generosa.
Simone de Beauvoir- Dudo que haya mucha gente que piense eso de mí. Y esta velada no creo que sirva para cambiar las cosas, al fin y al cabo, no quedará constancia de lo sucedido esta noche, como tú has querido, por otra parte. Difícilmente podrán reconocer mi colaboración en los hechos. (Con cierta malicia)
Joven amiga- No sucederá así en mi corazón.
Simone de Beauvoir- (Se ríe abiertamente) Tu corazón es muy voluble, muchacha. Lo mismo me recuerda tiernamente que me olvida según conveniencia.
Joven amiga- (Se detiene y guarda silencio) ¿Has oído?
Simone de Beauvoir- (También se detiene y escucha) ¿Qué sucede?
Joven amiga- Creo que nos están siguiendo. Escucho pasos.
Ambas guardan silencio unos instantes. Se escuchan unos pasos que de inmediato se detienen.
Joven amiga- (Visiblemente preocupada) ¡Nos siguen! ¡Ya sabía yo que todo había resultado demasiado fácil! Debemos darnos prisa. Tengo que poner a buen recaudo los cilindros cuanto antes. Estoy segura de que vienen a por ellos. (Se toca el bolsillo del abrigo donde ha escondido los cilindros)
Simone de Beauvoir- Entonces será mejor que no nos detengamos. ¡Sigamos caminando! Al dar la vuelta a la esquina nos encontraremos en la estación de metro. ¡Apretemos el paso!
Las dos mujeres tomadas del brazo aceleran el paso en la noche. La joven amiga se lesiona entonces un tobillo.
Joven amiga- (Grita de dolor) ¡Maldita sea! ¡Me he torcido el tobillo! ¡Qué dolor!
Simone de Beauvoir- (Ambas se detienen y Simone de Beauvoir se inclina para revisar la lesión) Te dije que esos zapatos no eran los adecuados para semejante excursión nocturna, pero se ve que la coquetería femenina no sabe de peligros.
Joven amiga- (Preocupada por el tobillo y por los supuestos pasos que las siguen en la noche) ¡Debí haberte hecho caso! ¡A punto he estado de partirme el tacón! Si es verdad que nos siguen, no voy a ser capaz de escapar. ¡Maldita sea! ¡Lo he echado todo a rodar! ¡Me quitarán los cilindros y espero que se contenten con eso!
Simone de Beauvoir- ¿Temes que te denuncien ante las autoridades?
Joven amiga- No lo sé. Esto es espionaje industrial. Las píldoras llamadas Enovid no se comercializan en Francia. Pero gracias a los conocimientos científicos de mi novio, pronto podremos disfrutarlas también las mujeres francesas. De eso me encargo yo.
Simone de Beauvoir- ¿Y estás segura de que son eficaces?
Joven amiga- ¡Ni te imaginas lo que esto va a significar para las mujeres! ¡Es la libertad absoluta! ¡El control de nuestro futuro, de nuestro destino! Tenías que participar en esta excursión nocturna. Sería imposible que Simone de Beauvoir, la gran defensora de la mujer, no formara parte de este momento histórico.
Simone de Beauvoir- Es emocionante, sí. ¡Lástima que ya sea tarde para mí!
Joven amiga- (Mirando hacia atrás preocupada y arrastrando lentamente el pie lesionado) Ahora no empieces con tus lamentaciones. ¡Todavía eres una mujer joven y atractiva!
Simone de Beauvoir- (Se ríe abiertamente) Ya te dije que no es necesario que sigas halagándome. Esta mujer que lucha contra los sofocos de la menopausia, te ha prometido solemnemente que te ayudaría y que no escribiría ni una sola letra sobre lo que suceda esta noche. ¡Y mantendré mi palabra, aunque lo dudes!
Joven amiga- (Entre dientes por el dolor) ¡Confío en ti!
Simone de Beauvoir- (Ahora es ella la que se detiene alertada por unos pasos que se escuchan en la oscuridad) ¡Tenías razón! (Susurra preocupada) ¡Nos siguen! ¡Debemos darnos prisa o esas píldoras milagrosas jamás llegarán hasta las mujeres parisinas!
Joven amiga- ¡No puedo avanzar más rápido! ¡Me duele muchísimo el tobillo!
Simone de Beauvoir- ¡Apóyate en mí! ¡Te llevaré a rastras hasta la estación, si es necesario! Solo tenemos que doblar la esquina.
Ambas mujeres alcanzan lentamente, y sin dejar de volver la cabeza, el lado opuesto del escenario, siempre con el foco de luz que solo las ilumina a ellas entre la niebla. Salen de escena y ésta queda absolutamente a oscuras. Entonces se escuchan claramente unos pasos y la sombra de un hombre, vestido de oscuro y sombrero, atraviesa el escenario en penumbra a toda prisa, siguiendo el camino recorrido por las mujeres.
Acto segundo
La niebla de la noche londinense sigue tomando el escenario ahora tenuemente iluminado. Nos hallamos en la estación. Vemos de frente dos bancos de madera separados por una farola. En uno de ellos aguarda una única viajera. Se trata de una mujer sentada en la noche, media oculta por el periódico que lee bajo la luz de la farola y que espera la llegada del metro.
Aparecen en escena Simone de Beauvoir arrastrando a su amiga.
Simone de Beauvoir- ¡Ya hemos llegado!
Joven amiga- ¿Todavía nos sigue?
Simone de Beauvoir- No lo sé. (Tras mirar a su espalda se dirige hacia el banco vacío) Será mejor que nos sentemos. El tren no tardará en llegar.
Joven amiga- (Se deja conducir hasta el banco y se sienta dolorida. Simone de Beauvoir lo hace a su lado) Todo parecía que estaba saliendo demasiado bien. Era demasiado fácil. ¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer si aparece ese hombre que nos sigue? No podré evitar que se apodere de las píldoras. ¡Maldita sea! ¡La he fastidiado por completo!
En ese mismo instante irrumpe apresuradamente en el escenario un hombre de traje oscuro y sombrero que de inmediato se detiene. Echa un vistazo a su alrededor y decide situarse a una distancia prudencial del banco en el que se han sentado las dos mujeres. Obviamente las vigila.
Joven amiga- ¡Ahí está! ¡Ese es el hombre! ¡Estoy segura! Me parece que cuando el amigo de mi novio me entregó los cilindros con las píldoras en la puerta del café, él ya nos estaba observando. ¡Debe de estar contratado por la empresa!
