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La hija del jardinero |
La hija del jardineropor Mila Oya•Ebook en pdf de 70 minutos aprox. •Lee aquí gratis 30 minutos aprox. •Sinopsis
En una terrible noche de tormenta, en el año 1816, Mary Shelley creaba a su personaje más famoso: El monstruo de Frankestein. Fue en Ginebra, en la villa Diodati durante el llamado año sin verano, provocado por la erupción de unos volcanes en Filipinas, aunque entonces nadie lo supiera. Mary Shelley, Lord Byron y el resto de sus compañeros, en los salones de la mansión, leían los relatos de terror que inspiraron a la escritora. Pero mientras arriba nacía el terrorífico relato de Frankenstein, abajo, el servicio de la casa que los atendía vivía su propia historia de miedo. Nadie la recuerda porque a nadie le importaba la vida de los criados. Esa noche de Junio en la cocina de la Villa Diodati tal vez haya sucedido esta historia.
•Personajes Madame Cully: Ama de llaves Juliette Restaud:Trabajadora de la casa Pierre:Carretero y leñero Marie:Trabajadora de la casa Mary Shelley: Escritora británica Claire Clairmount:Hermanastra de Mary Shelley Piercy Shelley:Poeta y pareja de Mary Shelley Lord Byron:Famoso poeta británico John William Polidori:Médico de Lord Byron Jardinero POR MILA OYA Corre el año 1816, es Junio y no para de llover. Juliette, la doncella, se halla en la cocina de la villa Diodati. Aún no es la hora de la cena, pero a causa de la persistente tormenta las tinieblas oscurecen la estancia. Dos palmatorias alumbran el brutal esfuerzo de la muchacha en su lucha contra la mugre de una olla. Juliettte: ¡Buff! (Resopla, se seca la frente con el antebrazo y continúa con su ardua tarea.) De repente, un trueno retumba en la cocina. Juliette se sobresalta y suelta estropajo y cacerola al mismo tiempo. Juliette: ¡Qué el cielo nos proteja y qué no se nos venga encima! La muchacha suspira intentando recuperarse del susto y cuando está más tranquila, mira hacia la puerta que conecta con la casa y escucha con atención. Cuando está segura de que nadie se acerca, se seca rápidamente las manos en el delantal y corre hacia la pared de la cocina. Allí manipula un panel para poder pegar la oreja en el lugar por donde discurre la chimenea de la casa. Así permanece un rato escuchando atentamente. De nuevo el estruendo de un trueno resuena con fuerza, pero Juliette ya no se sobresalta y continúa en la misma posición. El chirriar de una puerta es camuflado por el estrépito del trueno. Sin que la joven se percate, un abrigo negro con un sombrero calado y empapado penetra en la estancia. Con sigilo, el muchacho recién llegado, cierra la puerta, se libra del gorro calado por la lluvia y lo escurre. En ese momento descubre a la doncella. Pierre: ¡Juliette! ¿Qué estás haciendo? Juliette: (Se sobresalta y se da la vuelta de inmediato) ¡Pierre! ¡Por el cielo bendito, me has dado un susto de muerte! (Susurra) ¿Qué haces aquí tan pronto? Madame Cully todavía no se ha marchado. Pierre: Lo sé. He dejado la carreta en las cocheras, aprovechando que el coche de monsieur Cully ya está aguardando a madame en la puerta principal. Juliete: (Echa un vistazo rápido a la puerta que conecta con la casa y corre a tomar un paño para limpiar el charco de agua que se ha formado a los pies de Pierre) Si madame Cully te pilla hoy en la cocina, buena se va a armar. ¡Dios mío, cuánta agua! Ni que te hubieses bañado vestido en el lago Leman. Pierre: (Se libra del abrigo y también lo sacude) Es que es terrible la que está cayendo ahí afuera. ¡Es el infierno! Las carreteras están anegadas. Todo el mundo está de los nervios. Yo mismo, cuando salía