/ Y Seremos Felices por Mila Oya- GUION TEATRAL
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Y Seremos Felices


por Mila Oya

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Sinopsis

Tres personajes femeninos recorren varios momentos importantes y difíciles de la historia europea del siglo XX, mostrándonos el sufrimiento y la lucha que las personas se han visto obligadas a enfrentar para adaptarse a los convulsos cambios que Europa ha soportado durante el pasado siglo. Una obra que nos habla del ayer y a la vez de hoy. Una obra que nos habla de tres personajes femeninos para hablarnos de nosotros mismos.

Personajes:

Emma- Joven
Elenita-Helena- Joven
Prudencia-Prudence- Señora mayor
Gabriel-Joven

Y Seremos Felices
POR MILA OYA

Acto primero

El escenario está completamente a oscuras y en total silencio. Escuchamos un movimiento y vemos como una cerilla enciende una lámpara. La penumbra se extiende por el escenario. Vislumbramos un pobre jergón, una silla vieja y a la joven que sentada al borde de la cama con una camisa larga y blanca, acaba de encender la lámpara. Tratando de no hacer ruido, toma un chal que se halla a los pies del jergón para abrigarse con él. Hace frío. La muchacha se frota las manos y los antebrazos intentando entrar en calor.
Sigilosamente se levanta de la cama, toma la lámpara encendida y escucha el silencio. Entonces camina descalza hasta un lateral del escenario donde supuestamente hay una puerta. La joven pega el oído a la misma esforzándose por detectar algún ruido. Como no oye nada, retrocede hacia la cama, deposita la lámpara de nuevo en la mesilla de noche y se dirige hacia un lado del escenario, donde se hallaría un gran ventanal hacia el balcón que simula manipular. Cuando la joven está a punto de abrir las pesadas contras de madera, se escucha una voz que le da un susto de muerte dejándola paralizada frente al ventanal que todavía no ha abierto.

Elenita- ¡Emma Tulipán! ¿Qué demonios estás haciendo?

Emma Tulipán se vuelve hacia la cama. Se ve una joven con un gorrito blanco de dormir, asomándose entre las mantas.

Emma- ¡Shhh….! ¡Elenita, habla más bajo! ¿O es que te has vuelto loca? Podría oírnos.
Elenita- ¡Eso digo yo! ¿Acaso has perdido la cabeza? ¿Qué se supone que estás haciendo intentando abrir el balcón en plena noche? ¿Quieres que la tome con nosotras? ¿Quieres meterme en un lío o quieres matarnos de frío?
Emma- ¡Venga, calla y duerme! No quiero meterte en ningún lío ni que pases más frío. Es mejor que cierres los ojos y te olvides de que me has visto.
Elenita- Estarás de broma ¿no? ¿Cómo voy a olvidar de que estás intentando abrir las contras de madera y salir a la noche? ¿Acaso piensas que se iba creer que no me he enterado? (Se sienta en la cama, tapada hasta la nariz para protegerse del frío) Me la voy a cargar por tu culpa, así que regresa a la cama inmediatamente. Antes de que te escuche y sea demasiado tarde.
Emma- A la que va a escuchar va a ser a ti si no bajas la voz. (Susurra)
Elenita- Me callo si vuelves a la cama. Hace mucho frío para estar ahí afuera con los pies descalzos. Te vas a acatarrar.
Emma- Lo siento, pero no. Sabes que lo último que quiero es crearte problemas.
Elenita- Dirás más problemas. Con los que ya tengo en esta casa son más que suficientes.
Emma- Lo sé. ¿O es que crees que yo lo llevo mejor? Pues no. Nada de eso. Estoy tan harta como cualquiera. Más. Pero eso ya se acabó. (Sonríe satisfecha)
Elenita- Ya se te ve lo agobiada que estás. Esa sonrisa de felicidad no encaja ni con esta casa ni con nuestros problemas y mucho menos con este frío horrible que se te mete en los huesos y no te deja vivir.

Emma regresa corriendo a la cama, toma otro chal que se hallaba a los pies de la misma y arropa a su amiga con cariño.

Emma- No seas testaruda y duérmete. Será mejor así. Solo te diré que no te olvidaré nunca y que siempre te llevaré en mi corazón.
Elenita- (Aparta el chal y se resiste a ser arropada) ¿De qué demonios estás hablando? Me estás asustando de verdad. ¿Qué absurda idea se te ha metido ahora en esa loca cabeza tuya?
Emma- Es mejor para ti que no sepas nada. Terminarías contándoselo todo y sería terrible.
Elenita- ¡No! No lo consentiré. ¡No te dejaré!
Emma- ¿De qué hablas?
Elenita- ¡De lo que sea que vayas a hacer! Se te ve en los ojos que es una insensatez de primera. ¡No lo voy a permitir! Eres la única amiga que tengo. No voy a mirar para otro lado mientras te arruinas la vida.
Emma- (Todavía de rodillas en la cama junto a su amiga) Nuestra vida ya está arruinada. ¿O no te has dado cuenta?
Elenita- Hay quien lo pasa mucho peor. Te lo puedo asegurar. Desde luego, no es la nuestra una vida de cuento de hadas, pero todos sabemos que esas vidas fabulosas de las historias infantiles no existen.
Emma- ¿No? ¿Estás segura?
Elenita- Pues segurísima. Levantarse de madrugada, desayunar un mendrugo de pan duro y un vasito de leche, cuando hay suerte, y pasarse toda la mañana fregando suelos, lavando sábanas, limpiando la plata, hasta llegar al siguiente mendrugo de pan acompañado de esa sopa repugnante que prepara Filo y después seguir trabajando hasta bien pasado el ocaso, no encaja bien con la vida de una princesa de cuento, aunque es casi idéntica a la de una de sus sirvientas. (Con ironía) ¿Será por eso que nosotras también lo somos? Dos vulgares sirvientas, amiga mía, con vidas de sirvientas. Con manos agrietadas de sirvientas. Con horribles sabañones de sirvientas y con ropas repugnantes y malolientes de sirvientas.
Emma- Y una con una bruja mala como ama de llaves. No te olvides del personaje malvado principal.
Elenita- Es que no me atrevía a nombrar a la Pruden. No fuera a ser que se apareciera por arte de magia como en los cuentos.
Emma- Los cuentos de hadas no parecen tan fantasiosos después de todo. Tenemos a las sirvientas que somos nosotros y a las princesas que son…
Elenita- Las señoritas de la casa, claro. (La mira con una sonrisa irónica) No me dirás que sueñas con vivir como las hijas de los señores. ¡No puedes haber perdido la cabeza de ese modo! No sin ayuda.
Emma- Déjate de insinuaciones impertinentes. Y no, para tu información te diré que no pretendo ser como las señoritas. ¿Para qué iba a desear algo así? ¿Para tener que pasarme el día entero sin hacer más que bordar pañuelos y después tener que casarme con algún vejestorio adinerado que escoja mi señor padre? ¡Muchas gracias, pero no! Eso no es para mí.
Elenita- (Atónita) ¿Lo dices en serio? Pues a mí tal y como lo has relatado se me han puesto los dientes largos, eso que ni has mencionado los vestidos fabulosos, los bailes, las joyas, los cuartos calientes, la comida deliciosa y el montón de sirvientas que pululamos a su alrededor cumpliendo el más mínimo de sus deseos sin rechistar. Ni te imaginas lo bien que me suena eso de no hacer nada más en todo el día que bordar preciosos pañuelos de los tejidos más caros y delicados. ¡Es como un sueño! No pasaría frío ni hambre ni el agua helada me agrietaría la piel hasta hacerme sangrar las manos ni me dolerían las rodillas por estar fregando suelos noche y día y adiós a los sabañones. Es que cuanto más lo pienso más maravilloso me parece. Y si para eso tengo que casarme con un viejo verde, pues como si tengo que hacerlo con dos o tres o media docena. Al fin y al cabo ¿no es el sino de una mujer, y más si es de nuestra clase, aguantar los asquerosos impulsos masculinos? Solo somos sirvientas, si un viejo verde de buena posición quisiera tenernos a su servicio, ¿qué otra cosa podríamos hacer sino obedecer?
Emma- No sabes lo que estás diciendo. Si te casaras con un vejestorio adinerado tendrías, ya sabes, (Con mirada pícara) no solo aguantar sus manías y obedecer sus órdenes, tendrías que… (Susurra) “hacerlo”.
Elenita- ¡Emma Tulipán! ¡No comprendo que te está ocurriendo! Te has convertido en una descarada. Por ese camino jamás llegarás a ser una señorita como es debido ni siquiera una sirvienta como es debido.
Emma- Ya te he dicho que ese no es mi sueño. Yo aspiro otra vida, sí. Sueño con ella despierta y dormida. Pero no es la de las hijas de los señores, no.
Elenita- ¿Entonces? ¿Qué clase de locura es la que te ronda esa cabecita insensata tuya?
Emma- Yo quiero ser como ellos.
Elenita- ¿Cómo quién? ¿Cómo los viejos verdes? No comprendo. ¿Por qué una muchacha tan joven y guapa querría convertirse en un viejo babeante? ¿Quién te ha metido esas ideas absurdas en la cabeza?
Emma- No lo entiendes. Lo que yo quiero es ser como ellos. Como los hermanos de las señoritas.
Elenita- ¿Los señoritos de la casa? (Horrorizada) ¿Acaso anhelas que te salga pelo en la cara?
Emma- (Se sonríe) Nada de eso. Lo que nos faltaba ya era tener que afeitarnos cada día. Yo quiero hacer lo que ellos. Van y vienen a su antojo, viajan en ferrocarril y hasta van a votar en las elecciones.
Elenita- ¿Elecciones? (Baja el tono de voz algo asustada) ¿Eso no es algo de la política?
Emma- Justamente. Pronto habrá elecciones en el país y ellos votarán para elegir un gobierno que nos dirija a todos. Lo harán ellos, los hombres, porque son libres, no como nosotras que somos sirvientas pobres o ricas. Yo también aspiro a eso. A ser libre y a decidir sobre mi vida.
Elenita- (Se arropa con las sábanas y observa asustada a su compañera) ¡Dios mío! ¡Has perdido la cabeza! Esas palabras salidas de tu boca me aterran. Y aterrarían a cualquiera en su sano juicio.
Emma- ¿Te refieres a elecciones, política y libertad? ¡Lo sé! Suena subversivo.
Elenita-(Horrorizada) ¡Esa palabra aún suena peor! (Escandalizada)
Emma- ¿De qué palabra hablas?
Elenita- (Nerviosa ante la obligación de tener que mencionarla, susurra) Esa que acabas de decir y comienza por S.
Emma- ¡Subversivo!
Elenita-(Asustada mira hacia un lado y hacia el otro y manda callar a su amiga) Shh. Suenas como un jornalero o peor como uno de un….
Emma- ¡Ya! Como un obrero subversivo de un sindicato. Yo sí me atrevo a pronunciarlo.
Elenita- (Se tapa la cara espantada) ¡Ahora lo entiendo todo! Es mucho peor de lo que me imaginaba. Tiene que ver con él, claro. ¡Qué tonta! ¿Cómo no caí desde el principio? ¡Es él el que te ha metido todas esas locuras en la cabeza! ¡Es…!
Emma- ¡Shh.., calla! ¡No digas nada! ¿Has oído?