Simone de Beauvoir- ¡Tranquilízate! No debemos permitir que se percate de que lo hemos descubierto.
Joven amiga- (Cada vez más inquieta) ¿Y eso qué más da? ¡Cuándo estemos en el metro nos abordará y me obligará a devolver las píldoras! ¡Ni siquiera podré huir! ¡Incluso puede decidirse a entregarme a las autoridades francesas! ¡Tú mejor que nadie sabes que la anticoncepción no tiene muchos adeptos en nuestra sociedad! Recuerda que en 1943 todavía se ejecutaba a las personas por practicar un aborto. Que las mujeres alcancen su mayoría de edad y puedan controlar su cuerpo y en consecuencia su propia vida no interesa a nadie. ¡Esta sociedad nos quiere sumisas y esclavas al servicio de los varones: el primer sexo!
Simone de Beauvoir- ¡Lo sé! ¡A mí me lo vas a contar! De todos modos, no pierdas los nervios, por favor. Todavía no sabemos si es verdad que ese hombre busca esas píldoras mágicas.
Joven amiga- ¡Nos está siguiendo! ¿Qué otro motivo puede tener para ello?
Simone de Beauvoir- Es posible que me vigile a mí. No pensaste en ello cuando buscaste mi ayuda, pero deberías de saber que muchos intelectuales franceses de izquierda, estamos siendo vigilados por los agentes de la CIA.
Joven amiga- ¡Pero si la caza de brujas en Estados Unidos ya ha terminado! McCarthy murió ya hace un año.
Simone de Beauvoir- Pero la CIA sigue teniendo infiltrados en The Paris Review . Esa revista infame que pretende desbancar a nuestra Tiempos modernos desprestigiando con mentiras repugnantes a los escritores e intelectuales de la izquierda, sobre todo a Sartre, claro está.
Joven amiga- Entonces ¿es posible que no nos persigan a causa de estas nuevas píldoras anticonceptivas? ¿Será posible que consiga llevarlas a Francia?
Simone de Beauvoir- ¡Eso dalo por seguro! Tanto si te persigue a ti o me vigila a mí, he hecho la promesa de ayudarte y de no escribir nada sobre ello. Cumpliré ambas. Tendrás tus píldoras.
Joven amiga- ¡Las mujeres parisinas por primera vez podrán controlar su destino!
Simone de Beauvoir- ¡Por supuesto! ¡Confía en mí! Tendremos que actuar con precaución y tendrás que hacer todo lo que te diga.
Joven amiga- ¡Desde luego! ¡No lo dudes! (Sigue frotándose el tobillo sentada en el banco y mirando de soslayo al hombre que permanece atento a ellas pero manteniéndose alejado y parcialmente oculto por la niebla.)
Simone de Beauvoir- (Consulta su reloj) El tren está a punto de llegar. Tenemos que prepararnos cuanto antes.
Joven amiga- ¡Tú dirás!
Simone de Beauvoir- ¿No has comentado que las píldoras se hallan ocultas en dos cilindros metálicos?
Joven amiga-¡Exactamente!
Simone de Beauvoir- Pues tendrás que darme uno de ellos. Lo mejor es que nos separemos, así dispondremos de doble oportunidad de conseguirlo.
Joven amiga- (Alarmada) ¿Separarnos? ¡Pero si yo a penas conozco la ciudad y con este tobillo tan hinchado ni siquiera puedo caminar normalmente!
Simone de Beauvoir- No te preocupes. Simularemos que ambas vamos a tomar el tren, pero en el último momento, cuando el hombre se halle ya en el interior, tú retrocederás y permanecerás en la estación. Toma el siguiente metro, te llevará hasta el hotel. Yo me encargaré del tipejo.
Joven amiga- ¿Estás segura? ¿Y si te aborda en el metro? Se llevaría las píldoras. No será mejor que me quede yo con ambos cilindros.
Simone de Beauvoir- No sabemos ni cuáles son sus intenciones ni si está solo. Si cada una lleva una muestra de las píldoras tendremos más oportunidades de triunfar.
Joven amiga- Pero si subes al metro con el hombre, ¿cómo impedirás que se apodere del cilindro? Podría robártelo como los carteristas que abundan en esta ciudad. Dicen que tropiezan contigo y sin apenas rozarte te desvalijan por completo.
Simone de Beauvoir- ¡Es una magnífica idea, sí! ¡Perfecta para nosotras!
Joven amiga- No te comprendo.
Simone de Beauvoir- ¿Has visto a esa mujer que lee el periódico?
Joven amiga- Sí. ¿Qué pasa con ella? Parece una mujer normal.
Simone de Beauvoir- Tropezaré con ella como una vulgar carterista.
Joven amiga- ¿Piensas robarle?
Simone de Beauvoir- ¡No, por supuesto que no! Muy al contrario. Tropezaré con ella y en lugar de sustraerle la cartera le dejaré un regalito momentáneo.
Joven amiga- Veo que estás disfrutando de la aventura. Muy típico de ti. Pero, aún así, me gustaría que no fueses tan enigmática y te explicaras con claridad.
Simone de Beauvoir- Esa mujer sin saberlo, nos hará el gran favor de transportar uno de los cilindros hasta que consiga librarme del hombre. Así este podrá “tropezar” conmigo las veces que desee sin encontrar ni rastro de las píldoras.
Joven amiga- (Sonriendo satisfecha) ¿Nunca te he dicho que eres una mujer fascinante?
Simone de Beauvoir- Creo recordar que alguna vez, pero de eso ya hace mucho tiempo. Tú aún eras una chiquilla y yo estaba en la plenitud de la vida, no como ahora, cuesta abajo, mal que me pese.
Se oye entonces el pitido del tren que se aproxima.
Simone de Beauvoir- ¡El tren está llegando ¡ ¡Acerquémonos a la vía muy lentamente y preparémonos para poner en marcha la pantomima!