de mansión de los Goulden, escuché el ulular de la lechuza y pensé que era un mal presagio. Por eso dejé de inmediato el reparto de leña y vine corriendo a verte. Juliette: ¿A mi? ¿Por qué? Pierre: (Comienza a estrujar nervioso el gorro entre las manos) Es que... ¡Tenía que decírtelo! Juliette: No te entiendo. ¿Decirme qué? Pierre: (Cada vez más nervioso) Es que… bueno… yo… debí haberlo dicho antes…. Pero… claro… como yo… bueno, tú…. No quería molestarte, porque… ¡Pero tengo que decirlo! (Por fin hace acopio de valor y lo suelta)¡Todo tu plan es un sin sentido! ¡Una completa locura! Juliette: Pues ya me he decidido. ¡Hoy mismo lo voy a llevar a cabo! Pierre: ¡No! (Conmocionado) Otro trueno retumba en la cocina. Los muchachos se sobresaltan y entonces escuchan una voz. Madame Cully: ¡Dios nos ayude! ¿Es que no va parar nunca esta terrible tormenta? Juliette empuja entonces a Pierre que a toda velocidad busca un escondrijo bajo la mesa. Juliette lo ayuda a ocultarse, tira el trapo que tenía en la mano y rápidamente corre a esperar con las manos en la espalda la llegada de madame Cully. La mujer entra en la cocina. Madame Cully: ¿Qué haces ahí, niña, tiesa como un palo? ¿No tenías que estar fregando la olla grande? Juliette: Sí, madame Cully. (Se dispone a volver a la tarea) Madame Cully: (La detiene) ¡Espera, ahora tengo que hablarte! Juliette: Sí, madame Cully. (Dice regresando a su posición inicial) Madame Cully: (Se aproxima a la mesa. Juliette está con el corazón en un puño por si descubre a Pierre. Pero la mujer solo quiere apagar una vela.) ¿Qué es esto de dos palmatorias? ¡Estamos en junio, chiquilla! Ya sé que todo está muy oscuro por la tormenta, pero tampoco estamos como para despilfarrar. ¡Te apañarás con una única vela! Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: (Suspira observando a la joven) No debería dejarte sola en la cocina esta noche. Lo sé muy bien, pero no hay otra alternativa. Ni te imaginas como se han puesto los caminos. Tantos días con lluvias torrenciales han empapado las tierras que se derrumban por todas partes. Hay pasos cortados, puentes anegados. Todos los hombres están saliendo a arrimar el hombro y yo tengo que abandonar la villa Diodati. ¡Qué terrible! Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: ¡Pero no hay más remedio! Mi nieto está a punto de nacer. Parece que no va a ser un parto fácil y no estamos seguros de que el médico pueda llegar a tiempo con toda esta lluvia. Monsieur Cully y yo tenemos que ir en su auxilio. ¡Es nuestro único hijo! Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: Bueno, al menos ya está todo dispuesto, Juliette. Ya he hablado con monsieur Lord Byron para explicarle la situación. Sus invitados se quedarán esta noche. (Dice como si hablara para ella misma) No es extraño, casi no salen de la villa Diodati. (Volviéndose a Juliette) Cuando llegue la hora, uno de los criados de monsieur Lord Byron te acompañará a servir la cena. La sopa está lista y el asado de buey preparado. Tú ya sabes, sigue las indicaciones del sirviente y siempre con los ojos pegados al suelo. No quiero que piensen que todos esos horribles rumores se propagan por culpa del servicio. ¿Me entiendes? Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: En esta casa no queremos saber nada de chismorreos. Eso lo dejamos para esos turistas extranjeros del hotel del lago Leman. Ya estoy harta de habladurías. ¡Si hasta La Gaceta habla de nosotros! ¡Qué escándalo! Así que tú, mirada al suelo. Ni ves, ni oyes y menos mal que no entiendes. ¿Te queda claro? Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: Los criados de monsieur Lord Byron comerán por su cuenta. Después de la cena déjalo todo listo para mañana y sobre las diez ya puedes irte a la cama. Espero que todo vaya bien y que no surja ningún imprevisto. En ese caso, que los criados de monsieur Lord Byron se encarguen. Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: Muchacha, ¿sabes decir algo más que “Sí, madame Cully” Juliette: Sí, madame Cully… Haré exactamente lo que me ha indicado. Madame Cully: Eso está mejor. Llevas poco tiempo con nosotros, pero eres trabajadora. Eso se sabe enseguida. Aunque te veo un poco fantasiosa, espero que también seas merecedora de mi confianza. Juliette: Desde luego, madame Cully. Madame Cully: (Se ajusta el abrigo y el sombrero) Creo que ya no me queda nada más por decir. (Vuelve a oírse la tormenta) ¡Ojalá pare de una vez! No sé cuánta agua más podremos soportar sin que suceda una desgracia. Madame Cully se aproxima a la puerta. Madame Cully: (Echa un vistazo a la muchacha y a la cocina y suspira) Me voy entonces. Cierra tras de mí y no le abras a nadie. ¿Entendido? Juliette: Sí, madame Cully. Madame Cully: ¡Qué Dios te guarde, niña! Juliette: A usted también, madame Cully. La puerta chirría. Madame Cully sale y Juliette resopla aliviada. Juliette: ¡Buff! ¡Ha estado a punto de pillarte! Pierre: (Sale de debajo de la mesa) Si se entera de que entiendes inglés se va montar la gorda. Se va a creer que hasta los rumores de La Gaceta son culpa tuya. ¡Es muy peligroso! ¡Te echará a la calle! Juliette: ¿Cómo se va a imaginar que una muchacha ignorante que no sabe leer ni escribir va a entender otro idioma? Pierre: Mi familia proviene de La Alsacia, allí hasta hay campesinos que entienden varios idiomas. Y, desde luego, en Ginebra muchos más. Solo quiero advertirte de que te meterás en problemas. No quiero que te pase nada. (Musitó al final) Juliette: El inglés es un idioma extranjero y ni siquiera lo entiendo bien. Solo por los recuerdos de una niña de la melodiosa voz de su padre, nada más. Juliette toma la palmatoria y con la vela encendida prende la otra. La deja sobre la mesa y se vuelve a Pierre. Juliette: Estás empapado y seguro que tienes frío. Si quieres te pongo un plato de sopa. Madame Cully es muy gruñona, pero su sopa resucitaría a un muerto. Pierre: Pues no te digo que no. (Animado se apresura a sentarse a la mesa mientras Juliette le sirve la sopa) Juliette: Tiene zanahoria, cebolla, repollo y un buen trozo de tocino. Ni la sopa de los huéspedes estará tan buena. ¡Te lo aseguro! Pierre: (Toma el pedazo de pan que Juliette corta de la hogaza y toma la sopa con fruición) En esta casa no te falta pan y la comida es buena, Juliette. Si sigues adelante tal vez lo pierdas todo. Juliette: Entonces volvería con mi hermana Marguerite. Tú sabes cuánto la echo de menos. Lo sola que me siento en esta casa sin ella. Pierre: Sí, Juliette. Pero tú sabes muy bien que necesitas el sueldo, por mísero que sea. Al menos así tu madre tiene una boca menos que alimentar. Juliette: (Enojada) ¡No me hables de Camille, por favor! ¡Todo esto es por su culpa! (Se aparta de la mesa y regresa junto a la olla para continuar fregándola con rabia) Pierre: (Toma un par de cucharadas de sopa en silencio antes de continuar) Te enfadas tanto que no me atrevía a decirte nada, pero es preciso, Juliette. ¡No hagas nada esta noche, te lo suplico! Tengo un mal presentimiento. Juliette: ¿Por el ulular de la lechuza? Pierre: También por eso… Pero no solo… es que… (Al fin se arma de valor) Es que… Intentar hallar a un padre a través de un botón… ¿Qué quieres que te diga? ¡No es en absoluto sensato! ¡Es una locura que va hacer que te arrojen al arrollo! Juliette: (Abandona con rabia la olla y protesta) ¿Y qué otra cosa puedo hacer? Si encontrara a mi padre nuestra vida cambiaría por completo. Él se encargaría de nosotras. Al menos de Marguerite y de mi. Ella necesita muchos cuidados. Hay que darle friegas en las piernas y en la espalda todos los días. Esa fue mi tarea durante toda mi vida, ¡hasta que Camille se hartó de lavar la colada de otros! Pierre: ¡No hables así de tu madre! Tú me contaste que enfermó. Ahora, cuando lo dices parece que dejó de ser lavandera por vagancia. Juliette: (Se acerca a Pierre y le llena de nuevo el plato de sopa) Sé que querías mucho a tu madre y que la echas de menos cada día. Pero Camille no es como tu madre. Ella no es buena conmigo. No se moriría de pena si a mi me pasase algo, como le ocurrió a la tuya cuando tu hermano murió. Pierre: Mi hermano no murió, lo mataron en la guerra de Napoleón. Mi madre no pudo soportarlo y hasta mi padre, que era un jacobino convencido, sufrió tanto que decidió abandonar Francia para venir a Ginebra. Así llegamos a Cologny. Es un buen lugar para vivir, Juliette. Y en la villa Diodati no estás totalmente sola. Al menos tienes un amigo. Juliette: ¡Lo sé, Pierre! Pero si encontrase a mi padre… Estoy segura de que volvería con nosotras. Le buscaría un tratamiento moderno para mi hermana y me abrazaría. ¡Imagínate que Marguerite pudiese volver a caminar! Pierre: (Deja la cuchara y mira a los ojos a Juliette) Todo eso no son más que fantasías. (Musita) No tienes ni un nombre ni un apellido. Solo tienes un botón y lo perderás todo por un vulgar botón. Juliette: ¡No es vulgar! Es un botón con un ancla grabada! ¡Un botón precioso! ¡El botón de un bravo capitán de barco! Pierre: ¿Te das cuenta de las locuras que dices? ¿Cómo un bravo capitán de barco va a ser un sirviente? Juliette: ¡Mi padre no era un sirviente! Eso es lo que dice Camille por despecho. ¡Qué era un criado sinvergüenza y borracho! ¡Y eso es una cruel mentira! Ya te dije que Camille no es buena. Pierre: (Respira hondo y toma otra cucharada de sopa antes de continuar) No deberías hablar así de tu madre, Juliette. Ya tienes diecisiete años, si tu madre no fuese una buena mujer y no te quisiese ya te habría entregado a algún viejo campesino, ahora serías su esposa y ella tendría una boca menos que alimentar. Juliette: (Se ríe a carcajadas) ¿Quién iba a querer casarse con una muchacha tan pobre y ignorante como yo? ¡La miseria espanta hasta a los campesinos desarrapados! Pierre: (Murmura sin mirarle a los ojos) Eres joven y bonita. Con fuertes brazos y buenas piernas. Cualquier muchacho… bueno hombre… bueno, cualquier campesino aceptaría el trato de buena gana. Y, sin embargo, tu madre ni siquiera te lo ha propuesto. Juliette: Porque somos tan pobres que necesita la miseria que gano con madame Cully. Si no ya se hubiese deshecho de mi. Pierre: (Deja la sopa y se pone en pie frente a Juliette) Entonces, si necesitáis tanto el dinero, te lo suplico, no sigas con tu plan, Juliette. Si te descubrieran revolviendo en los baúles de los sirvientes de monsieur Lord Byron, la comida, el techo, el dinero desaparecerían para siempre y en ninguna buena casa volverían a darte trabajo. Juliette: (Todavía enfurruñada) Ya te he dicho que mi padre no era un vulgar criado. No pienso ni acercarme a las habitaciones de los sirvientes del monsieur Lord. Pierre: (Respira aliviado, se deja caer en la silla y aprovecha para terminar la sopa) ¡Menos mal! Me dejas más tranquilo. Juliette: ¡Desde luego, nada de criados! Esta noche registraré el equipaje del monsieur Doctor John Polidori. ¿Quién podría tener una casaca con unos preciosos botones de ancla si