Se escucha entonces un ruido. Son pasos.

Emma- ¡Es ella! (Asustada y apresurándose a meterse bajo las mantas y simular estar durmiendo)
Elenita-(Imita a Emma igualmente asustada) ¡Cierra los ojos! ¡Cierra los ojos! (Susurra aterrada)

Cuando ambas están ya dentro de la cama simulando que duermen, Emma se percata de la luz de la mesilla.

Emma- ¡La lámpara! ¡Maldita sea!
Elenita- ¡Nos va a cazar! ¡La hemos fastidiado a base de bien! (Angustiada susurra.) ¡Los pasos se acercan! ¡Ya están casi en la puerta! ¡Nos la vamos a cargar!
Emma- ¡No! ¡Cierra los ojos! Apagaré la lámpara a tiempo.
Elenita- (Mira hacia donde estaría la puerta) Verá la luz por debajo de la puerta. (Musita presa del pánico)
Emma- Confía en mí, cierra los ojos y no digas ni una sola palabra.

Emma tiene el tiempo justo de apagar la lámpara, arroparse y arrimarse a Elenita para compartir el calor mientras simulan estar profundamente dormidas.
Entra el ama de llaves en escena. Toda vestida de negro avanza rápidamente hasta llegar a dónde está la puerta. Las jóvenes están inmóviles. Pruden gira el pomo, abre y penetra en el cuarto con una lámpara en la mano.

Pruden-¿Estáis despiertas? (Susurra)
Elenita- No. Dormimos.
Emma- ¿Pero qué dices? ¡Cállate!
Elenita- (Angustiada por su error, musita) ¡Vaya, ya he metido la pata!
Emma- (Disgustada con su amiga) ¡Las has hecho buena!
Pruden- (Permanece en pie, inmóvil mirando hacia la cama dice burlona) No ha sido para tanto. Sabía de sobra que estabais despiertas cloqueando como las gallinas y con la lámpara prendida. ¿O acaso te crees que no percibo el olor a lumbre recién apagada? ¡A ver esas caras! ¡Quiero que me prestéis toda vuestra atención! (Grita y las muchachas se sientan en la cama mirando fijamente al ama de llaves) ¡Sois demasiado torpes para engañarme, mocosas! Es ridícula la sola pretensión de hacerlo. ¡Sois un par de ignorantes y quiero que os quede muy claro! Nada que salga de esas cabezas huecas y analfabetas podrá cogerme por sorpresa. ¡Estáis avisadas! ¡Y os advierto! Ahí afuera están los hombres apostados, armados hasta los dientes haciendo la ronda. No habrá piedad para los maleantes. Todo cuanto miserable furtivo asome su cabeza por aquí, será tratado con la fuerza que se merece semejante rastrero comportamiento.
Emma- ¿Se refiere a las gentes hambrientas del pueblo? (Se atrevió a susurrar)
Elenita- (Le da un codazo) ¿Te has vuelto loca? ¡Shh!
Pruden- (Voz en grito y furiosa) ¡Me refiero a esos vagos y piojosos ignorantes que se creen que pueden comer sin dar un palo al agua robando la caza de los señores de estas tierras! ¡A esos miserables me refiero, Emma Tulipán! A esos rufianes de vuestra clase que tanto os gusta frecuentar. Pero ahora ya estás avisada. ¡Ambas estáis avisadas! ¡Aquellos que no quieran someterse a la ley pagarán las consecuencias! ¡He hablado bien claro! Ahora a dormir. No quiero ni una luz ni una palabra más. Y mañana una hora antes os quiero limpiando la plata del salón central. Así aprenderéis a respetar las normas del descanso nocturno.

Las muchachas paralizadas y en total silencio contemplan asustadas al ama de llaves. Son los gritos de esta los que las devuelve a la realidad.

Pruden-¡Os he dicho que a dormir! ¿O es que sois tan tontas que no comprendéis el castellano?

Las muchachas reaccionan. Se apresuran a tumbarse en la cama y arroparse dispuestas a dormir. El ama de llaves se da media vuelta y se marcha por donde había venido, cerrando la puerta al salir del cuarto de las muchachas.
Estas permanecen unos segundos quietas y en silencio esperando. Cuando consideran que la mujer ya se ha alejado lo suficiente, retoman la conversación.