Simone de Beauvoir ayuda a la joven a levantarse. Muy despacio, abandonan el banco en el que descansaban y avanzan hacia el patio de butacas donde debe parar el metro. La mujer que leía un periódico en el otro banco, lo dobla, lo guarda bajo el brazo y se aproxima rápidamente hacia el tren que se acerca. Se detiene a esperar la llegada del mismo. El hombre que permanece en la estación también camina rápidamente con el fin de subirse al metro. Se instala más cerca de la mujer del periódico, oculto por la intensa niebla y aguarda, sin perder de vista ni un instante y vigilándolas de soslayo, a las dos mujeres que caminan juntas entre la velo blanco de la noche londinense. Estas alcanzan a la mujer del periódico y se detienen a su lado, pero lo suficientemente lejos del hombre para que este no contemple sus rostros con claridad.
Simone de Beauvoir- (Susurra a su amiga) ¡Ya estamos! Simularemos que no puedes caminar e intentaremos ser las últimas en subir.
Joven amiga- No hace falta que lo simulemos. ¡No puedo caminar! ¡Tengo el tobillo del tamaño de un tronco!
Simone de Beauvoir- ¡Deja de quejarte y concéntrate! Cuando la mujer pase por mi lado para tomar el metro, tropezaré con ella y deslizaré en el bolsillo de su abrigo el cilindro. Después remolonearemos para subir en el último minuto. Justo detrás del hombre. Tú quédate rezagada. No subas y espera oculta entre la niebla al siguiente tren. ¿Lo has entendido?
Joven amiga- Sí. Espero que todo salga bien.
Simone de Beauvoir- Saldrá. Una vez en el metro me pegaré a la mujer y entablaré conversación con ella. Seguro que es una joven secretaria ingenua y amable que se sentirá feliz y contenta de entablar una agradable conversación frívola, pero inteligente, con la mismísima Simone de Beauvoir. Me ganaré su confianza con facilidad y recuperaré las píldoras antes de dejar el tren. ¡Nos vemos en el hotel!
Joven amiga- (Nerviosa y evidentemente preocupada) ¿No has pensado que tal vez no sienta simpatía alguna por la “gran” Simone de Beauvoir? La verdad es que todo esto me da muy mala espina.
Simone de Beauvoir- (De nuevo el pitido del tren se escucha) ¡El tren llega! Es tarde para lamentaciones. Tendrás que confiar en mi simpatía natural y seguir el plan. Todo saldrá bien, perfecto y te prometo que no escribiré ni una línea sobre esto. ¡Ni una línea!
Joven amiga- Eso espero. (Suspira)
La luz del escenario se apaga dejando a los actores a punto de tomar el tren que acaba de detenerse en la estación.
Acto tercero
El escenario está en penumbra. La única luz en escena ilumina un compartimento de tren con dos asientos frente a frente. En uno de ellos se halla la mujer que aguardaba en la estación: Rosalind Franklind, concentrada en la lectura de un periódico.
Todavía en pie está Simone de Beauvoir que acaba de llegar y contempla con sonrisa amable a la mujer que ni siquiera levanta un instante la mirada de la lectura.
Simone de Beauvoir- ¡Buenas noches! Y es un decir, claro. Esta niebla londinense se te mete en los huesos y no hay quien la resista.
Rosalind Franklin- (La ignora por completo y sin apartar los ojos del periódico emite un murmullo entre dientes) Hummm.
Simone de Beauvoir se aproxima a la mujer luciendo la más agradable de sus sonrisas, y charlando de trivialidades.
Simone de Beauvoir- No es que piense que este clima es demasiado insano. ¡Por supuesto qué no! Hay que reconocer que esta niebla nocturna tiene su encanto. ¿No cree? (No hay respuesta) Le proporciona a la noche un toque romántico y misterioso que cualquier escritor sabría apreciar.
Simone de Beauvoir, mientras habla desenfadadamente, intenta sentarse al lado de Rosalind Franklin, pero esta, rápidamente, cambia su bolso de lado y lo coloca justo donde Simone de Beauvoir pretendía instalarse, impidiéndoselo. Esta se queda algo cortada ante la maniobra de la mujer y tras recuperarse de la sorpresa vuelve a sonreír, simulando no sentirse molesta por el hecho de no poder ocupar el espacio contiguo al de Rosalind.
A Simone de Beauvoir no le queda más opción que sentarse frente a frente a la mujer y continuar tratando de entablar una conversación amistosa con ella.
Simone de Beauvoir- (Se libra del pañuelo rojo de la cabeza y se acomoda en el asiento frente a Rosalind Franklin) Estas nieblas nos evocan hazañas de los más grandes y populares personajes de la literatura Inglesa. Seguro que una noche como esta inspiró a Shakespeare para crear su delicioso Hamlet.
Rosalind Franklin- (Enfrascada en la lectura emite otro murmullo) Mmmmm
Simone de Beauvoir empieza a inquietarse por la imposibilidad de sentarse cerca de la mujer y de sacarla de su mutismo. Resopla inquieta, mira para un lado y para el otro. Se levanta y echa la cabeza como si vigilara el pasillo del tren. No ve a nadie y de nuevo vuelve a su asiento, retomando su sonrisa amable y realizando otro intento de abordar a Rosalind Franklind.
Simone de Beauvoir- Hay que reconocer que estos ferrocarriles subterráneos londinenses son fantásticos. Me imagino a las multitudes que durante la guerra buscaron protección en las instalaciones. Se convirtieron en unos refugios difícilmente superables. ¿No cree?
Rosalind Franklin- (Impasible) Hummmmm
Simone de Beauvoir suspira con preocupación ante la imposibilidad de abordar a la mujer y busca denodadamente un tema con el que atraer su atención. Entonces suena otra vez el pitido del tren que anuncia una nueva parada.
Simone de Beauvoir- ¡Vaya! Nos detenemos en otra estación. ¡Es este un transporte muy rápido! (Exclama sonriendo y como no obtiene respuesta murmura para sí con preocupación.) ¡Demasiado rápido, diría yo! Enseguida llegaré al hotel.
Simone de Beauvoir consulta su reloj de pulsera nerviosa. Mira de un lado al otro con inquietud. Observa a la mujer que continúa enfrascada en la prensa sin prestarle la más mínima atención. Pasados unos instantes, se repite el pitido que indica que el tren parte de nuevo.
Simone de Beauvoir- ¡Otra vez nos ponemos en marcha!
Parece que en esta ocasión habla consigo misma. Entonces se levanta e intenta sentarse en el espacio contiguo a Rosalind Franklin. Por primera vez esta le dedica una mirada fulminante. Toma el bolso que ocupa el lugar que ansía Simone de Beauvoir y lo instala de tal modo que no quede apenas espacio para nadie más. El mensaje ha sido recibido claramente por Simone de Beauvoir. Rosalind Franklin no le permitirá sentarse a su lado.