no un doctor a las órdenes de un gran Lord? Pierre: (De la impresión se atraganta con la sopa. Cuando controla el ataque de tos, se vuelve hacia Juliette aterrado) ¡Pero eso es mucho más grave! ¡Has perdido por completo la cabeza! ¿No comprendes que si te descubren, pensarán que eres una vulgar ladrona? Tendrás que abandonar Suiza, ya no encontrarás trabajo en ninguna parte. ¡Todos te señalarán como ladrona! Tendrás suerte si no terminas en la cárcel. Juliette: (Sonríe y se aproxima al joven con mucho secretismo) Tengo esto para evitarlo. (Dice sacando de la falda un pequeño paquete que deposita en la mesa) Pierre: No lo entiendo. ¿Qué es esto? Juliette: Es opio. Pierre: (Perplejo) ¿Opio? ¿Y qué haces tú con un paquete de opio? Juliette: Lo han traído de una botica cercana a Ginebra. Pierre: (Se levanta furioso) ¡Has estado hablando con Louis, el hijo del boticario! Juliette: Lo han solicitado los huéspedes. Él solo me lo ha entregado. Si me descubriesen en el cuarto de monsieur John Polidori diría que solo iba a entregar el paquete. ¿Acaso no es él el médico? (Juliette sonríe por su gran idea) Pierre: ¡Louis! Ahora lo entiendo todo. ¡Ese miserable! Lo conozco muy bien. Como sabe leer y escribir, va por ahí dándose aires de gran hombre. Dice que va a ser el primer reportero de Ginebra nacido en Cologny. Juliette: Es un muchacho muy gentil. Pierre: (Furioso) ¡Es un villano! Estoy seguro de que te ha sonsacado información para La Gaceta. El muy miserable se ha aprovechado de ti sin darte nada a cambio. Juliette: Eso no ha sido exactamente así. Pierre: (Horrorizado) ¿Quieres decir que te ha dado dinero por chismorrear sobre los huéspedes famosos? ¡Juliette, por favor! Como se entere madame Cully estás perdida. Juliette: ¡Ya está bien, Pierre! ¿Qué otra cosa podía hacer? Una madre enferma, una hermana impedida, una muchacha sola en el mundo sin su padre. ¡Claro que he aceptado dinero! Y madame Cully no se enterará jamás. ¿Cómo iba a hacerlo? Si hasta han montado un catalejos, o un chisme parecido en el hotel del lago Leman para espiar esta casa. Como va a pensar madame Cully que yo tengo algo que ver. Hago lo preciso para salir adelante y ayudar a mi hermana Marguerite y no me avergüenzo de ello. Tú sí que deberías avergonzarte de las cosas feas que me estás diciendo. Pierre: Perdona, Juliette, no era mi intención ofenderte. Tú sabes que yo por ti siento… bueno que te aprecio profundamente. No hace mucho que nos conocemos. Desde que trabajabas en la villa del anciano monsieur Renault. Cuando me contaste que tenías intención de averiguar si William, el sirviente inglés, tenía una casaca con los botones de ancla y si era así, averiguar en que tienda londinense la había comprado, no me preocupé en absoluto. Conozco bien a William, es un buen hombre. Si hubiese podido, de buena gana te hubiese ayudado. Todo sonaba inocente. Como ese cuento infantil...(Lo piensa un instante) ¡Ah, sí, Centrillón! Cuando el príncipe busca a su princesa con un zapato. Juliette: (Molesta) ¡Lo mío no es un cuento de hadas! Tal vez uno de miedo como los que tanto le gusta a monsieur Lord Byron y a sus invitados. ¡De mucho miedo! Pierre: ¡Lo sé, Juliette! Pero si sigues adelante lo empeorarás todo. ¡Piensa en tu hermana Margueritte! ¡Piensa que haría sin el dinero que le entregas a tu madre! El mismo William te contó que hay demasiadas tiendas y sastres en Londres para encontrar el que utiliza esos botones de ancla. ¡Te dijo que era casi imposible! Juliette: Estoy pensando todo el tiempo en Margaritte. ¡Todo el tiempo! En la manera de cuidarla y quizá de curarla. ¡Mi padre lo haría, estoy segura! Pierre: Pero William