Emma- ¡Odio a la Pruden! (Susurra)
Elenita- ¡Shhh! ¡Puede oírnos!
Emma- ¡No! Ya está lejos. (Dice sentándose en la cama y escuchando atentamente) ¡Odio a esa mujer! ¡Es una bruja!
Elenita- (Se sienta también en la cama, pero tapada con las mantas hasta casi la nariz.) Peor. Es un ogro. Todavía me late el corazón con fuerza.
Emma- (Abandona la cama y enciende de nuevo la lámpara) Esa se cree que me va a asustar con sus amenazas.
Elenita- ¿Qué estás haciendo? (Preocupada) ¡Apaga la luz inmediatamente y regresa a la cama! Ya has oído a la Pruden. Mañana doble ración de trabajo.
Emma- (Se agacha y saca un hatillo de debajo del jergón y lo pone sobre la cama) Lo siento por ti, de verdad. Pero a mí no me coge en otra. ¡Nunca más!
Elenita- (Mira a su amiga con los ojos como platos) ¡Dios mío! ¡Has perdido por completo la cabeza! ¿Qué se supone que vas a hacer?
Emma- Ya te he dicho que es mejor que no lo sepas. Por tu seguridad.
Elenita- ¿Pero no te das cuenta de que no importa que yo no sepa nada de tus asuntos si la Pruden ya está enterada? ¡Te la vas a cargar!
Emma- No te preocupes. Ella no sabe nada.
Elenita- (Escandalizada por la inocencia de su amiga) ¿Cómo que no sabe nada? ¿Es que no la has escuchado? ¿O es que acaso nos visita cada noche que charlamos para echarnos la bronca? ¡No, amiga mía! ¡Despierta! Yo no sabré qué es lo que te ronda esa cabecita infantil, pero la Pruden lo tiene muy claro. Y ya te ha avisado. Bueno, a las dos. Nos ha advertido. Y ya sabes lo que significa eso. Si se toma la molestia de venir a ponernos sobre aviso es que piensa aplicarnos un castigo monumental si no hacemos lo que nos ha ordenado. Pensé que a estas alturas ya sabrías a que atenerte con respecto a ella.
Emma- No sé de qué me hablas. Ni tú ni yo tenemos nada que ver con los pobres furtivos que solo cazan para evitar que sus niños mueran de hambre. Pero así es este mundo infernal del que quiero huir. ¿Qué puede importarles a los señores que cacen un par de conejos para alimentar a la chiquillería? Les sobra carne y otras viandas. ¡Cómo si no comieran lo suficiente ya! (Dice mientras guarda el chal dentro del hatillo y lo anuda de nuevo)
Elenita- (La observa con aprensión) ¡Por favor, amiga mía, te lo suplico! Deja ese asunto del hatillo y vuelve a la cama. Hace mucho frío. ¡Te lo pido por favor!
Emma- (Se aproxima a su amiga y la toma de las manos antes de besarla) Has sido la amiga perfecta. Sin ti hubiese sido muy desgraciada. Perderte será lo más duro que me haya ocurrido en la vida. Cuando murió mi madre yo todavía era un bebé y no lo recuerdo, pero cuando mi tía pilló las fiebres que se la llevaron, no sentí ni la mitad del dolor y la pena que ahora tengo aquí, clavado en el estómago. Ya sé que solo tienes unos cuantos años más que yo, pero has sido como la madre que jamás tuve. He sentido tu amor y tu apoyo siempre. No lo olvidaré jamás. Y si alguna vez necesitas algo, cualquier cosa, solo tienes que buscarme y pedírmelo. Lo haría todo por ti. Te lo mereces.
Elenita- (Con la lagrimita asomando) ¿Es que no hay manera de hacerte cambiar de opinión? ¿Ni diciéndote que te meterás en un lío gordísimo y que te costará muy caro, mucho?
Emma- Es verdad que tengo una pena muy grande por ti aquí. Pero también es cierto que una emoción me recorre el cuerpo de los pies a la cabeza y me impide quedarme quieta en esta casa. Me da fuerzas para levantarme, burlarme de las amenazas de la Pruden y seguir el camino que he elegido. Es como una extraña energía que me corre por las venas y me hace preguntar, pensar y leer.
Elenita- ¿Leer? Pero si ni siquiera conoces las letras. ¿Cómo vas a leer?
Emma- (Sonríe emocionada. Mira hacia un lado y hacia otro como temiendo ser observada y cuando se siente más tranquila confiesa orgullosa) Ya sé leer y… prepárate: ¡Incluso he aprendido a escribir mi nombre!
Elenita- (La contempla atónita) Eso sí que es….(susurrando con temor), bueno, la palabra esa que empieza por S. ¿De verdad que sabes leer? (Pregunta con mucho sigilo. Emma asiente con la cabeza escandalizando a su amiga) ¡Si se enterara la Pruden.! ¡Cielo Santo, madre del amor hermoso y virgen de los afligidos protégenos! ¡Una sirvienta que sabe leer!
Emma- Shh. ¡Calla! Nadie debe enterarse. Aunque, la verdad, es que ahora ya no importa. ¡Me voy, Elenita, eso es lo único que debes saber! Me marcho a la ciudad. Iré por primera vez en ferrocarril. ¡Suena tan emocionante!
Elenita- ¡Ferrocarril! (Repite embelesada como si fuese una palabra mágica)
Emma- Sí, el tren. Estoy segura de que me encantará. En la ciudad trabajaré y me ganaré la vida.
Elenita- Pues eso ya no suena tan bien. ¿Abandonarás estos señores por otros y crees que mejorará tu vida? Eso suena muy inocente de tu parte. Haz caso a tu amiga. Los señores son iguales en todas partes y las Prudencias malévolas y tiranas en todas las casas.
Emma- Desde luego, tienes razón. (Dice tomando un gran manto de la silla y poniéndoselo) Jamás pienso volver a servir a ricachones como estos. En la ciudad dicen que si las mujeres están solteras pueden trabajar confeccionando ropa.
Elenita- No lo entiendo. ¿Vas a ser costurera?
Emma- No, exactamente. Son las fábricas textiles.
Elenita- ¡Fábricas textiles! (Repite como fascinada)
Emma- Exacto. Ahí las mujeres trabajan muchas horas, tantas que a veces los hombres se enfadan porque dicen que les quitan los puestos.
Elenita- ¡Pues que avance! ¡Lo mismo que aquí! Pero aquí los hombres se enfadan por cualquier otro motivo. No creo que quisiesen limpiar la plata en nuestro lugar.
Emma- Pero en la ciudad te pagan. ¿Entiendes? Te dan dinero por trabajar.
Elenita- (Ahora sí que está perpleja) ¿Te refieres a que tendrás que vender la ropa confeccionada en el mercado?
Emma- No. Así no va lo de la fábrica.
Elenita- (Repite con embeleso) ¡La fábrica!
Emma- Allí, en la fábrica trabajas durante horas en unas máquinas muy modernas y al terminar te dan un dinero, tu jornal. A las mujeres por trabajar les dan dinero. No como aquí que el amo dice que nos paga como mandan las normas y sin embargo nosotras jamás hemos visto ni una sola peseta.
Elenita- (Perpleja) ¡Qué cosas más extrañas me cuentas!
Emma- Es que el mundo está cambiando ahí afuera. ¿Sabes? Ya estamos en el siglo XX y las cosas no podían seguir igual.
Elenita- (Sarcástica) Bueno, aún estamos empezando ese “maravilloso” siglo XX. No veo que las cosas hayan cambiado mucho.
Emma- No, tienes razón. No aquí, en este pueblo alejado del mundo. Pero ahí afuera todo es diferente ya. Hasta hay ciudades que ya tienen electricidad en sus calles. ¿Entiendes? ¡Electricidad, no esta birria de lámparas y velas que tenemos en este viejo caserón!
Elenita- ¡Electricidad! (Repite también embelesada)
Emma- ¡Electricidad, sí! Y muchos más inventos que suenan maravillosos. El automóvil para los ricos…
Elenita- ¡El automóvil! (Repite extasiada)
Emma- La bicicleta para los que no lo son.
Elenita-¡La bicicleta!
Emma- La máquina para hacer fotografías, la máquina para escribir, la máquina de hablar desde lejos… Y yo quiero formar parte de todo lo que está sucediendo. ¿Entiendes? Tengo que salir ahí afuera y descubrir por mi misma todo lo que está cambiando, porque yo también quiero cambiar, es lo que deseo más en este mundo. Cambiar. Y por eso esta noche me escaparé.
Elenita- (Tapándose la boca con las manos, emitiendo un gritito asustado) ¡Es un error! ¡Es muy peligroso! La Pruden te lo ha dejado muy claro. ¡No puedes hacerlo!
Emma- No creo que esta visita de la Pruden tenga que ver conmigo. En la casa todos andan como locos por los furtivos. La cosecha ha sido mala y los hambrientos crecen por decenas.
Elenita- (Se levanta de la cama y sujeta a su amiga de las manos) ¡Piénsatelo, por favor! ¡Es una locura! Ahí afuera están los hombres armados esperando para descargar todo su plomo al primero que descubran internado en la noche.
Emma- Nosotros no somos furtivos. Además, nos vamos, no pretendemos ni robar nada ni molestar a nadie.
Elenita- Te vas con él, ¿no? Es él el que te ha metido todas esas locuras en la cabeza.
Emma- ¿Te refieres a la locura de aprender a leer y a escribir y querer conocer el mundo y participar de él? Yo no creo que eso sea locura sino sensatez.
Elenita- Pues estás equivocada. Cuando se entere la Pruden te castigará. Te reducirá el rancho y te encargará los trabajos más duros de la casa. No tendrás ni un segundo de descanso. Una sirvienta leída es una amenaza. De eso puedes estar segura.
Emma- No amenazaré a nadie. ¡Nos vamos! En unas horas estaremos muy lejos de aquí y mi vida será para siempre diferente.