Entonces se oye un ruido a lo lejos y Simone de Beauvoir se asoma al pasillo. De inmediato se introduce en el compartimento con evidentes signos de inquietud. Recoge apresuradamente su bolso y el pañuelo rojo de la cabeza que estaba sobre el asiento.
Simone de Beauvoir: (Nerviosa) ¡Discúlpeme! Tengo que… Bueno, debo… Voy a… voy estirar las piernas, por ejemplo. ¡Hasta pronto! ¡Qué disfrute del viaje! ¡Buenas noches, tenga usted!
Rosalind Franklin- Hummm
Rosalind Franklin en esta ocasión abandona la lectura y observa con curiosidad a la mujer que desaparece a toda prisa del compartimento. Todavía está mirando hacia el lugar donde Simone de Beauvoir estaba en pie hace un instante, cuando un hombre aparece en la entrada del compartimento. Viste traje negro y sombrero.
Hombre- ¡Buenas noches! (Sacándose el sombrero)
Rosalind Franklin- Mmmmm (Mira de soslayo al recién llegado y retorna a su lectura)
Hombre- ¿Puedo sentarme? (No hay respuesta) ¿Viaja usted sola?
Rosalind Franklin- Mmmm
Hombre- ¡Perdone! No pretendía ser impertinente. Solo quería saber si no le molesta que ocupe su compartimento. (Sentándose)
Rosalind Franklin- Mmmm
El hombre contempla a la mujer inquieto, tratando de mostrar una sonrisa amable que no termina de parecer convincente.
Hombre- Tal vez viajaba usted con alguien y me he apropiado de su asiento. Sería imperdonable de mi parte. (Deja el sombrero sobre el asiento)
Rosalind Franklin- Mmmm (Murmura sin mirarle siquiera)
Hombre- (Lo intenta de nuevo) No quisiera parecer descortés. Por eso me gustaría saber si no estoy ocupando el lugar de … bueno, de alguna mujer… dos quizá.
Rosalind Franklin- Mmmm
Hombre- ¿Dos mujeres?
Rosalind Franklin- Mmmm
Hombre- ¡Extranjeras! ¡Las mujeres, quiero decir!
Rosalind Franklin- Mmmm
Hombre- Es posible que una de ellas… ¿llevara un pañuelo rojo…?
Rosalind Franklin levanta entonces los ojos del periódico y los clava inquisitivamente sobre el hombre, pero sin emitir palabra. Ambos se miran durante unos segundos que al hombre se le antojan eternos. Su nerviosismo es evidente. Saca un pañuelo y se lo pasa por el rostro.
De repente, el pitido suena y pasados unos instantes el tren se detiene. El hombre gira la cabeza repentinamente hacia dónde se hallaría la ventana exterior.
Hombre- ¡Maldita sea! (Exclama sin querer. Enseguida se disculpa por el exabrupto) ¡Lo lamento! ¡Usted perdone! (Le dice a Rosalind Franklin que continúa escrutándolo minuciosamente y en total silencio) No quería ser grosero. Es que hemos parado otra vez. (Entre dientes murmura) ¡Demasiado de prisa! Antes de que lo consiga llegarán al hotel. ¡Tengo que impedirlo!
Rosalind Franklin- (Diseccionándolo con la más severa de sus miradas) ¿Mmmm?
Hombre- (La mira y se levanta de un salto tomando el sombrero) Debo marcharme. (Dice con cierta urgencia) Espero no haberla molestado. (Se pone el sombrero) ¡Muy buenas noches!
El hombre desaparece tan rápido como había venido. Entonces Rosalind Franklin dobla el periódico y lo deposita sin prisas sobre su asiento, al lado de su bolso y se cruza de brazos mirando atentamente a la puerta del compartimento, como esperando. De nuevo escuchamos el pitido del tren que anuncia que una vez más se pone en marcha el ferrocarril subterráneo. Tras unos segundos aparece de nuevo Simone de Beauvoir bastante acalorada y con el pañuelo rojo cubriéndose la cabeza. Se sorprende al comprobar que la mujer ha abandonado la lectura y la observa abiertamente.
Simone de Beauvoir- ¡Hola de nuevo! Puedo sentarme ¿no? (Rosalind Franklin esta vez asiente con la cabeza sin emitir sonido alguno) ¡Muy amable!
Simone de Beauvoir ya no intenta ocupar el asiento en el que la mujer ha depositado el bolso y el periódico. Se acomoda frente a Rosalind Franklin bajo su atenta mirada.
Simone de Beauvoir- (Sonríe nerviosa ante la escrutadora mirada de la silenciosa pasajera) ¡Hace buena noche! ¿No cree? (Dice al fin, enseguida se desdice) Bueno, muy buena noche tampoco. Depende si consideramos la niebla londinense un fenómeno meteorológico adverso o no. (Termina mostrando la mejor de sus sonrisas)
Rosanlind Franklin permanece en la misma posición. Sentada con los brazos cruzados, escrutando minuciosamente a la pasajera y sin participar en la conversación. Simone de Beauvoir se siente evidentemente incomodada por tan extraña actitud.
Simone de Beauvoir- ¿Se dirige usted a su casa? (Vuelve a la carga)
Rosalind Franklin- (Asiente con la cabeza en silencio)
Simone de Beauvoir- ¡Ah! ¡Cuánto me alegro! (Dice animada ante la incipiente colaboración de la mujer)
Rosalind Franklin- (Arquea las cejas con gesto de sorpresa)
Simone de Beauvoir- Bueno, claro… No es que me alegre de que regrese usted a su casa. Me parece bien. Quiero decir….Realmente me es indiferente. Claro está. (Se detiene nerviosa) No es usted muy habladora. ¿Verdad?