dijo… Juliette: No me importa lo que dijera William. Es inglés, sí, pero solo es un criado y cuando lo conocí me di cuenta de que yo tenía razón. Mi padre no era solo un sirviente. Era algo más. Pierre: (Musita sin convencimiento) Sí, ya, un capitán de barco. Juliette: O algo parecido. Como monsieur John Polidori. Es un médico, pero está al servicio de monsieur Lord Byron. Pierre: ¿No te das cuenta que tus recuerdos son los de una niña de cuatro años? Juliette: De cinco. Tenía cinco cuando mi padre ya no volvió. Y todo por culpa de mi madre. Ella lo echó. Recuerdo esa discusión. Pierre: Solo eras una niña. ¿Cómo vas a fiarte de tus recuerdos? Piensa que ahora tu padre sería un hombre mayor de lo que tu recuerdas. A lo mejor ni siquiera os abandonó y solo ha muerto en la guerra como tantos y tantos miles de hombres. ¿O acaso no sabes que también los ingleses lucharon contra Napoleón? Juliette: ¡Mi padre no está muerto! Me lo dice el corazón. Pierre: ¡Eres imposible, Juliette! (Agotado) Te vas a meter en gravísimos problemas ¿De verdad no tienes miedo? Juliette: Con lo que tengo encima, ¿cómo no voy a tener miedo? Y por si fuera poco, en esta casa he visto a personas beber licores en siniestras calaveras, hablar de muertos resucitados, de fantasmas y espectros y hasta de galvanismo. Pierre: ¿Galvanismo? ¿Es una religión? Juliette: No, creo que es algo como un rayo que devuelve a la vida a los muertos. Pierre: ¡Qué barbaridad! ¡Pero todo eso es espantoso, Juliette! Juiette: Es lo que le interesa a monsieur Lord Byron y al resto de los huéspedes. Pierre: (Resopla y se mueve nervioso por la cocina) ¡Todo lo que me cuentas es terrible! No deberías estar sola en esta casa y no lo digo unicamente por el ulular de la lechuza. Nada de lo que pasa en la villa Diodati está bien y te vas a meter en muy graves problemas, Juliette. Juliette: No tengo alternativa. Pierre: (Resopla una vez más y se vuelve hacia Juliette) Sabes que mi hermana Catherine está en Ginebra con una maestra costurera. Trabaja mucho, pero le llega para mantenerse y enviarnos algo de dinero. Vive en una pensión con otras aprendizas y está contenta. Nos ha contado que en el tiempo libre que le permite el trabajo hasta está aprendiendo a leer. Dice que leer es como tener una segunda vida. Juliette: Cuánto me alegro de que le vayan las cosas bien a Catherine. Es una buena chica, se lo merece. Pierre: ¿Por qué no lo piensas? Juliette: ¿A qué te refieres? ¿A ser aprendiza de costurera? (Pierre asiente) ¡Si no sé ni hacer un pespunte! Pierre: ¡Pero eres muy lista y, al menos, ya sabes lo que es un pespunte! (Se echa a reír) Si tú quisieras, podrías ir hoy mismo, esta misma noche. Cuando terminara el reparto de leña volvería y te llevaría hasta el lago Leman. Mi amigo Adrien nos llevaría en barco. Yo te acompañaría hasta la pensión de Catherine. ¡Se pondría tan contenta de que fueras! Juliette: (Murmura) ¿Dejar la villa Diodati en plena noche? ¡Es una locura! Pierre: Locura es terminar en los calabozos por un sueño infan.. (Se interrumpe y se sobresalta) ¡Eh! ¡Oiga! (Aparta a Juliette para correr hacia las ventanas) ¿Quién es usted? Juliette: (Perpleja) ¿Qué pasa? (Observa como Pierre revisa las ventanas) Pierre: ¡Había alguien! ¡Alguien nos espiaba por las ventanas! Juliette: ¿Estás seguro? Habrá sido una sombra producida por la tormenta. ¿Quién va a estar ahí afuera con este tiempo? Pierre: ¡Te digo que había alguien! He visto un farol y un… bueno, parecía un rosto de un hombre. Juliette: (Asustada) ¿En serio? ¿Estás seguro? ¿No me estarás asustando para que acepta tu propuesta? Pierre: (Vuelve corriendo hacia Juliette) ¡Claro que no! ¿Cómo