Emma toma entonces la lámpara y se aproxima al balcón con el fin de abrir las contras, pero Elenita se interpone en su camino suplicando.

Elenita- ¡Por favor, espera un momento!
Emma- Pronto el reloj del campanario dará las doce. Entonces abriré las contras del balcón y haré la señal.
Elenita- (Sin desistir en el intento) ¡Déjalo para otro día! Mañana mismo. Sería mucho mejor. Estoy segura de que la Pruden ha puesto en alerta a los hombres.
Emma- Estarán atentos al bosque, al lugar por donde se cuelan los furtivos. Nosotros saldremos por el camino trasero. No atravesaremos la fraga.
Elenita- Os estarán esperando. A ti y a él. ¿O acaso piensas que la Pruden no conoce lo vuestro? Y no lo consentirá. Desde que tu tía falleció perteneces a la casa. Lo sabes. Perteneces a la Pruden y ella no va a permitir que él te lleve. Ya te lo ha advertido, nadie que no tenga permiso sale de esta casa sin una buena ración de plomo en el cuerpo.

Emma se queda un instante pensativa, pero de inmediato toma a Elenita de los hombros y la aparta suavemente de su camino.

Emma- Nos iremos. Es definitivo. Correré el riesgo. Gabriel y yo abandonaremos esta casa, esta vida oscura y triste y saldremos al mundo, celebraremos este nuevo siglo XX con todo lo que nos ofrece y seremos felices.
Elenita- (Murmura irónica) Sí, claro, y comeremos perdices.
Emma- Comeremos lo que consigamos con nuestro trabajo. (Vuelve a tomarla de las manos) Compréndeme, por favor. Tengo que intentarlo. Siento aquí dentro (Señala el estómago) que debo hacerlo. Que debo salir ahí afuera y luchar por tener una vida mejor. Aquí obedecemos órdenes desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y siempre con la cabeza baja, esperando que otros decidan por nosotras. Esa no es manera de vivir.
Elenita- Acaso piensas que ahí afuera las cosas están mejor. Creo que eres muy inocente.
Emma- Tal vez. Es posible que tengas razón. Pero ahí afuera no solo hay un mundo nuevo que deseo explorar, con nuevas posibilidades para gente como nosotras, además está Gabriel. Está su voz, su calor, sus palabras, sus manos, su cabello negro, su rostro, sus ojos….
Elenita- ¡No me digas más! ¡El amor!
Emma- Sí, Elenita, el amor. Tampoco sabía nada de él. No pensé que fuese tan importante. De hecho en esta casa no lo es. Ni siquiera las señoritas tienen derecho a él. Sus padres les buscan “buenos maridos” que deben aceptar sin rechistar. Pero yo he tenido suerte.
Elenita- ¿Suerte Emma Tulipán? Huérfana desde el día de su nacimiento, sin padre conocido y que su tía, mujer con una piedra en el corazón, entregó al cuidado de esta casa y de su ama de llaves, la maldita Pruden, cuando no era más que una mocosa.
Emma- ¿Lo entiendes ahora? Después de todo lo que has contado, de toda esa tristeza y oscuridad, de repente, la luz. Toda la luz del amor, que te aseguro que es inmensa y cegadora. Se te mete en la piel y lo cambia todo. Solo puedo soñar y sonreír. Me es imposible no sentir esperanza, no estar segura de que todo va a salir bien, de que ahí afuera está la felicidad y nosotros podemos correr y alcanzarla. A pesar de la Pruden, de los amos, de los hombres armados y de sus amenazas, no tengo miedo. Y eso es solo por el amor. ¡Es la cosa más grande que he conocido jamás, Elenita! ¡La más importante, la más poderosa! Es como cuando se levanta ese viento salvaje que entra por el norte y que aunque no queramos arranca nuestros pies del barro y nos empuja hacia adelante, a pesar de que nosotros intentemos regresar a las caballerizas o al lavadero. No puedes luchar contra él. Te empuja hacia adelante.
Elenita- Y te hiela la sangre. De eso te has olvidado. Sopla tan gélido que te congela los mocos en la nariz y te destroza las manos, los labios, hasta los ojos.
Emma- Pero el amor es cálido, fuerte y valiente. Y así te hace sentir. Fuerte y valiente.

Elenita se aparta de Emma y comienza a pasear descalza por la habitación cada vez más preocupada.

Elenita- Toda la culpa es de Gabriel. Al final todas voces que se alzaban en la casa para advertir sobre él y sus intereses, tenían razón. La Pruden se lo dijo más de una vez al jardinero en mi presencia, que todas esas lecturas sesudas que le proporcionaba a su hijo eran una extravagancia que terminarían costándole caro. ¡Y ya lo creo que le van a costar! No sé cómo detener esta locura. No sé cómo explicarte que jamás saldrás de esta casa, que jamás conseguirás tu sueño si sigues por ese camino.
Emma- ¿Y qué otro camino podría seguir?
Elenita- (Guardó silencio contemplando a su amiga en estado de gran nerviosismo) No lo sé. (Confiesa desolada) Pero podemos pensarlo. Las dos juntas. Podemos hacer un plan o dejar este para mañana, para pasado, para cualquier otro día. ¡Te lo suplico! Me moriría si te pasara algo malo. Me partirás el corazón.
Emma-No, lo siento, pero no cambiaré de opinión. ¡No puedo y no quiero! Ahora tengo la fuerza suficiente para llevar mis planes a cabo y debo aprovecharlo. No retrocederé bajo ningún concepto. Lamento de corazón preocuparte. Es lo peor de todo este asunto. Pero a pesar de ello, seguiré adelante. Esta noche abandonaré esta vida oscura para siempre.
Elenita- (A la desesperada intenta convencerla) ¡La tomará conmigo! Me pegará. Me castigará. Me dejará sin comer.
Emma- (Abraza a su amiga con fuerza) ¡No sabes lo que me estás pidiendo! Me pides que renuncie a la única oportunidad que se me ha presentado en la vida, a la esperanza, a Gabriel.
Elenita- (Casi sollozando) Solo quiero que vivas y que no te pase nada malo. No me hagas sentir que soy una egoísta por no querer que nos separemos.
Emma- ¡No, claro que no! ¿Cómo iba a pensar algo así de la mujer más dulce y más buena que jamás he conocido? Por eso sé que al final me dejarás partir. Con tu bendición. Así eres tú.
Elenita-(Se enjuga las lágrimas y la mira atónita) ¿Tú crees?
Emma-(La besa en la mejilla) Pues sí, ya ves. Ya pareces más calmada.
Elenita- Veo que ese Gabriel te ha absorbido bien el seso.
Emma- Es posible. Me ha hablado de muchas cosas de las que jamás había oído hablar. Y no solo de fábricas, de obreros, también de derechos.
Elenita-(Sonríe lánguidamente) Y seguro que habéis hecho más que “hablar”.
Emma- (Le devuelve la sonrisa con picardía) Bueno, tampoco quiero que me llames otra vez descarada.
Elenita- (De repente vuelve a alterarse) ¡No me digas eso! ¿No será lo que estoy pensado? ¿No me digas que habéis llegado hasta el final y ahora todo está perdido? (Echándose las manos a la cabeza) ¿Cómo no se me ocurrió pensar en esto antes? ¡Eso sí que es terrible!
Emma- ¡Tranquilízate! Estás equivocada. No voy a tener un hijo.
Elenita- (Suelta un largo suspiro de alivio y se deja caer en la cama exhausta) ¡Menos mal! Por un momento me temí lo peor. ¿Qué iba a ser de ti sola por el mundo con un chiquillo?
Emma- No te olvides de que no estoy sola. Ahora Gabriel estará para siempre a mi lado.
Elenita- (Le sonríe con cierta tristeza) ¡Eres una chiquilla! Esa fe en un hombre habla de tu candidez. Aún te queda mucho que aprender de este asqueroso mundo.
Emma- He llegado a pensar que no es tan asqueroso como creemos, solo que a nosotras nos ha tocado la parte mala. Ahora yo quiero cambiar de lugar. Ahora yo quiero alcanzar un mundo mejor que estoy segura de que está ahí afuera aguardando.
Elenita- (Resignada ya) ¡Qué locura! ¡Qué insensatez! Pero te veo tan feliz, tan brillante como si de ti saliese la luz que a pesar de mis temores debo reconocer que siento cierta envidia. Parece bonito.
Emma- Y lo es. Te lo aseguro. Es lo más maravilloso que he sentido nunca. Ni el terror a la Pruden puede echarlo a perder.

En ese instante suena un reloj a lo lejos señalando la media noche.
Las muchachas esperan en silencio y ansiosas hasta que las campanadas se acallan.