Rosalind Franklin- (Sin apenas mover un músculo y sin cesar de mirarla, emite su murmullo habitual) Mmmmm
Simone de Beauvoir- ¡Ya veo! (Exclama sin saber cómo continuar el extraño acercamiento. En ese instante vuelve súbitamente la cabeza hacia la ventana del tren, pues acaba de escuchar un nuevo pitido.)¡Otra parada! ¡Qué rápido! Ya solo quedan dos antes de llegar al hotel. (Resopla derrotada tras echar una furtiva mirada al lugar donde se halla el bolso y el periódico de Rosalind Franklin) ¡Qué fracaso! No tengo alternativa (Murmura para sí y dice en voz alta para explicarse). Alcanzaré mi parada de inmediato. (Le sonríe a la mujer que todavía la mira con insistencia)
Rosalind Franklin- (Tras permanecer unos segundos más escrutando a Simone de Beauvoir incrementando el nerviosismo de esta, aparta la mirada de la mujer y la vuelve hacia la ventana del metro) Parece que no alcanzará su destino tan rápido como supone.
Simone de Beauvoir- (Atónita al escuchar la voz de Rosalind por primera vez) ¿Usted cree? (Dice sonriente, esperando que ahora la conversación amistosa con la mujer sea al fin posible) Los trenes de Londres son veloces y muy puntuales.
Rosalind Franklin- No lo será este. Mal que me pese.
Simone de Beauvoir- No la comprendo. ¿Qué quiere usted decir?
Rosalind Franklin vuelve a guardar silencio mirando desde su asiento a la ventana. Simone de Beauvoir se levanta entonces y se asoma por esta ventanilla.
Simone de Beauvoir- (Sorprendida) Tiene usted razón. El tren se ha detenido y no retoma la marcha. ¡Qué extraño!
Rosalind Franklin- (Asiente emitiendo su sonido característico) Mmmm
Simone de Beauvoir se vuelve desde la ventana al escuchar el murmullo, esperando ver de nuevo a la mujer enfrascada en la lectura, pero no. Rosalind Franklin la observa con atención y tal vez con cierta impertinencia.
Rosalind Franklin- Debería librarse de ese pañuelo rojo.
Simone de Beauvoir- ¿Mi pañuelo? (Pregunta perpleja pasándose la mano por la cabeza para tomar el pañuelo) ¡Usted perdone, no la comprendo!
Rosalind Franklin- (Asiente con un gesto y un murmullo) Mmmm
Simone de Beauvoir- (Todavía atónita se saca el pañuelo de la cabeza, lo deposita en su regazo y mientras susurra entre dientes, ocupa de nuevo su asiento frente a la otra pasajera) No sabía que fuera inapropiado para viajar en metro. Lo lamento.
Rosalind Franklin-¿Y su compañera?
Simone de Beauvoir- ¿Cómo dice?
Rosalind Franklin- Su compañera. Espero que no se halle en este tren.
Simone de Beauvoir- (Se encuentra completamente confundida) ¿Cómo puede usted saber…?
Rosalind Franklin- Mmmm
Simone de Beauvoir- ¿Acaso está usted al tanto…? ¿Conoce usted a mi amiga?
Rosalind Franklin- Es usted extranjera. Aunque tengo que felicitarla por su inglés.
Simone de Beauvoir- (Sonríe todavía desconcertada) Muy amable. Lo aprendí de niña.
Rosalind Franklin- (Permanece inmóvil escrutando el rostro de Simone de Beauvoir) Mmmm
Simone de Beauvoir- (Espera a que la mujer diga algo más, pero esta permanece observándola abiertamente y no articula palabra) Me hablaba de mi amiga… Tal vez quiera contarme algo.
Rosalind Franklin- (Sin apartar la mirada de su compañera de viaje, se toma su tiempo antes de contestar) A lo mejor, es usted quien debería contarme algo. ¿No es de mi misma opinión?
Simone de Beauvoir- (Se frota las manos nerviosa, sin saber qué revelar. Al fin se decide) Mi nombre es Simone de Beauvoir. Es posible que haya oído hablar de mí.
Rosalind Franklin- (Su expresión deja traslucir por un instante que el nombre no le es desconocido) Mmmm
Simone de Beauvoir- Soy francesa, escritora. He alcanzado cierto protagonismo. O fama, como quiera llamarle. ¿Le suena el Premio Goncourt? Es el máximo galardón literario francés. En el 54…
Rosalind Franklin- Los Mandarines.
Simone de Beauvoir- (Gratamente sorprendida) ¡Vaya! Veo que me he equivocado con usted de parte a parte.
Rosalind Franklin-¿Mmmm?
Simone de Beauvoir- Obviamente no es usted una joven secretaria con ganas de conversaciones triviales. Los mandarines, como imagino que sabrá, no es una lectura para pasar el rato.
Rosalind Franklin- (Asiente con su murmullo habitual) Mmm Mmm
Simone de Beauvoir- Me he librado del pañuelo, como usted sugería, le he dado mi nombre. Creo que ahora le toca a usted presentarse.
Rosalind Franklin- (Como siempre se toma su tiempo para responder y lo hace lentamente, como si tuviese que administrar sus energías con prudencia.) Mi nombre no le dirá nada. No soy una mujer importante como usted.
Simone de Beauvoir- Importantes o no todos tenemos un nombre.
Rosalind Franklin- (Asiente con su peculiar murmullo y permanece unos segundos en silencio antes de revelar su identidad) Rosalind Franklin. Ya le dije que no significaría nada para usted.
Simone de Beauvoir- (Le tiende la mano, sonriente.) Encantada de conocerla, Rosalind Franklin.
Rosalind Franklin- Y ahora que he accedido a su petición, debería continuar con su relato. Creo que tiene algo importante que decirme.
Simone de Beauvoir- (Más confundida) No sabría qué contarle… (Vuelve la cabeza hacia la ventana, nerviosa) En cualquier momento nos pondremos en marcha. Solo restan dos paradas para alcanzar la de mi hotel. Es una lástima que no entabláramos antes conversación. Estoy segura de que habríamos congeniado.
Rosalind Franklin- No se apure. El tren todavía tardará un rato en retomar la ruta. Su amigo…. Ya sabe.
Simone de Beauvoir- ¿Amigo? Le garantizo de qué no sé de qué me está usted hablando. Le aseguro que no tengo ningún “amigo” en el tren.
Rosalind Franklin- Aunque no sea su amigo, está muy interesado en usted y en su compañera. Registrará el tren hasta que encuentre a dos extranjeras. Una de ellas cubierta con un pañuelo rojo.
Simone de Beauvoir- (Inmediatamente toma el pañuelo rojo que estaba en su regazo y lo guarda apresuradamente en un bolsillo del abrigo.) Rosalind Franklin, no es usted una secretaria ingenua, de eso estoy segura. No es usted una mujer corriente. Desde luego.