puedes pensar eso de mi? De verdad he visto a alguien espiándonos. Pero parece que se ha ido. (Se escucha un nuevo trueno) Esta casa se está volviendo cada vez más siniestra. (Suena a lo lejos un reloj) Juliette: (Se estremece) Se acerca la hora de la cena. (Musita nerviosa) Pierre: Es verdad, se hace tarde y yo tengo que continuar con el reparto de leña. (Se pone el gorro) ¿Lo pensarás al menos? Juliette: ¿Lo de aprendiza de costurera? Pierre: Lo de no registrar el equipaje de nadie esta noche. ¡Te lo suplico! ¡No hagas nada esta noche! Cuando termine el reparto volveré, te lo prometo y seguiremos hablando, también de lo de costurera. Juliette: Está bien, hablaremos. Pero ahora tienes que irte. Pierre: (Se cala el gorro, se ajusta el abrigo y se dispone a salir) ¡Ten cuidado, por favor! Juliette: No te preocupes, lo tendré. Pierre: ¡Y no hagas nada insensato! Juliette: De verdad que no lo haré. Pierre: Volveré tan pronto termine. ¡Y cierra bien cuando salga! Juliette: Lo haré, estate tranquilo. Pierre: Hasta pronto, Juliette. Juliette: Adiós, Pierre. Oímos el rechinar de la puerta y Pierre sale. En ese instante alguien golpea con los nudillos la puerta interior de la casa. Juliette: (Corre hacia la mesa, oculta el paquete de opio en la falda y se apresura a tomar la bandeja con la sopera) El criado de monsieur Lord Byron. (Musita y en voz alta dice) ¡Ya voy! (Suspira y murmura) ¡Qué sea lo que Dios quiera! Comienza la cena. Tras suspirar hondo y muy tiesa con la bandeja, inicia su visita a la parte alta de la mansión Diodati. Juliette entra en la cocina con la bandeja del asado. Retira los restos de comida y la deja, de mala gana, cerca de la cocina. Enseguida toma el paquete de opio escondido en su falda, lo lanza enfadada sobre la mesa y se derrumba sobre la silla. Juliette: Ese criado impertinente no me ha dejado ni a sol ni sombra. (Se tapa la cara con las manos y solloza) Tras unos instantes, la tormenta arrecia. Estallan los rayos, retumban los truenos y Juliette intenta calmar el llanto. Se seca los ojos y entonces ve algo. El terror se refleja en su rostro. Se incorpora de un salto y cae la silla. Juliette: ¡Ah! ¡Hay alguien en la ventana! Asustada se agacha intentando ocultarse tras la mesa. Juliette: (Musita) ¡Oh no! ¡Era verdad! ¡Ahí afuera hay alguien vigilando la villa! (Se asoma tras la mesa tratando de observar la sombra que aparece tras las ventanas) ¡Dios mío, protégeme! ¡La sombra quiere entrar! ¡Cielo santo y no he atrancado la puerta! Juliette está aterrada. Se incorpora con intención de correr hacia la puerta y cerrarla. Pero cuando está a medio camino, retrocede horrorizada y se oculta de nuevo tras la mesa. Juliette: ¡Demasiado tarde! ¡Dios mío, no! ¡Va a entrar! Juliette, agachada tras la mesa, se incorpora levemente para coger un rodillo de amasar que está cerca de la cocina con el fin de poder defenderse. Sin embargo, como no deja de contemplar la puerta por temor a que el intruso penetre, no se da cuenta que arrastra la bandeja del asado que cae estrepitosamente. La muchacha grita asustada, pero consigue aferrar el rodillo, sin dejar de observar la entrada a la casa. El chirrido de la puerta anuncia al intruso. En el último momento Juliette se levanta rápidamente apaga la vela que está sobre la mesa y regresa a su escondrijo. Por fin el chirrido cesa y un bulto negro penetra en la estancia. Se queda inmóvil ante la puerta. El clamor de la tormenta es lo único que se escucha en la cocina. Juliette, que ha observado el tétrico bulto negro, no se atreve a salir de su escondrijo y permanece aferrada al rodillo. Nada sucede hasta que se escucha un suave estornudo. Este