Emma- (Poseída por la emoción) ¡Es la hora! ¡Ha llegado el momento!
Elenita- (Asustada) ¿De verdad que no hay nada que pueda decir o hacer para detenerte?
Emma- ¡Nada! ¡Por fin ha llegado la hora! ¡Por fin voy a salir de esta casa!

Mientras Elenita la contempla apenada, Emma se afana en atar adecuadamente el hatillo, arroparse con el mantón y con las ropas de que dispongamos y en ponerse unos zapatos. Cuando ya está lista con el hatillo en la mano, contempla a su amiga unos instantes, antes de abalanzarse sobre ella y abrazarla con emoción.

Emma- ¡Cuídate, te los suplico!
Elenita- ¡Esto es una locura! (Musita mientras abraza con fuerza a su amiga)
Emma- Cuando me instale te enviaré una carta a casa de los jardineros. Así sabrás como localizarme y si las cosas se ponen feas aquí, ya sabes lo que puedes hacer.
Elenita- (Se aparta de Emma para contemplarla con atención) ¿Hablas en serio? ¿Dices de verdad eso de que también yo puedo salir ahí afuera, a ese siglo XX del que me has hablado con tanta emoción?
Emma-¡Claro, por supuesto! Lo arreglaré todo para que puedas instalarte con nosotros.
Elenita- ¿Y qué va a decir Gabriel? No quiero ser una carabina ni molestar a nadie.
Emma- ¡No digas tonterías! Tú eres de mi familia. ¡Eres mi familia! La única que tengo, allí donde yo esté, siempre habrá un lugar para ti. (La mira intensamente) Incluso puedes venirte ahora si lo deseas. ¡Huiríamos juntas! ¡Las dos! ¡Con Gabriel!
Elenita- ¿Tú crees? (Asustada)
Emma- ¡Pues claro! ¡Sería maravilloso! Las dos iríamos juntas a la fábrica. Seguiríamos siendo compañeras de trabajo y cobraríamos nuestro sueldo juntas.
Elenita- (Soñadora) ¿Te imaginas? Contaríamos el dinero juntas. Lo guardaría en un bonito cofre y ahorraría.
Emma- ¿Y con que fin? ¡No me lo digas! ¡Unas enaguas!
Elenita- (Sonríe y se pone colorada) ¡Sí! ¡Mira que a veces eres lista! Me compraría unas enaguas de seda, de esas que con solo ponértelas te sientes princesa.
Emma- ¡La princesa Elena! (Ambas estallan en carcajadas) ¡La más bella del baile! Ya te estoy viendo. (Consulta el reloj) Sería maravilloso. ¡Ven conmigo! ¡Atrévete! ¡Te necesito!
Elenita- Tendría que pensarlo (Musita) Suena tan bien… que no termino de creérmelo.
Emma- Como tú quieras. Pero no lo olvides. Piénsatelo y toma pronto una decisión. (La abraza y la besa con fuerza) Yo ahora debo marchar. No puedo demorarme ni un minuto ás. Pero te escribiré lo antes posible y con mis propias manos. Los padres de Gabriel te leerán la carta. Pronto tendré un lugar maravilloso en el que darte cobijo. Ya verás, estoy segura de que el futuro que nos espera es fabuloso. El mundo ahí afuera es un verdadero sueño. Y estoy segura de que nos reuniremos pronto.
Elenita- (Besando a su vez a su amiga con cierta pena) ¡Ten cuidado, por favor! ¡Te lo suplico!
Emma- ¡Lo tendré! No te apures. (Se separan las amigas) Ahora debo ponerme en marcha. No puedo retrasarme más. Gabriel estará ahí afuera, oculto en la noche, aguardando a mi señal.

Emma se aproxima a donde está el balcón, abre las contras y escrudiña la oscuridad. Elenita se aproxima a ella y observa la noche por encima de su hombro.

Elenita- No se ve nada. Todo está oscuro. (Musita)
Emma- (Se vuelve a su amiga y la besa por última vez) Regresa a la cama, por favor. Tengo que hacer la señal con la lámpara. Es lo convenido. Gabriel subirá al balcón, yo abriré las puertas y… Y la vida empezará para nosotros.
Elenita- (Musita con cierta tristeza) Y seréis felices.
Emma- (Declara exultante de felicidad) Y seremos felices.

Emma toma entonces la lámpara de la mesilla y se aproxima al balcón, mientras su amiga la observa un poco alejada, pero sin regresar al jergón.
Emma realiza la señal acordada moviendo la lámpara ante los cristales. Después la deposita en la mesilla de noche y se vuelve sonriente hacia Elenita.

Emma- ¡Ya está! (Declara alborozada) ¡Comienza mi aventura!

Las muchachas se miran y permanecen en silencio esperando y escuchando la noche.

Elenita- (Susurra nerviosa) No pasa nada.
Emma- ¡Espera! Gabriel no tardará en llegar. Cuando alcance el balcón golpeará el cristal y le abriré. Después el mundo será nuestro destino.

Elenita suspira nerviosa y guarda silencio con la mirada fija en el balcón.
De repente, se escucha uno ruidos, unos pasos. Emma se vuelve hacia su amiga sonriendo feliz, pero guarda silencio.
Entonces vemos a Gabriel, un joven vestido de negro que se aproxima al balcón frente al que se halla Emma. Ella no puede verlo por la total oscuridad de la noche. El joven susurra.

Gabriel- ¡Emma! ¿Estás ahí, Emma? (Vemos al joven al otro lado del cristal, posando las palmas de las manos sobre el mismo, aunque Emma no puede verlo por la oscuridad de la noche)
Emma- (A Elenita) ¿Lo has oído? ¡Es Gabriel!

Llevada por la emoción, Emma deja caer el hatillo en el suelo y corre hacia el ventanal. El joven está al otro lado con las manos en el cristal. Emma Tulipán se coloca frente a él y sus manos se posan sobre las de Gabriel aunque en realidad están sobre el cristal que los separa.

Emma- (Loca de emoción) ¡Estoy aquí! ¡Sí, soy yo! ¡Todo está listo, amor! Ahora mismo salgo.
Gabriel- (Susurra) ¡Abrígate, vida mía, la noche está muy fría!
Elenita- (Se apresura a tomar el hatillo del suelo y a entregárselo a su amiga con otro beso) ¡Toma, no os retraséis! ¡Es peligroso que estéis en el balcón mucho tiempo!
Emma- (Asiente con la cabeza, se aparta del ventanal, toma el hatillo y besa de nuevo a Elenita) ¡Ya voy! (Susurra hacia el balcón)

Antes de que la muchacha regrese al balcón se oye un trajín de pasos y de movimientos en el exterior.

Elenita- (Se tapa la boca con las manos horrorizada) ¡Son los hombres armados! (Musita) ¡Es terrible! ¡Os han pillado! ¡Tenéis que marcharos enseguida! ¡Virgen del amor hermoso, virgen de la polvorosa!
Voz masculina- ¿Quién anda ahí? ¿Quién anda en la noche?
Emma- ¡Gabriel! (Exclama corriendo de nuevo a poner las manos sobre el cristal tocando otra vez al joven)
Gabriel- ¡Silencio! (Musita) No digas nada. No te muevas y apagad la luz.

Emma todavía con las manos pegadas al cristal vuelve la cabeza horrorizada hacia su amiga e intenta abrir la boca, pero Elenita la obliga a callar con un gesto. Esta apaga la luz rápidamente.

Elenita- ¡Silencio! ¡Os descubrirán!
Voz masculina- ¿Quién anda ahí? ¡Salga ahora mismo de la oscuridad si no quiere pagar las consecuencias!
Elenita- ¡Oh virgen de los afligidos, protégenos! (Se santigua angustiada)
Emma- (Mirando hacia su amiga aterrada) ¡Lo han descubierto! (Murmura) ¡Tengo que abrirle! ¡Tenemos que ocultarlo!

Aparta las manos del cristal y se dispone a abrir el balcón.

Gabriel- ¡Quieta! (Le dice volviéndose un instante y mirando hacia la noche) No abras ni digas nada.
Voz masculina- ¡Es ahí! ¡He oído algo! ¡Por ahí! (Sonido de pasos y armas cargándose)
Emma- ¡Tengo que abrir! ¡No puedo dejarlo ahí afuera! (Intenta hacerlo, pero Elenita corre a impedírselo sujetándola de las manos.)
Elenita- Estate quieta, por favor, te lo suplico. ¿No has oído a Gabriel? No te muevas, por Dios y por todos los santos.