Rosalind Franklin- Tampoco Simone de Beauvoir es una mujer corriente. Un escándalo constante en la sociedad actual. Una mujer libre e independiente, con ideas propias. Una amenaza para muchos, incluido su amigo americano.
Simone de Beauvoir- ¿Americano? ¿Se refiere usted al escritor americano Nelson Algren? Rosalind Franklin: No, claro. ¿No es Nelson Algren su actual “amigo” americano? Si no recuerdo mal, muy a su pesar, era uno de los personajes de Los Mandarines, o al menos eso dijo la prensa en su momento.
Simone de Beauvoir- Tiene razón. Nelson Algren fue mi amante, si se refiere a eso con “amigo”. Aunque esa relación forma ya parte del pasado. Ya hace años, tal vez demasiados, que comparto mi vida con Claude Lanzmann . Es colaborador en la revista Les Temps Modernes. Es posible que le suene.
Rosalind Franklin- Hmmm. (Murmura mientras asiente con la cabeza) Amigo del gran Sartre, ¿verdad?
Simone de Beauvoir- Todos mis amigos de una forma u otra lo son de Jean Paul.
Rosalind Franklin-¿También lo es el hombre americano que las busca? (Dice volviendo la cabeza hacia la ventanilla, como indicando que está ahí afuera)
Simone de Beauvoir- ¿Un tipo alto y fuerte de traje oscuro y sombrero? (Dice incorporándose de un salto y aproximándose a la ventana.)
Rosalind Franklin- Debería permanecer sentada si no quiere que la descubra.
Simone de Beauvoir- ( Intenta vislumbrar a través de la ventana al hombre que la persigue). Gracias a usted me he librado del pañuelo rojo. Dudo mucho de que sin él pueda reconocerme. Para un hombre, una mujer madura siempre es igual a otra. Hasta la afamada escritora Simone de Beauvoir a sus 50 años pasaría desapercibida ante la mirada de un varón. Si todavía conservara mi juventud sería diferente. ¿Qué le parece? Es paradójico comprobar que una también puede beneficiarse de la menopausia y que esta no solo se reduce a una experiencia frustrante que nos acerca al fin del trayecto. (Se aleja de la ventana, pero permanece de pie en el compartimento)
Rosalind Franklin- Es usted escritora. No debería entonces pensar en las experiencias vividas como algo negativo. Además, ¿no la han acusado a usted constantemente de utilizar sus sentimientos y los de sus allegados para conformar los personajes de sus obras? Se dice que no hay ni un solo ser que se haya cruzado en su camino que no haya terminado diseccionado, a veces cruelmente, en alguno de sus libros.
Simone de Beauvoir- (Habla como para sí misma) Este no va a ser el caso, se lo aseguro. Ni una línea saldrá de esta noche. No irritaré ni a amigos ni a amantes, ni a conocidos. Me limitaré a disfrutar de la invisibilidad que me proporciona mi nuevo y decadente estado femenino.
Rosalind Franklin- Tiene usted suerte.
Simone de Beauvoir- ¿Lo dice en serio? Imagino que no sabe nada de la menopausia, en caso contrario no hablaría de ese modo. Es usted demasiado joven. 30 años ¿Me equivoco?
Rosalind Franklin- 38. Y tiene razón que no sé apenas nada sobre la menopausia. No es un tema que se trate abiertamente, desde luego. Me hubiese gustado experimentarlo por mi misma. (En un murmullo) Cómo tantas otras cosas.
Simone de Beauvoir- No se apure, Rosalind Franklin, la padecerá cuando menos se lo espere. La asaltará en la oscuridad de la noche con sofocos y sudores fríos, anunciándole que aunque su mente se sienta todavía joven y su cuerpo tenga aún ganas de vivir, ya es tarde para usted, la vejez acababa de presentarse y no desparecerá por mucho que lo desee. Irá hincándose en su carne y en su piel hasta arrebatarle toda la pasión para, al fin, acabar con su vida.
Rosalind Franklin- Compruebo que a pesar de esa vejez que dice que ya ha hecho mella en su organismo, no ha perdido usted el gusto por el riesgo y se dedica a viajar con misteriosos amigos extranjeros y a rondar a “jóvenes e ingenuas secretarias”
Simone de Beauvoir- Le reitero mis disculpas. Ya le he dicho que me equivoqué con usted.
Rosalind Franklin- Desde luego estoy completamente segura de que, a pesar de que sea usted Simone de Beauvoir, mujer de vida escandalosa y de conducta reprobable, mi atractivo físico no ha sido el motivo que la ha traído hasta mi compartimento.
Simone de Beauvoir- Veo que sabe muchas cosas sobre mí. Ignoraba que mi mala fama hubiese alcanzado ya a los habitantes de esta gran ciudad. Claro que usted no parece una mujer común y corriente.
Rosalind Franklin- Eso se lo puedo asegurar. Desde mi tierna infancia me he percatado con crudeza de las diferencias que siempre me han separado de los demás.
Simone de Beauvoir- Ya ve, no importa nuestra nacionalidad. Es duro para las mujeres descubrir un día, en su primera juventud, que son seres secundarios. Es una lección amarga que se hace evidente con las primeras imposiciones a las que tenemos que someternos.
Rosalind Franklin- “El segundo sexo”
Simone de Beauvoir- ¡Vaya! Parece usted muy conocedora de mi bibliografía. Ese ensayo tuvo un gran éxito ya en el 49. En él explico con claridad todo lo que ha significado para mí nacer mujer. No ha resultado fácil. Creí que la mitad de la humanidad necesitaba, por fin, un poco de atención. Resulta fundamental que la sociedad sea consciente del sin número de imposiciones a las que nos vemos sometidas y de la falta de libertad a la que se nos condena.
Rosalind Franklin- Las características que presentan las mujeres no les vienen dadas de su genética, sino de cómo han sido educadas y socializadas.
Simone de Beauvoir- ¡Exacto! En “El segundo sexo” lo resumo así: “No se nace mujer, se llega a serlo”
Rosalind Franklin- Mmm. Es una teoría interesante.