se repite un par de veces. Parece la voz de un niño o una niña. Entonces, Juliette, sorprendida por la delicadeza del estornudo, se atreve, por primera vez, a asomarse con menos temor. Juliette: (Sin soltar el rodillo de madera, se aproxima lentamente al bulto inmóvil) ¿Pero qué es esto? (Musita) Levemente toca con el rodillo el bulto intruso. Este vuelve a estornudar y el miedo de Juliette se va disipando. Sin acercarse demasiado, extiende el brazo y con el rodillo levanta lentamente la enorme manta negra que oculta al desconocido y se agacha para descubrir su identidad. Juliette: ¿A ver qué tenemos aquí? (Por fin contempla a la recién llegada con sorpresa) ¡Pero bueno! ¿Qué es esto? (Sonríe al ver a una muchacha) Así que tú eras el aterrador intruso. ¡Válgame Dios! ¡Si casi me muero del susto! ¿Qué haces aquí, muchacha, a estas horas y con esta horrible tormenta? La chica recién llegada agarra la manta, se abriga con ella y clava sus ojos en Juliette en absoluto silencio. Juliette: ¿Qué pasa? ¿Es que te ha comido la lengua un gato? (La muchacha sigue en silencio) No creas que me importa. Estoy acostumbrada a los silencios. Mi hermana Marguerite tampoco habla y eso no nos impide ser las mejores amigas. Si la conocieras, seguro que te encantaría. (La joven sigue callada e inmóvil) ¡Estás empapada! Mira como estás poniendo el suelo. (La muchacha mira hacia el suelo) Al menos oyes. Eso está bien. (Juliette coge un paño para secar el suelo mojado, la chica se aparta y en silencio le deja hacer) Esto ya está mucho mejor. (La contempla y le dice) Tienes frío, ¿verdad?. (No responde) ¡Normal con este tiempo terrible que estamos sufriendo! Anda, siéntate a la mesa que te voy a poner un plato de sopa que te soltará la lengua. Creo que lo necesitas urgentemente. La muchacha obedece, se sienta arrebujada con la manta y oculta con rapidez un hatillo entre las piernas. Después aguarda impaciente a que Juliette le sirva el plato de sopa. Juliette le da también un trozo de pan. La joven se lanza ávida sobre la comida. Juliette: Tenías hambre ¿eh? Pues que te aproveche. Ya verás, cuando termines te encontrarás mejor. (La contempla mientras devora el pan y la sopa) Me has dado un buen susto, muchacha. Es que tengo los nervios de punta. Y no solo por lo que llevo encima, que te aseguro que no es poco. Es que en esta casa es imposible mantenerse tranquilo. Todo el mundo quiere saber cosas de los huéspedes y nos vigilan constantemente. Y por si fuera poco, ¡ni te imaginas las cosas raras que hacen y dicen estas gentes! Si no beben en calaveras humanas, hablan de fantasmas, resucitados, espectros, demonios. Tras una historia de miedo, cuentan otra todavía peor y cuando terminan, pues otra historia aterradora y otra. Nunca se cansan ¡Es escalofriante! Tengo todo el día el corazón en un puño ¡Es que aquí se vive en un ay, amiga mía! ¡Cómo no voy a echar de menos a Marguerite, mi hermana! La cuidaba diariamente, le hacía las friegas en las piernas y en la espalda y le peinaba su precioso cabello. Aunque no te lo creas, es tan bonito como el de cualquiera de las huéspedes (Suspira) ¡Cuánto me gustaría estar a su lado. (La muchacha sigue comiendo en total silencio. Ni siquiera mira a Juliette) Te llamas Marie ¿verdad? Te he visto varias veces por la finca. Claro que últimamente, con este tiempo tan horrible no habréis tenido mucho trabajo, ¿no? (Silencio) Supongo que tu padre estará ayudando al resto de los hombres a reparar los caminos anegados. Porque tú eres la hija del jardinero. ¿Me equivoco? www.librototal.net La hija del jardinero Por Mila Oya |
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