Emma se resiste con la intención de abrir el balcón, pero su amiga la sujeta con fuerza para que no consiga zafarse.

Emma- ¡Tengo que hacerlo! (Suplica desesperada)
Gabriel- ¡No, por favor! ¡Escucha a tu amiga, no te muevas y guarda silencio!
Voz masculina- ¡Ya lo he visto! ¡Lo he descubierto! ¡Ahí, en el balcón!
Emma- ¡No! (Grita soltándose de Elenita y corriendo a posar de nuevo las manos sobre el cristal. Gabriel que se había vuelto para escuchar las voces, se gira y las deposita entonces sobre las de ella.
Gabriel- ¡Lo siento, amor, pero debo marcharme! ¡No puedes venir! ¡Es peligroso, te descubrirían!
Emma- ¡No, no, no me abandones!
Elenita-¡Déjalo, no lo detengas sino no salvará el pellejo!
Emma- No, no, por favor. (Gime golpeada por el dolor)

Entonces cuando todavía Gabriel no ha apartado las manos de las de Emma, se escucha un disparo y un gemido y un segundo disparo y un tercero. Gabriel contrae el rostro por el dolor, sonríe a su amada que está al otro lado del cristal, pero que no puede verlo, y se va deslizando lentamente hasta el suelo herido de muerte.
El aullido de dolor de Emma retumba en la noche. También ella se deja caer deslizando sus manos al ritmo de las del joven, hasta que ambos yacen en el suelo.
Gabriel está completamente inmóvil, pero Emma llora con desesperación en el suelo de la habitación. Elenita corre también llorando a abrazarla.

Elenita- ¡Dios mío, dios mío! ¡Le han disparado! ¡Es espantoso, es horrible! ¡Dios mío, dios mío, esos miserables lo han matado! ¡Lo siento, lo siento tanto!
Emma- (Llora desconsoladamente en los brazos de su amiga) ¡Lo han matado! ¡Lo han matado! ¡Lo han matado!

El escenario se oscurece por completo.
Fin de la primera escena.

Acto Segundo

Nos encontramos en una habitación pobremente amueblada. Con una mesa sobre la descansan algunos cacharros de cocina, un hornillo y una radio. En un perchero se halla colgada una chaquetilla de verano con la palabra “judío” cosida a la solapa. En un rincón se divisan varios montones de ropa de cama que indican que varias personas han pasado la noche en el suelo.
Helena se encuentra en el cuarto. Está nerviosa, se estruja las manos paseando de un lado al otro del cuarto, acercándose de vez en cuando a la puerta para vigilar a través de la mirilla lo que sucede en el rellano. Consulta preocupada el reloj de bolsillo y reanuda sus paseos nerviosos por la habitación.
Por fin se escucha unos golpes suaves en la puerta. Helena se apresura a abrir. Entra Prudence.

Helena-(Susurra mientras cierra la puerta muy deprisa) ¡Ah! ¡Por fin ha llegado, Prudence! Me temía que le hubiese ocurrido algo malo.
Prudence- No, gracias a dios, querida amiga. Es que la mujer del domicilio de enfrente se ha pasado horas barriendo el descansillo. ¡Ni que se tratase de un estadio deportivo! Y como usted me dijo que no era recomendable que supieran que frecuento esta casa, he esperado en las escaleras pacientemente hasta que al fin ha cerrado la puerta. Entonces he venido corriendo.
Helena- (Acompaña a la mujer hasta la mesa) Ha hecho usted muy bien. Es mejor que no la identifiquen con esta casa. (Murmura en tono confidencial) Ya tiene usted bastantes problemas, no es necesario añadir las sospechas que recaen sobre nosotros. (Una vez que ha acomodado a su amiga en una silla, regresa a la puerta para observar por la mirilla) Estoy segura de que sigue ahí. (Susurra antes de volver a la mesa con Prudence) ¡Esa vieja cotilla se está convirtiendo en un verdadero problema! Creo que hace guardias pegada a la mirilla. ¡Vieja chismosa y colaboracionista!
Prudence- (Sentada a la mesa mira hacia el perchero con la chaqueta que luce la palabra “judío” en la solapa) No me he puesto la mía, espero que la mujer no me denuncie. Como es obligatorio llevarla constantemente.
Helena- No se apure. Lo bueno es que la vieja está más ciega que un topo. No creo que consiga tanto detalle tras la mirilla. Usted tranquila, ahora que está con nosotras todo le irá bien. Sus peores momentos han quedado atrás. Debe confiar.
Prudence- ¡Claro que confío, Helena querida! Si no hubiese sido por ustedes, no sé que habría sido de mí, en un país extranjero, en medio de esta maldita guerra que parece no tener fin. La habitación que me han proporcionado arriba es acogedora y luminosa. Ni se imagina lo segura que me siento entre esas cuatro paredes. Y todo gracias a ustedes. ¡Son como mis hadas madrinas!
Helena- (Sentada frente a Prudence dice irónica.) Pues esta “hada buena” siente decirle que todavía no tiene nada que entregarle. Emma Tulipe aun no ha llegado. No me imagino qué es lo que puede estar retrasándola. Suele ser muy puntual
Prudence- ¡Vaya, vaya, Helena querida, parece que hoy todas la hacemos esperar!
Helena- No me importa esperar, amiga mía. Pero me preocupo, no lo puedo evitar. (Consulta el reloj) A estas horas ya debería haber regresado con algo de comer. Ya sabe que siempre encuentra alguna lata interesante de carne o habichuelas e incluso un poco de chocolate. Nos vendría muy bien. ¿Qué me dice?
Prudence- ¡Desde luego! Aunque unas bolsitas de te sería mucho desear. ¿No le parece?
Helena- ¡Un sueño bonito, desde luego! Pero tengo aquí un poco de agua calentita que con unos granos de azúcar moreno creo que nos sabría deliciosa. ¿Qué le parece la idea?
Prudence- (Sonriendo ilusionada) Qué sabroso el azúcar, ¿verdad? Creo que disfrutaría mucho de esa tacita que me ofrece. ¡Menudo lujo! Usted y yo frente a unas buenas tazas de té, como dos princesas de cuento.
Helena- Pues que no se hable más, compañera. Nos vamos a dedicar un lujo de verdaderas hadas y princesas. Hasta en medio de esta asquerosa ocupación nazi se puede disfrutar de un segundo de felicidad. Cambiaremos este odioso cuento de terror por un tierno y agradable cuento de hadas buenas. (Ambas sonríen)

Helena distribuye las dos tacitas y deposita una tetera con agua sobre el hornillo para calentar. De una caja metálica saca unos pellizquitos de azúcar que deposita en las tacitas. Mientras el agua se calienta las mujeres disfrutan de la charla.