Simone de Beauvoir- Para mí no es solo una teoría. Es una realidad constatable. La educación lo es todo para el ser humano. Si algún día consiguiésemos una educación igualitaria para hombres y mujeres, que nos enseñara los mismos deberes y los mismos derechos, el mundo sería muy distinto al actual. Tal vez nos comprendiésemos un poco mejor y a las mujeres se nos consideraría por fin como a seres humanos adultos y no como a un género subsidiario, siempre dependiente de los deseos y de los intereses masculinos y cuyo único fin en esta sociedad sea aportar la dote al matrimonio, satisfacer las necesidades sexuales de nuestros maridos y darles cuántos hijos deseen. Pero la educación que recibimos las mujeres desde la cuna va dirigía a que aceptemos la sumisión al varón como nuestro estado natural. ¡Es intolerable y falso! Supongo que estará de acuerdo conmigo.
Simone de Beauvoir se halla en pie en el compartimento, moviéndose de un lado al otro. En este instante se encuentra mirando a su interlocutora, cuando ella se tapa la cara con la mano y cierra los ojos como si estuviese a punto de desmayarse. Simone de Beauvoir se sobresalta y se apresura a acercarse con el fin de ayudarla.
Rosalind Franklin evidentemente indispuesta levanta la cabeza justo cuando Simone de Beauvoir está a punto de acomodarse a su lado. Esta se detiene ante la penetrante mirada de la joven y no se atreve a sentarse. Permanece entonces inclinada hacia la mujer.
Simone de Beauvoir- ¿Se encuentra usted bien?
Rosalind Franklin- Mentiría si contestara afirmativamente.
Simone de Beauvoir- ¿Qué le sucede? ¿Puedo hacer algo por usted?
Rosalind Franklin- (Permanece en silencio intentando recuperarse. Al fin esboza una sonrisa débil y teñida de dolor y de nuevo levanta la mirada hacia Simone de Beauvoir) Podría contarme qué busca en este compartimento. Lo que busca usted y lo que busca digamos, su “no amigo americano”.
Simone de Beauvoir- (Se acomoda de nuevo en su asiento) Es usted, Rosalind Franklin, una mujer muy inteligente. Eso me agrada. Pero no tiene muy buen aspecto.
Rosalind Franklin- Lo sé.
Simone de Beauvoir- ¿Qué es lo que sabe? ¿Qué aparenta estar muy enferma o qué es usted una mujer muy inteligente?
Rosalind Franklin- Ambas cosas. Como ya habrá advertido no soy una “joven e ingenua secretaria”
Simone de Beauvoir- Eso ya me ha quedado claro. Y le reitero mis disculpas.
Rosalind Franklin- Soy científica. Biofísica y cristalografíadora, para ser más concretos.
Simone de Beauvoir- ¡Fantástico! ¡Pues sí que me he equivocado con usted! ¡Una mujer científica! ¡Lástima que no la haya conocido antes de terminar mi Segundo sexo! Estoy segura de que si alguien está al corriente del desprecio y el maltrato al que nos tenemos que enfrentar en estos tiempos las mujeres profesionales, esa es usted. Imagino la larga lista de episodios injuriosos que habrá tenido que soportar.
Rosalind Franklin- Si se refiere a que los colegas masculinos no nos toman en serio y disfrutan criticando nuestras actividades profesionales con las mismas palabras con las que se burlan de nuestro aspecto supuestamente poco femenino, pues sí. Podría hablarle largo y tendido de ello. Pero soy judía y como tal estoy acostumbrada a los desplantes, a las miradas burlonas e incluso a que mi sola existencia incomode y hiera profundamente a muchas personas.
Simone de Beauvoir- Como sabrá no es mi caso. El joven Claude Lanzmann, con el que comparto techo, lo es también. Conozco su dura experiencia como judío. Pero él no es una joven investigadora compitiendo con varones. Imagino que su vida profesional no habrá sido un lecho de rosas.
Rosalind Franklin- La vida es siempre difícil y más para una mujer, sobre todo si es judía y tiene pretensiones intelectuales y científicas.
Simone de Beauvoir- Eso sin contar la enorme competitividad que se respira en el ambiente científico. Lo conozco un poco y creo que supera las legendarias rivalidades entre autores literarios.
Rosalind Franklin- Tiene razón en parte. Es un mundo muy competitivo el de la investigación científica, pero no siempre la rivalidad llega hasta los deplorables extremos que usted debe conocer. Por ejemplo : A comienzos de este siglo XX, tres botánicos llamados, Hugo de Vries, Carl Correns y Eric Von Tschermak redescubrieron las leyes de Mendel. No sé si lo conoce usted. Un monje austríaco del siglo XIX que describió las leyes que rigen la herencia genética. (Simone de Beauvoir asiente.) En esta ocasión las tesis mendelianas de la herencia se difundieron rápidamente alcanzando gran popularidad entre los científicos. Y sin embargo, los redescubridores no tardaron en reconocer públicamente que sus trabajos no eran más que una confirmación de los de Mendel. Es este un ejemplo de honradez y humildad que les honra. Ya ve que es posible el trabajo en común con sana rivalidad.
Simone de Beauvoir- ¿Y es esa su experiencia personal de mujer científica? ¿Se ha encontrado alguna vez con ese ambiente de honradez y compañerismo?
Rosalind Franklin- No hay nada más importante que el trabajo para mí. ¡Nada! Jamás permito que el ambiente que reina entre los colegas de laboratorio influya en el mismo. Le reconoceré que no me he llevado muy bien con mis colaboradores. Que no siempre me han respetado ni como científica ni como persona. Pero eso no ha sido óbice para que haya alcanzado mis objetivos científicos. Mi investigación sobre el mosaico del virus del tabaco demostrará su estructura hueca y las características especiales de su RNA. Que como sabrá es el ADN de los virus.
Simone de Beauvoir- Así que es usted además brillante. Y siempre codo a codo con colegas masculinos, una lucha constante. ¡Imagino!
Rosalind Franklin- Desde luego. Desde mi juventud he tenido que enfrentarme a multitud de obstáculos. Primero el de mi propia familia. No crea que resultó sencillo convencer a mi padre para que costease la educación científica de su hija. Él, como cualquier otro padre, no deseaba para mí más que encontrase un buen partido, me casase con él y que le diese a este un buen número de vástagos sanos y fuertes.
Simone de Beauvoir- Sé de lo que me habla, por supuesto. Recuerdo la expresión de decepción en el rostro de mis progenitores cuándo comprendieron que no iban a verme jamás legalmente casada.
Rosalind Franklin- Cierto es que una vez superado el rechazo paterno, los demás se sienten en menor medida. Lograr al fin lo que una tanto desea, estudiar lo que más le gusta, ayuda a superar los constantes obstáculos. Por ello no me costó tanto soportar el rechazo que despertaba y estoy segura de que aún hoy todavía despierta, una mujer judía en la Universidad de Cambridge. De hecho solo en tres años conseguí superar con honores los exámenes de Ciencias Físicas y Químicas. Ni así logré doctorarme. Me negaron la posibilidad por mi condición femenina. No fue hasta 1945 en la Universidad de Ohio donde por fin recibí el doctorado.
Simone de Beauvoir- Es verdad que la mayoría de los campos del conocimiento han estado vedados a las mujeres. Nuestra ignorancia es garantía de perpetuación del sistema actual en el que el varón es El SEXO predominante y nosotras solo…
Rosalind Franklin- El segundo sexo.
Simone de Beauvoir- El sexo subordinado. Un hombre no soporta la idea de ser superado por una mujer.
Rosalind Franklin- Lo sé. Lo he experimentado muchas veces en mis propias carnes. Especialmente en la Unidad de Investigación Biofísica del King´s College de Londres, donde Sir John Randall me invitó a trabajar como investigadora asociada. Recuerdo especialmente el mal ambiente y la disputa constante con Maurice Wilkins. Nunca me consideró como una colega, como una igual. ¡Jamás! Para él era su asistente. ¡Ridículo! En aquel momento yo tenía tan solo 32 años y ya era considerada la mejor cristalógrafa del mundo. ¡Cómo podía ser la “ayudante” de Wilkins!
Simone de Beauvoir- Y no es usted modesta.
Rosalind Franklin-¿Por qué habría de serlo? En mis viajes por las universidades americanas, recibí mucho del reconocimiento que me merecí durante años y que me fue negado en Europa por mis propios compañeros. Los años en el King´s College fueron duros.
Simone de Beauvoir- Era un ambiente muy competitivo, por lo que me cuenta.
Rosalind Franklin- Y siempre enrarecido por nuestras disputas. ¡Qué atrás parece quedar todo! ¡Qué lejos! ¡Y qué viva me sentía entonces a pesar del rechazo que nunca dejé de percibir!
Simone de Beauvoir- Lo dice usted como si ya fuera una anciana a punto de abandonar esta vida. Y todavía es usted una mujer joven y atractiva.
Rosalind Franklin- (Sonríe melancólicamente con una mueca de dolor) Le agradezco sus palabras. En los años del King´s College era una mujer de carácter masculino y de aspecto desagradable, en opinión de mis compañeros. Y sobre todo de Wilkins. Pero no crea que esta actitud me amilanaba. ¡En absoluto! Y así se lo hice saber al mismo Wilkins y a Watson y Crick , dos colegas del King´s College. Un buen día se presentaron ante mí con un modelo de ADN, helicoidal con tres cadenas. ¡Absurdo!
Simone de Beauvoir- ¿ADN? Está en el núcleo de la célula. ¿Estoy en lo cierto?
Rosalind Franklin- Ácido desoxirribonucleico. Efectivamente se halla en el interior de la célula. Es una macromolécula que forma parte de todas las células y contiene la información genética usada en el funcionamiento de los organismos vivos, y del ser humano, por supuesto.
Por aquel entonces todos nos afanábamos en descubrir la real estructura de este ADN. Es decir, queríamos saber el aspecto que tenía.
Simone de Beauvoir- Entiendo. Y para sus colegas Watson y Crick su forma era helicoidal y con tres cadenas.
Rosalind Franklin- (Sonríe malévolamente) Pulvericé su teoría en cuestión de minutos. Fue tremendo. Se lo tomaron fatal. Fue un sonado escándalo por aquel entonces en el King´s College. De hecho el cabeza de laboratorio, que en aquellas fechas era Sir Lawrence Bragg, les prohibió continuar con sus estudios sobre el ADN. Nunca me perdonaron que destrozara su teoría. ¿Se imagina? ¡Una mujer! Que según ellos era una histérica y una marimacho les deja claro que sus trabajos eran erróneos.
Simone de Beauvoir- Debió de ser una lucha sin cuartel. La admiro a usted.
Rosalind Franklin-¡Muy amable! Fueron tiempos muy competitivos y duros. No crea que Watson y Crick iban a permanecer impasibles ante la humillación sufrida. Me aguardaban nuevos golpes bajos, o puñaladas por la espalda, como quiera llamarles. Es usted la experta en literatura. Elija las palabras más apropiadas.
Simone de Beauvoir- Me gustaría hacerlo. Disfrutaría buscando la frase adecuada para cada sentimiento, para cada experiencia, pero he prometido que esta noche solo sería una mujer más. No una escritora famosa. Encuentro “la puñalada por la espalda” suficientemente gráfica.
Rosalind Franklin- No demoraron el golpe. Un manuscrito sobre las conclusiones de Linus Pauling, un investigador estadounidense, acerca de la estructura del ADN que yo había solicitado en multitud de ocasiones, les fue entregado a Watson y a Crick. Ni siquiera se me permitió echarle un vistazo. Estaba furiosa. Yo, desde luego, era mucho mejor investigadora que ellos. Mis profundos conocimientos en radiología, mis constantes experimentos con rayos X me habían permitido realizar la mejor fotografía del ADN del momento. La fotografía 51. Pero al final fueron ellos los que completaron el trabajo.
Simone de Beauvoir- Le habrá dolido profundamente.
Rosalind Franklin- Una mujer no puede permitirse el lujo de ser rencorosa, ni demasiado sensible al rechazo. Eso habría agotado por completo mis energías y el trabajo precisa de concentración y entrega total. No hay espacio para emociones que nos distraigan de nuestros objetivos. Para entonces, cuando publicaron sus conclusiones, yo ya estaba concentrada en mis trabajos sobre el virus del mosaico del tabaco. Les felicité de corazón. Se lo aseguro, no me costó demasiado, aunque tampoco me costó abandonar Cambridge. No se olvide que allí a las mujeres ni nos permitían tomarnos un té en la cafetería del College. Este servicio era exclusivamente para los varones. Las únicas 8 mujeres investigadores estábamos por completo relegadas.