Prudence-(Mira para el rincón donde se halla la ropa de cama revuelta) Ya no está el muchacho (Susurra). René, ¿se ha ido?
Helena-(Con gesto preocupado) Ya le he dicho que no debería ni hablar con las personas que pasan por la casa ni siquiera saber de ellas. ¡Es lo mejor para todos! Ya lo sabe.
Prudence- ¡Perdóneme! Tiene usted razón. Pero es que René me recordaba tanto a mi hermano que no he podido evitar interesarme por él.
Helena- ¿Pero tiene usted un hermano tan joven? René solo era un muchacho asustado por esta terrible guerra.
Prudence- No, claro que no. Me recordaba a mi hermano cuando marchó a América hace ya más de 10 años. Si hubiese aceptado viajar con él entonces me hubiese evitado tanto horror y ahora mi vida sería muy diferente.
Helena- No se apure. Estoy segura de que pronto podrá reunirse con su hermano en EEUU. Cuando Emma Tulipe se propone una cosa, no dude de que sigue adelante hasta el final. Así es ella. ¡Mi amiga! ¡Una gran mujer! ¡Una verdadera heroína!
Prudence- (Sonríe) No lo dudo. Se ve que la quiere usted mucho, que son ustedes grandes amigas.
Helena- Pues es verdad. Las mejores y eso que no hace más de tres años que nos conocemos. Desde que empezó la guerra. (Pensativa) Parece que hace ya tanto tiempo. Y desde entonces nos hemos hecho uña y carne, eso que la verdad, debo reconocer que no nos parecemos en nada.
Prudence- Pensé que eran ustedes casi de la misma edad.
Helena- Eso sí y ambas somos de pueblo, ¿sabe? Sin embargo, Emma Tulipe era la única hija de unos agricultores. Supongo que la soledad formaría parte de su infancia. Se quedó muy jovencita huérfana y vino a la ciudad en busca de un futuro. Mi caso es diferente. Mis padres regentaban un colmado y de poca soledad podía disfrutar yo con mis cinco hermanos varones siempre enredando en la trastienda.
Prudence- ¿Y era su familia muy amante de la música?
Helena- ¡Ya lo creo! Mi padre es un virtuoso de la guitarra y si escuchara la voz de mi madre se derretiría de emoción. ¡Se lo aseguro! Era una delicia escucharla. Siempre me apoyaron en mi afición al violín y gracias a ellos pude venir a la ciudad y encontrar un buen empleo en la orquesta.
Prudence- Y entonces ocurrió… la guerra ¿No es verdad?
Helena- (Entristecida) Y lo paró todo. Lo cambió todo y acabó con los sueños de todos nosotros.
Prudence- ¡Y que lo diga! Parece que ha transcurrido un siglo desde que todo el mundo se ha puesto patas arriba y ha golpeado la vida de todos como si fuéramos marionetas de cartón.
Helena- ¡Cuánta razón tienen sus palabras! ¿Recuerda qué tranquilos vivíamos justo antes de que la guerra estallara? Lo recuerdo como un sueño lejano. Cuando vine a París ilusionada con mi carrera musical, jamás hubiese imaginado que iba a terminar encerrada en esta casa loca de desesperación. Si no hubiese conocido a Emma hubiese tenido que hacer lo que todas las mujeres para sobrevivir de pie en una oscura esquina y siendo judía lo más seguro es que hubiese terminado detenida y olvidada en alguna oscura prisión. O peor, en alguno de esos espantosos campos de “trabajo” de los que todos susurran.
Prudence- No se entristezca, querida Helena. Ahora estamos juntas y gracias a su generosidad y a la de su amiga, disfrutaremos de estas dos deliciosas tacitas de té, como si fuéramos la mismísima reina de Inglaterra reunida con una marquesa.
Helena- (Sonríe) ¡La reina y la marquesa! (Ríe de nuevo) Tiene usted razón. No ganamos nada con dejarnos abatir por la pena. Es verdad que esta maldita guerra ha arrancado muchas vidas y detenido abruptamente las nuestras y ha arrojado a la basura con total desconsideración todas nuestras aspiraciones. Pero debemos tener esperanza de que todo esto no sea más que una maldita pausa y que pronto nuestros proyectos se reanudarán y recordaremos estos tiempos atroces como un mal sueño.
Prudence- Es verdad que tenemos que tener confianza. Eso me digo cada mañana y me fuerzo a sonreír aunque me cueste horrores. Siempre hay un motivo por el que agradecer estar todavía con vida. Es más, desde que he tenido la fortuna de dar con usted en el mercado, empiezo a creer en la buena suerte y en que este horror al final acabará. Incluso me imagino que un día podré mitigar todo el dolor por lo vivido y presenciado durante esta espantosa guerra.
Helena- ¡Por supuesto que sí, amiga mía! (Dice mientras sirve el agua caliente como si se tratase de un brebaje delicioso)
Prudence- Hace varios años que no tengo noticas de él. A mi hermano me refiero. (Dice pensativa) La última vez que Jacob daba señales de vida, me invitaba de nuevo a visitarle. Las cosas estaban mucho mejor. Usted no lo recordará porque todavía es muy joven, pero durante la Gran Depresión de los años 30 pasamos muchas necesidades. Cuando mi anciana madre murió, Jacob decidió probar suerte en EEUU. Teníamos un pariente lejano que podría echarle una mano. Y al principio no fue fácil, desde luego. No había trabajo ni para un hombre joven, listo y dispuesto como mi hermano Jacob. Pero al final todo cambió.
Helena- ¿Entonces encontró un buen empleo?
Prudence- Pues sí, amiga mía. Extraña es la realidad, pero el estallido de la guerra animó la economía y las oportunidades de progresar.
Helena- ¡Qué me dice! Jamás lo hubiese imaginado. Nunca pensé que este espanto de guerra pudiese beneficiar a nadie.
Prudence- Es que es usted todavía muy joven y esta oscura parte de la realidad es difícil de creer, desde luego. Pero la verdad es tozuda y al final no nos queda más que reconocer que la mala estrella de unos es lo que aprovechan otros para medrar.
Helena- No suena muy bonito, la verdad. (Dice dándole un sorbo a su tacita de agua caliente) Buena, ¿verdad?
Prudence- (Da un sorbo a su vez y le sonríe a su amiga) Delicioso y calentito. Se agradece, pues a pesar de estar en verano hace una noche bastante fresquita.
Helena- ¡Bastante, por cierto! (Dice estremeciéndose) No sabe cuánto disfruto de su compañía y cuánto le agradezco que venga a visitarme tan frecuentemente, mi querida Prudence. Desde la prohibición de tocar en la orquesta, no solo me desespero sola en esta casa, sino que siento tal imperiosa necesidad de sentir el violín entre mis manos y de escuchar sus notas acariciándome los oídos, que muchas veces hasta me impide conciliar el sueño.
Prudence- La entiendo. Es cruel impedirle a una artista disfrutar de su música. ¡Es cruel y malvado! Pero debe sobreponerse.
Helena- Lo intento. No lo dude. Pero no es fácil.
Prudence- Me encantaría oírla tocar. No es que yo sea gran una entendida en música, pero cuando trabajaba para los Sitbon en Colonia, siempre estaba presente cuando la pequeña Ana dedicaba alguna tonada a su familia con un maravilloso Stradivarius cuyas notas, le prometo, que cortaban la respiración, a pesar de que la pequeña Ana no era un portento como intérprete. (Recordando el pasado embelesada) Eran tiempos hermosos. La niña era encantadora, con sus lacitos de raso azul y su vestidito de delicada puntilla. ¿Qué habrá sido de Ana? La pequeña Ana Sitbon a la que cuidé como si fuera mi niña durante tantos años. (Los ojos se le llenan de lágrimas)
Helena- (Se apresura a animarla) No se apene. Seguro que ahora ya está hecha una mujer y es feliz en América. Fue una suerte para ella que sus padres decidieran abandonar Alemania antes de que estallase la contienda.
Prudence- ¡Es verdad! ¿Quién iba a imaginar que acertaban saliendo de ese modo precipitado del país? Yo no, desde luego. Le prometo que si me hubiesen ofrecido conservar el trabajo y acompañarlos a EEUU me hubiese negado. Afortunadamente no es una decisión que tenga que lamentar, pues en ningún momento se consideró indispensable mi presencia en la nueva vida que les aguardaba en la lejana América.
Helena- Además estaba Frank ¿no?
Prudence- (Emite un profundo suspiro) Frank (Recuerda soñadora) Sí, Frank. (Y vuelve a dar un sorbo de agua caliente, pensativa y apenada) Mi Frank. Estoy segura de que hubiésemos sido felices juntos, muy felices. ¡Mucho! En otro mundo, claro. En uno en el que ser judío no significase una sentencia de muerte segura. (A punto de romper a llorar) ¡Mi pobre y adorado Frank!

Helena se pone en pie nerviosa tratando de evitar el llanto de su amiga y toma una caja metálica que hay en la mesa. La abre y le toma unos trozos de recorte de oblea que le ofrece rápidamente a la mujer.

Helena- ¡Fíjese! ¡Cómo verdaderas marquesas! Nos vamos a tomar unos trocitos de esta oblea para mojar en el té. ¿Qué le parece, amiga? (Con picardía) ¿Cómo cree que se tomarían “algunos” que estas dos judías disfruten de unas obleas tan cristianas?
Prudence- ¡Sacrilegio! (Divertida) ¡Parece una suerte de venganza poética que no creo que levantase mucho entusiasmo entre “algunos” de nuestros vecinos!
Helena- ¡Pues va para ellos! (Adopta entonces una actitud afectada y ofrece una oblea a su amiga simulando ser una sofisticada señora de la alta sociedad) ¡Aquí tiene, madame! ¿No cree que con tantos lujos seremos la envidia de toda la alta burguesía europea?
Prudence- Así sería, amiga mía, si quedará todavía algún miembro en Europa para contemplarnos. Seguro que están todos en Estados Unidos disfrutando de la buena vida. (Musita recordando apenada su pasado de institutriz)
Helena- (Tratando de animarla de nuevo) ¡Pues que se mueran de envidia! ¡No creo que lo pasen mejor que estas buenas amigas! (Con voz afectada) ¡Pruebe esta delicia, madame! ¡Una exquisitez llegada allende los mares!
Prudence- (Se fuerza a sonreír, toma un recorte que le entrega Helena y le sigue el juego) ¡Oh, madame Petitpua! ¡Qué delicioso aspecto! ¡Qué amable es usted y qué elegante!
Helena- (Continuando la broma) ¡Y que lo diga, madame Petisú! Aunque también su elegancia y estilo es bien conocido, admirado y envidiado por todos en la alta sociedad de París. (Ambas mujeres sonríen)
Prudence- ¡Oh, queridísima madame Petipua! Me han hablado de un bello conde que pierde el sueño por su estilo, su elegancia ilimitada y por sus huesitos. ¡Es el duque de Armañac!
Helena- (Divertida) ¿Pero no era conde ese bello doncel que me pretende?
Prudence- (Sonriendo por su error) ¡Ah, es verdad! ¿Qué le parece entonces conde-duque de Armañac, mi adorada madame Petitpua?
Helena- ¡Ah! ¡Madame Petisú! ¡Ese delicioso zagal es como un licor fuerte que me embriaga son su fragancia! (Abandonando la broma) No me dirá, amiga mía, que nos nos vendría bien un sorbito de esos para levantar el ánimo. (Ambas ríen)
Prudence- (Terminada la pantomima le dedica una sonrisa agradecida) ¡Por supuesto! Eso sí que nos calentaría el cuerpo.
Helenita- Y nos proporcionaría alegría, al menos durante el efecto del licor. Que no estaría nada mal.
Prudence- ¡Quién lo pillara! (Y sonríe con cariño a su amiga) Siempre consigue usted animarme. No sé cómo lo hace. (Mordisquea la oblea con fruición) La verdad es que esta oblea está deliciosa, tanto que ha conseguido acallar los gruñidos de mis tripas que, dicho sea de paso, no quedarían bien en esta fiesta tan sofisticada que hemos organizado. ¡Desperdicia usted muchos lujos conmigo! Helena- ¡No diga eso! Ahora somos amigas. Y tengo que decirle que tras Emma Tulipe, usted es mi mejor amiga. ¡Agradezco tanto la compañía que me hace, aunque sea este ratito que se nos permite estar juntas! Si no estaría aquí sola a lo largo del día sin poder acudir a mi trabajo en la orquesta, sin poder tocar ni una sola nota y sin ni siquiera tener derecho a poner la radio. (Helena se sienta de nuevo ante su tacita sirviendo más agua en ambas tazas)
Prudence- ¡Qué crueldad y qué injusticia! No comprendo tanto odio hacia nosotros. ¡Ni siendo culpables del más horrible crimen sería justo todo este horror que ha caído sobre los nuestros! Pensé que con el hecho de haberme librado de Alemania, sus campos de concentración y su ira, habría dejado atrás todo el horror. Pero parece perseguirme hasta la mismísima Francia ocupada ya por los nazis. Parece que no hay manera de librarse. Que la muerte nos pisa los talones.
Helena- ¡No diga eso! Ahora está en París. Es verdad que los nazis controlan el país. Pero esto es París, la ciudad del amor y de la cultura. Nadie la va a sacar de casa en plena noche para llevarla hasta algún campo de la muerte. Eso se lo puedo asegurar. Nadie lo permitiría. Los franceses no lo permitirían.
Prudence- (Mira a su amiga con compasión y simpatía) Es usted todavía una chiquilla. Yo también pensaba lo mismo de mis vecinos. Eran buena gente, trabajadora, honrada, buenos vecinos y todos mantenían excelentes relaciones con los Sitbon que era una familia adinerada y respetada en toda la ciudad. Ana Sitbon era recibida con honores en las mejores casas de la ciudad y yo siempre a su lado visitaba los salones más hermosos y suntuosos que se pudiese imaginar. Pero cuando las buenas gentes son mordidas por las fauces del miedo, no se distinguen de las más crueles personas y lo mejor que puedes esperar de ellas es el silencio y la indiferencia. Lo peor es la traición y la delación.
Helena- (Le entrega rápidamente otra oblea y rellena de agua la tacita) ¡Beba, amiga mía! Ya no queda más azúcar, pero el agua sigue calentita. Moje la oblea y ya verá. Mire que es curioso que dos judías terminen disfrutando de estas galletas cristianas.
Prudence- Estamos en un mundo raro. No voy a preocuparme por esto. Tenemos demasiadas cosas ya de las que preocuparnos.
Helena- Pues no debería hacerlo. Ya le he dicho que aquí en París está usted a salvo. Totalmente a salvo. Nuestros vecinos son buenos. No debe esperar de los franceses ni indiferencia ni insolidaridad. Este es el país de la liberté, fraternité e egalité. Un país que adora la justicia y estoy segura de que luchará por ella. Así que pierda cuidado que en Francia no encontrará ni traición ni delación. ¡Eso no sucederá! ¡Pongo la mano en el fuego por los parisienses!
Prudence- No sé, no sé. Desde que nos hemos registrado en la lista de judíos, reconozco que no he vuelto a conciliar el sueño como es debido. Parece que jamás consigo dormirme. Permanezco en un extraño duerme vela que me va minando el humor y la salud.
Helena- Pues olvide esa lista. No es importante. Solo son cosas de la burocracia. ¿O usted cree que si constituyese un problema yo me habría apuntado como usted?
Prudence- No me lo recuerde. Intenté evitarlo. No debió usted hacerlo. ¿Qué pensará su amiga Emma Tulipe cuándo lo averigüe? Ella le advirtió encarecidamente contra esa acción. No debió usted llevarle la contraria a tan buena amiga que la acogió en su casa cuando la prohibición de tocar música para los judíos la dejó sin trabajo. Fue generosa y valiente.
Helena- (Orgullosa) Así es Emma Tulipe. Y si no fuese peligroso y me lo tuviese terminantemente prohibido, le relataría a usted toda la ayuda que ha proporcionado, de un modo absolutamente altruista, a todo aquel que lo ha necesitado en estos tiempos terribles. Tanto ella, como su novio Gabriel, se pasan el día recorriendo las calles, hablando con unos y otros y …. (Se detiene preocupada por no decir nada comprometedor) y… bueno, usted ya sabe de lo que hablo. (Baja mucho el tono de voz) De solidaridad, de valentía y de ganas de luchar por la justicia…. de grupos de…. De valientes…. De resistentes.
Prudence- ¡Ptss! (Se apresura a hacerla callar) Ni una palabra más. ¡No siga! (Mira a un lado y al otro) ¡Hasta las paredes pueden oír!

Helena también se preocupa por sus propias palabras y mira a su alrededor buscando una mirada indiscreta. Se levanta y se acerca a la puerta. Observa a través de la mirilla.

Helena- He oído un ruido. Seguro que esa maldita chismosa sigue pegada a la mirilla vigilándonos.
Prudence- Consulta su reloj. Creo que se ha hecho ya muy tarde y debería subir a mi cuarto a intentar descansar un poco.

Prudence abandona la mesa, se atusa la ropa y se dispone a salir. Helena corre a su lado y la abraza con cariño.

Helena- Gracias por la visita. Lamento no haber tenido nada de comer que entregarle. Seguro que Emma no tardará en llegar. Le prometo que le guardaré algo y mañana a primera hora se lo subiré, vigile o no vigile la vieja chismosa.
Prudence- No se apure. Este delicioso té y las pastas han acabado por completo con el hambre. Se lo aseguro. Además después de charlar con usted siempre me siento mucho más optimista.
Helena- (Contenta por las palabras de su amiga) Pues hace usted muy bien. Así debe ser. Ahora está en París. Los campos de concentración han quedado lejos. Aquí jamás pasará algo así.
Prudence- Eso cree mucha gente. Que aquí no pasará y allí no ha pasado, pero la realidad es terca y brutal. ¡Pasan cosas, amiga mía, pasan cosas!
Helena- Pero la amistad también es terca y yo tercamente se lo repito: duerma usted bien, al menos esta noche. Hágalo por mí. Y mañana no deje de buscar un ratito para venir a visitarme. Yo la espero.

Ambas se dirigen hacia la puerta. Helena vigila por la mirilla.

Helena- (Susurrando) Creo que la vieja se ha ido. Hay que aprovechar la oportunidad. (Abraza de nuevo a su amiga) ¡Váyase ya! ¡Es el momento! Y que tenga usted muy felices sueños.
Prudence-(Se apresura a salir una vez Helena ha abierto la puerta) ¡Hasta mañana! ¡Buenas noches, querida! (Susurra también y sale)

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Y Seremos Felices Por Mila Oya



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